He vivido los tres primeros conciertos de la gira de Luis Miguel en España: 28 de junio en Córdoba y 6 y 7 de julio en Madrid; conciertos que están siendo todo un éxito. Todavía no soy consciente de lo vivido; lo atesoro en mi corazón, y así espero guardarlo para siempre. Pero me gustan mucho las palabras, las cuido y venero y, como filóloga, necesito dar forma a lo que he vivido; por ello lo escribo, para narrar y poner palabras a lo visto y oído, que es mucho. También es cierto que “recordar”, del latín “recordari”, significa “volver a pasar por el corazón”.
El día 28 de junio tomé un AVE hacia Córdoba para asistir al primer concierto que Luis Miguel daba en su gira española. La ciudad de la mezquita catedral fue elegida por el cantante en un gesto de amor a su pareja, la diseñadora Paloma Cuevas, quien pasó su infancia allí. Las emociones estaban a flor de piel puesto que era la primera vez que iba a verlo en directo. Verdaderamente no era consciente de que ya no iba a necesitar “apagar la luz / para pensar en ti / y así, dejar volar / a mi imaginación” (Romances, 1997) porque se iba a hacer realidad un sueño. Es mi cantante favorito desde que tengo 16 años, cuando escuchaba su disco Romances en mi Walkman, con los ojos cerrados, soñando que alguien me amase así, tal y como rezan las canciones de Luis Miguel en las bellas composiciones escritas por Armando Manzanero: “Contigo aprendí, / que existen nuevas y mejores emociones…” (Romances, 1997).
El concierto era en la plaza de toros Las Califas, que albergó a 15.000 personas con un lleno total. Me pusieron una pulsera con el nombre de Luis Miguel, porque iba a estar sentada en pista, junto a otra que se iba iluminando de distintos colores en cada momento del recital. El escenario es sobrio, está compuesto por tres niveles ocupados por Luis Miguel; Kiko Cibrián, director musical, guitarras eléctrica y acústica; Alex Carballo, director de orquesta y trombón; Lalo Carrillo, bajo; Salo Loyo, teclados; Víctor Loyo, batería; Mike Rodríguez, piano; Roberto Serrano, percusión; Alejandro Barragán, saxofón; Bill Churchville, trompeta; Arturo Solar, trompeta; Omar Martínez, trompeta, y Lara Mrgic, Paula Peralta y Tatyana Cooper, coristas.
Una experiencia completa, con drones incluidos
Una gran pantalla tras ellos en el escenario y dos pantallas laterales que muestran lo que graban Fernando Inglés (director y operador de cámara del tour) y un dron, dirigido por Sebastian, Cu4tro, quien filma desde diferentes perspectivas al artista, lo que ocurre en el escenario y al público ofreciendo esas imágenes en las pantallas y enriqueciendo el espectáculo. Todo un derroche de buen gusto, profesionalidad y cuidado.
El público era muy variado: en su mayoría mujeres, algunas de ellas pertenecientes a los distintos clubs de fans oficiales del artista, también muchas parejas, niños, familias… Gente no solo cordobesa, sino procedentes de diferentes puntos de la geografía española; además de iberoamericanos de diferentes lugares. Por algo es considerado el mejor cantante de habla hispana. Esta variedad de personas que asiste a los conciertos del llamado “Sol de México” es sorprendente, acaso responde sin duda a la unidad que da sin dividir, desde sus canciones, a todo el mundo, sabiéndose reconocidos y acogidos en un tema tan necesario: el amor. El deseo hecho grito de todos los seres humanos, que nos iguala a hombres y mujeres: “Amor, amor, amor, / nació de ti, nació de mí, de la esperanza. / Amor, amor, amor, / nació de Dios para los dos, nació del alma” (Mis Romances, 2001).
