Angelina Jolie siempre ha proyectado cierta aura extraterrenal que la distancia del resto de mortales; tal vez sea por eso que lleva un tiempo poniéndose delante de la cámara principalmente para encarnar villanas de Disney y superheroinas. Y, en Maria Callas, ha encontrado un papel en el que ese halo casi alienígena -el mismo que ha intentado sacudirse de encima sin éxito presentándose sobre todo como una directora, una activista por los derechos humanos y una madre de seis criaturas- no necesita ser atemperado.
Es indudable que ella es la actriz perfecta para dar vida a Callas porque, después de todo, casi ninguna otra conoce tan bien como ella con la clase de escrutinio desmesurado que la soprano padeció, y pocas de sus colegas acreditan el tipo de fama superlativa al que se aplica el término diva, invariablemente asociado a la cantante. Y, en buena medida gracias a esas conexiones, no necesita presentar parecidos físicos reales con la mujer a la que encarna -afortunadamente, no se decidió disfrazarla con el tipo de nariz protésica para resolver esa cuestión-, para convertir su primera interpretación relevante en años en una de las más destacables de su filmografía y, de largo, en lo mejor que la película en su conjunto es capaz de ofrecer.

Angelina Jolie en un fotograma de ‘Maria Callas’.
María Callas es la tercera y última entrega de la trilogía de ‘biopics’ que el director chileno Pablo Larraín ha centrado en mujeres icónicas del siglo XX que sufrieron una presión extrema a causa del rol que les tocó desempeñar en público; en Jackie (2016) convirtió a Natalie Portman en Jacqueline Kennedy, en Spencer (2021) transformó a Kristen Stewart en la princesa Diana de Gales, y aquí imagina cómo pudo ser la semana que la soprano pasó en París justo antes de su muerte en septiembre de 1977 a causa de un ataque al corazón. En concreto, nos la muestra intentando volver a los escenarios tras haberse negado a actuar frente al público durante años y relacionándose solamente con su abnegada criada y su preocupado mayordomo.
Anulada por el personaje creado a su alrededor pero enfermizamente necesitada de la adulación, adicta a los barbitúricos, atormentada por los recuerdos de una madre que trató de prostituirla para los soldados nazis y de su tóxica relación sentimental con el magnate Aristóteles Onassis -que la veía como un objeto preciado que poseer y controlar y que la acabaría abandonando precisamente por Kennedy-, . y desconsolada por la pérdida irremediable de su propia voz. La película la mantiene sumida en un estado de delirio controlado, en el que las fantasías narcóticas se alternan con las ilusorias esperanzas de renacer artístico y personal.

Angelina Jolie es Maria Callas, en la nueva película sobre la célebre icono de la Ópera
Entretanto, Larraín en todo momento se muestra extremadamente reverente tanto con la soprano como con la actriz que le da vida a través de todos los primeros planos que dedica al lucimiento interpretativo de ese personaje compuesto de ambas, y de todas esas escenas en las que lo contempla actuando ante audiencias entregadas -al parecer Jolie entrenó su voz durante meses, y en algunos momentos de la película su propia voz aparece fundida con la de Callas, siendo traicionada por sus cuerdas vocales cuando ya no dan más de sí, y derrochando sofisticación hasta se traga las pastillas a puñados.
Precisamente, las implicaciones emocionales derivadas del conflicto entre la devoción irrenunciable de la cantante a la música y la desesperación que sufre cuando se siente abandonada por ella son el asunto más fascinante a explorar por la película pero, sorprendentemente, Larraín no se muestra especialmente interesado en él; tampoco en los traumas de infancia del personaje, ni en el esfuerzo físico y mental que crear arte al más alto nivel requiere; lo que más parece importarle es el romance que Callas vivió con Onassis.
Y, aunque tal vez es cierto que ella estuviera obsesionada con él hasta el final, resulta algo insultante que aquí se preste más atención a sus amoríos a la enormidad de sus logros y sus conflictos internos, en buena medida porque, como consecuencia de ello, la película insiste en dejar claro que la soprano era muy grande sin alcanzar a capturar qué es lo que le otorgaba esa grandeza; es un retrato abrumadoramente reductivo, y eso es algo que no logran disimular ni los ‘flashbacks’, ni las escenas oníricas, ni los interludios sonoros, ni todos esos planos que la muestran mirando con intensidad la lontananza y ni ese grandioso diseño de producción que asemeja la película a un anuncio de perfume.

Angelina Jolie es Maria Callas en la nueva película de Steven Knight
Pese a ser obras imperfectas, tanto Jackie como Spencer utilizaron a sus respectivas protagonistas para explorar asuntos universales, como los mecanismos que sigue la creación de mitos o cómo el privilegio puede llegar a convertirse en una cárcel. Maria Callas, en cambio, se niega a bajar a su heroína del pedestal y, por ese motivo, ni la interpretación de Jolie logra que empaticemos con su negativa a escuchar consejos y su insistencia casi patológica en morir por su arte. Es una película más interesada en la diva sobrehumana que en la mujer oculta tras ella.