Dicen que detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer. Pero aun hay un paso más. Hay mujeres que aprenden y absorben todo que lo que le enseña un hombre hasta hacerlo suyo. “Puedes ponerte en mis manos”, le dijo el pintor Édouard Manet a la artista Berthe Morisot. “Te diré lo que hay que hacer”. Y ella lo tomó al pie de la letra.
Este anecdótico intercambio entre Manet y Morisot (algunos dicen que fueron amantes), se recoge en un nuevo libro, Paris in Ruins: The Siege, the Commune and the Birth of Impressionism (París en ruinas: el asedio, la comuna y el nacimiento del impresionismo), de Sebastian Smee, crítico de arte estadounidense, y está basado en cartas escritas por Morisot a su hermana Edma.
Smee narra el pasaje en que Manet retocó el cuadro de retrato doble en óleo titulado La madre y la hermana de la artista, que en un principio él había encontrado “muy bueno”, pero, al sentir que la parte inferior del vestido podía mejorarse ligeramente, cogió los pinceles de Morisot. “Una vez empezado, nada podía detenerle; de la falda pasó al busto, del busto a la cabeza, de la cabeza al fondo”, escribió. “Hacía mil chistes, se reía como un loco, me pasaba la paleta, me la devolvía; finalmente, a las cinco de la tarde habíamos hecho la caricatura más bonita que se haya visto jamás”. La impresionista Berthe Morisot soportó la despiadada condescendencia de Édouard Manet, pero es posible que también se haya beneficiado, describe Smee.
Talento amenazado
Berthe, por su rol de mujer, vio amenazado su talento a causa de la fuerte influencia de su compañero, quien, según el libro de Smee, expresó su pesar por el hecho de que, a pesar de lo encantadora que era Morisot, “no fuera un hombre”, y a la vez, destaca a la artista como a una de las pintoras más importantes del siglo XIX.
Lo cierto es que la conexión entre ambos artistas forjó un enriquecimiento del arte del siglo XIX, realmente gracias a sus relaciones personales y colaboraciones. Morisot, con su sensibilidad única, y Manet, con su innovación, se influyeron mutuamente, dejando un impacto duradero en el mundo del arte. Smee se fija en esas conexiones personales y sociales en el desolador París de enero de 1871: los últimos y angustiosos días de la guerra franco-prusiana. En esa ciudad sitiada, Édouard Manet, Berthe Morisot y Edgar Degas están atrapados, y es ahí, a partir del asedio y la Comuna, estos artistas desarrollan un nuevo sentido de la fragilidad de la vida. El sentimiento de fugacidad -reflejado en el énfasis del Impresionismo en la luz fugitiva, las estaciones cambiantes, las escenas callejeras vislumbradas y la impermanencia de todas las cosas- cambiaría la historia del arte para siempre.
Influencia de Berthe en Édouard
Según recoge Smee, Berthe Morisot fue una de las principales modelos de Manet y aparece en varias de sus obras más importantes, como El balcón (1868-1869), donde ella es una de las figuras centrales. Aunque Berthe era inicialmente influenciada por el estilo de Manet, ella también ejerció una influencia en él. Por ejemplo, su uso del color y de pinceladas más libres resonó en Manet. A su vez, la relación con Manet ayudó a Morisot a entrar en contacto con círculos artísticos clave de París.
Más allá de esto, aunque Manet no se identificaba formalmente como impresionista, gracias a la amistad y la colaboración que mantuvo con Morisot, quien fue una de las figuras destacadas del movimiento, estrecharon los vínculos entre su obra y el impresionismo, por lo que la obra de él también se vio influenciada por la de ella, en cierto modo.
Morisot fue una de las pocas mujeres aceptadas en los círculos de vanguardia del arte, y su relación con Manet le permitió destacarse en un ámbito dominado por hombres. A pesar de que se les recuerde como amantes, Berthe Morisot se casó en 1874 con el hermano menor de Édouard, Eugène Manet. Esto consolidó aún más los lazos entre ellos, haciendo de Manet no solo un colega y amigo, sino también su cuñado.
Aunque Manet es más prestigioso y destacado en la historia del arte, el trabajo de Morisot ha ganado un reconocimiento creciente, destacándose como una de las impresionistas más importantes y es que “quizá fue la mejor artista femenina del siglo XIX”, asegura Sebastian Smee.