Decía el autor cordobés Antonio Gala del flamenco que “es tan contagioso, (…) impregna todo el aire y ha convertido todos los folclores, los ha convertido en flamenco también, los ha aflamencado” y, de hecho, así comenzó a suceder desde el inicio en el que se proyectaron imágenes de sus cuatro décadas de carrera, desde que era un niño, en la pantalla gigante. En esos instantes, la salida de un gran sol, que tiñó el escenario de colores rojos y naranjas, comenzó a reflejarse en la pantalla y subido con un elevador en una plataforma apareció el astro mexicano de adopción. El flamenco, su duende, había hecho su magia y contagiado al artista, quien en tierras cordobesas tenía al público entregado y expectante.
Así comenzaba el concierto de Luis Miguel en Córdoba, traje negro y corbata negra, camisa blanca, impecable y elegante, sonrisa y mirada verde, poniendo a todo el mundo en pie —era casi imposible permanecer sentado— con su clásico Será que no me amas y sus movimientos de cadera tan personales que encandilaban al público y hacían vibrar los corazones. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba así; toda mi atención estaba puesta en ese escenario, no quería perder ni un solo detalle de lo que estaba ocurriendo. Siguieron canciones como Amor, amor, amor, Suave (escrita por Kiko Cibrián para su disco Aries en el 93), Culpable o no, Te necesito, Hasta que me olvides, Dame.
Aunque la mirada que pervive es la del recuerdo jamás imaginé tener unos vídeos de Luis Miguel en mi carrete del iPhone hechos por mí a unos metros de él. Me conmuevo ahora al compartirlos en mi cuenta de Instagram, y me pregunto qué tienen sus canciones que perduran en el tiempo y hacen vibrar los corazones como este Te necesito, escrito por Juan Luis Guerra para el álbum 33, publicado en el 2003. Y me uno a las palabras de inicio de la canción: «yo no puedo vivir/ separado de ti / y no puedo olvidar / tu manera de hablar»; no pudiendo olvidar su manera de cantar.
Ante el gentío, intimidad
En 2021 adopté la canción Hasta que me olvides como melodía propia, íntima, ante el desaliento… No quería rendirme ante la frustración y, mirando al mar, en el mar, lloraba acogiendo cada palabra. «Hasta que me olvides, voy a intentarlo…». Y he seguido en esa estela, luchando… La música me ha salvado de muchos de mis naufragios y Luis Miguel ha venido de nuevo a desvelar un aspecto, unos rasgos de mí, que me hacen única.
Llegó el tiempo de dos de sus boleros únicos: Por debajo de la mesa (Romances, 1997) y No sé tú (Romance, 1991), del maestro Armando Manzanero. Si acaso, fue uno de los momentos más íntimos del concierto, aunque la intimidad se te impone desde que él pone el pie en el escenario y escuchas su voz. Sabe trasladarte a su universo y te lleva de la mano en la hora y media de duración del show.
Le siguen las bellísimas canciones del álbum Segundo Romance (1994), Como yo te amé, Solamente una vez, Somos novios, Todo y nada y Nosotros. Compositores de la talla de Agustín Lara, Vicente Garrido, Pedro Junco y, de nuevo, Armando Manzanero son clásicos que en la voz de Luis Miguel alcanzan una dignidad inigualable. Es inevitable preguntarse si el éxito del cantante, esa atracción magnética que genera entre tantas almas, entre otros muchos factores, se debe a la sabia elección y el buen gusto musical, que, desde niño, supo combinar. “Somos novios / pues los dos sentimos mutuo amor profundo / y con eso / ya ganamos lo más grande de este mundo”. ¿Quién no puede reconocerse en estas letras de Manzanero?
Aquí irrumpe un acertado homenaje en duetos a dos grandes de la música: Michael Jackson y Frank Sinatra. Poder escuchar sus voces junto a la de Luis Miguel es toda una delicia. Aparecen en la pantalla imágenes de Jackson mientras suenan los acordes de Sonríe/Smile (feat. Michael Jackson), canción que “El Sol” cantó en su disco Navidades (2006) y tema compuesto por Charles Chaplin: “Si ese amor terminó, / otro amor puede llegar, / nunca es tarde para amar / y volver a ser feliz. / Sonríe”. Es importante reseñar que Luis Miguel fue el único cantante latino invitado por Sinatra para participar en el álbum Duets II (1994), interpretando a dúo la canción Come Fly With Me. Los bellísimos ojos azules y la voz inconfundible de Sinatra llenaron el espacio de aquella plaza con aquella canción.
Muchas de las canciones son medleys. Recoger 40 años de trayectoria musical es complicado y llega el momento de un up tempo medley, con los sencillos Un hombre busca a una mujer (Busca una mujer, 1988), Cuestión de piel (momento dron) y Oro de ley (20 años, 1990), Fría como el viento (Busca una mujer, 1988), Tengo todo excepto a ti, Entrégate (20 años, 1990). Todas ellas compuestas por el compositor español Juan Carlos Calderón, quien estuvo al lado de “El Sol “desde 1984 a 1990, una etapa en la que se consolidó su monumental carrera. En este momento el artista juega con el dron que, aunque repetidas veces pasa por su lado para tomar panorámicas diferentes, esta vez se queda junto a él y, llamado por el artista, se queda parado para ser tomado en sus manos. El cantante se enfoca a sí mismo, sonríe (¿acaso deja de hacerlo en algún momento?), enfoca al público y da la vuelta a la cámara a modo de selfie. Córdoba cae rendida a sus pies.
Mariachis mexicanos
En los conciertos de Luis Miguel todo está medido, meticulosamente pensado; no hay nada al azar y aparecen en escena 14 mariachis, la Mariachi Vargas de Tecalitlá, entonando Negrita de mis pesares o Guadalajara. Aquí afloran los sentimientos de los mexicanos residentes en España y de todos los presentes hermanados con ellos. Luis Miguel desaparece y reaparece luciendo camisa, chaleco y pantalón negro para cantar tres temas muy famosos y coreados con gran pasión por todos los asistentes: La fiesta del Mariachi (México por siempre, 2018), La Bikina (Vivo, 2000) y La media vuelta (Segundo Romance,1994); rancheras que siempre han acompañado su trayectoria musical. Terminó recreando una bandera de México con serpentinas para sorpresa de todo el público, que nos vimos inundados de tiras de colores.
Para finalizar el concierto recurrió de nuevo a dos medleys. El primero, “Oldies ballads medley”, con No me puedes dejar así (Decídete; 1983), Palabra de Honor (Palabra de Honor, 1984), La incondicional (Busca una mujer, 1988), Te propongo esta noche (Amarte es un placer, 1999). Yl segundo como broche final de la fiesta, “Oldies Pop Medley”, con Ahora te puedes marchar (Soy como quiero ser, 1987), La chica del bikini azul, Isabel (Palabra de Honor, 1984) y Cuando calienta el sol (Soy como quiero ser, 1987). El staff del artista, desde la canción Te propongo esta noche, que cambió radicalmente su melodía a algo más eléctrico y disco, comenzó a lanzar al público pelotas negras con el logo de Luis Miguel (unas sencillas letras LM) generando un ambiente en el que él y nosotros ya éramos una misma cosa.
De Córdoba a Madrid
Ya de vuelta a Madrid, mientras compartía algunos stories en mi Instagram, me preguntaba: ¿de qué está hecho mi corazón que ya te echo de menos, Luis Miguel? Sabía perfectamente que iba a escucharlo de nuevo en Madrid, pero sí tuve la certeza de que estamos hechos para la belleza y por menos de esto no merece la pena vivir la vida. No es que la belleza se corresponda inmediatamente con momentos felices o de fiesta, sino con vivir tan intensamente lo real que podamos extraer qué tienen para nosotros todas las cosas que nos acontecen.
Los dos conciertos en el estadio Santiago Bernabéu han seguido la misma estructura con algunas novedades y acentos particulares del artista Luis Miguel. Como novedad, varios bailarines de danza tradicional y un experto del lazo corredizo aparecieron como sorpresa en el momento de las rancheras. También una orquesta elegida especialmente por Marta Morán, violinista y cancionista, perteneciente a la Orquesta de RTVE, que ayudó a Alejandro Carballo (músico de Luis Miguel) a juntar a un grupo de grandes músicos que acompañaron a Luis Miguel y sus músicos en estos dos históricos conciertos.
El estadio merengue reunió cada noche a 45.000 personas, misma textura de público, entre las que pudimos ver a la hija del cantante, Michelle Salas, y a su marido; al hermano de Luis Miguel, Alejandro Basteri, con uno de sus hijos, y a los padres de Paloma Cuevas, Victoriano Valencia y Paloma Díaz. Las pantallas que han instalado en el nuevo Bernabéu imprimían más emoción a un show que de por sí ya tiene ese ingrediente añadido. El mismo Luis Miguel, en su primera noche en Madrid, no pudo reprimir un onomatopéyico “guau” de conmoción al ver a tantas almas que ya lo esperaban. Es este uno de sus acentos particulares: Luis Miguel apenas habla, su comunicación con el público son sus canciones y su lenguaje corporal: su movimiento de caderas tan característico, su sonrisa, sus gestos llevándose la mano al corazón, sus besos al aire lanzados al público y su entrega infinita y máxima a su pasión, que es amor: cantar. Sí que es cierto que, en Madrid, no pudo evitar en varias ocasiones decir “Vamos Madrid”; tampoco pudo callarse cuando todos cantábamos La Bikina y nos dijo “se la saben”, además de sus clásicos “cómo dicen” constantes a su público.
Otro acento, que es virtud en Luis Miguel, es su voz. Si bien en todos se pudo disfrutar de la calidad vocal de Luis Miguel, fue en Córdoba y en el segundo pase del Bernabéu donde se pudo apreciar con más nitidez este rasgo. En el primero, por la lejanía del escenario y porque todos coreamos sin cesar cada una de las canciones, perdía más sonido; pero, sin embargo, se apreciaba muy bien. Cuando Luis Miguel sale al escenario tiene la capacidad de captar toda la atención; el mundo se para para observar qué está ocurriendo, y eso muy pocos artistas lo consiguen.
“Maestría y oficio”
Siempre he dicho que su voz me acaricia el alma, desde que era pequeña. Aunque no sabía verbalizarlo así, podía pasar horas y horas escuchando su voz aterciopelada y en ese español mexicano tan maravilloso. Es un regalo su voz, un privilegio. Un don para los demás. Hay gente que nace con ese don para transmitir la belleza de lo intangible y a su vez, de lo humano. Como dijo el periodista Rafa Cano, le pone “maestría y oficio”, jugando con su voz, modulando los graves de un modo magistral. Ha sufrido problemas vocales, probablemente una infección al inicio de la gira en agosto de 2023, pero se ha ido recuperando.
Como bien me dice un querido amigo, no podemos mirar solo lo que falta, sino lo que hay, y admirarlo. Luis Miguel juega con el tempo de las canciones, los alarga, los corta, improvisa… Es la magia del directo, del vivo. Hace modificaciones en las canciones que son más bellas que en el original (así lo ha hecho en “Hasta que me olvides”). Sus graves son profundos, disfruta de ellos y los explota. Mide sus agudos, los dosifica para recrearlos de manera ordenada. Se comunica mucho con sus músicos, con tan solo una mirada ellos entienden lo que necesita. En definitiva, así lo viví, si bien es cierto que el domingo se impuso el silencio en mí, quizá porque sabía que ya era el último concierto al que asistiría; aunque en mi interior le dije un agradecido: “Hasta pronto, Luis Miguel”. Estos días he viajado físicamente pero también emocionalmente, cada canción, interpretación, cada matiz tenía algo para mí, que quizá ahora no logro ver suficientemente, pero acabará brotando. Los sueños se cumplen, mucho más hermosos de lo que imaginamos porque son realidad. Gracias por existir, Luis Miguel, parafraseando una de tus canciones: “Si no existieras, yo te inventaría”.