Desde el Prometeo de Rubens, que representa el momento en el que este personaje de la mitología escapa del Olimpo con la llama para dársela a los hombres, hasta Las lanzas de Velázquez, en la que se muestra el gesto de magnanimidad y respeto hacia el rival derrotado, el Museo del Prado propone un recorrido por 33 cuadros que enlazan deporte y pintura.
En unos la relación es evidente y casi física con el gesto deportivo (como en La caída de Icaro con el salto del altura, o el Sansón con el lanzamiento de disco), mientras que en otros es simbólica o poética, como en los casos del bádminton o el triatlón con La reina María Luisa de Goya o la copia de Van Dyck del retrato de Carlos I de Inglaterra.
Natación: El jardín de las delicias, de el Bosco
En este detalle de El jardín de las delicias se ve la importancia que el Bosco otorga al agua. El panel central muestra un Paraíso engañoso a los sentidos, un falso Paraíso entregado al pecado de la lujuria. Contribuye también a ese engaño el hecho de que esta tabla central parezca una continuación de la del Paraíso terrenal, al utilizar el pintor un paisaje unificado, al que dota de una línea de horizonte muy elevada que favorece el amplio desarrollo de la composición, distribuida en tres planos superpuestos, tanto en estas dos tablas del Paraíso y el Jardín como en la del Infierno.
Al fondo de la escena, el Bosco ha incluido cinco construcciones fantásticas sobre el agua, la central similar a la fuente de los Cuatro Ríos del panel del Paraíso, aunque resquebrajada para simbolizar su fragilidad, así como el carácter efímero de las delicias de las que gozan los hombres y mujeres que pueblan este jardín.
Tiro con arco: Ofrenda a Venus, de Tiziano
La ofrenda enfrentó por primera vez a Tiziano con la recreación de una pintura de la Antigüedad (El rapto de Europa sería la última), lo que probablemente explique su fidelidad al texto, que siguió en los más mínimos detalles compositivos e incluso cromáticos: “Mira unos Erotes que recogen manzanas. Y no te sorprenda su número. Son hijos de las ninfas y gobiernan a todos los mortales, y son muchos porque son muchas las cosas que aman los hombres […] ¿Sientes algo de la fragancia que llena el jardín, o no se te alcanza? […] Hay aquí unas hileras de árboles, con espacio suficiente para pasear entre ellos, y blanco césped bordea los senderos, dispuestos como un lecho para quien quiera acostarse encima. En los extremos de las ramas, manzanas doradas, rojas y amarillas invitan al enjambre entero de Erotes a recolectarlas […]”.
En primer plano de La ofrenda a Venus se pueden ver a un ángel portando un arco y una flecha, razón por la que el Museo del Prado y el COI lo han elegido para representar esta disciplina olímpica.
Piragüismo: El paso de la laguna estigia, de Patinir
Esta pintura de Patinir destaca por su originalidad y su composición, distinta a la habitual, formada por planos paralelos escalonados. Favorecido por el formato apaisado de la tabla, el autor divide verticalmente el espacio en tres zonas, una a cada lado del ancho río, en el que Caronte navega en su barca con un alma.
Tomando como fuente de inspiración las representaciones anteriores del Paraíso o del Purgatorio del Bosco, decisivas en su proceso y creación final, Patinir reúne en una única composición imágenes bíblicas junto a otras del mundo grecorromano. El ángel situado en un promontorio, los otros dos, no lejos de éste, que acompañan a las almas, y algunos más, junto con otras almas minúsculas, al fondo, permiten conocer a la izquierda el Paraíso cristiano. Por el contrario, el Cancerbero parece identificar el Infierno representado a la derecha con Hades, asociándolo con la mitología griega, lo mismo que Caronte con su barca.
La imagen de Caronte con la barca inspira al COI y al Museo del Prado para asemejarlo al piragüismo olímpico.
Atletismo: Hipómenes y Atalanta, de Guido Reni
La obra recrea un pasaje del mito clásico de Hipómenes y Atalanta descrito por Ovidio en el libro X de sus Metamorfosis. A la joven Atalanta, hija del rey Esqueneo, le fue vaticinado que, en caso de contraer matrimonio, habría de hacer frente a grandes desventuras. Su niñez no había sido fácil, tras quedar abandonada en los bosques por su propio padre, quien rehusaba tener una heredera mujer. Allí pudo sobrevivir gracias al cuidado de una osa enviada por la diosa Diana hasta que unos cazadores la rescataron. Decidió por ello consagrar su virginidad a la misma Diana, persistiendo así en la idea de no desposarse, aunque ante la insistencia de su progenitor hubo de acceder a recibir a sus pretendientes. Impuso, sin embargo, la dura condición de que solo se casaría con aquel capaz de ganarle en una carrera, siendo ella especialmente veloz, mientras a los perdedores se les castigaría con la muerte.
El joven Hipómenes, descendiente del dios Neptuno, se encontraba en el lugar previsto para la prueba, enamorándose de Atalanta nada más verla. Desafió por ello a la doncella a que corriera contra él, instándola a asumir un verdadero reto, al ser Hipómenes de origen divino. Consciente, no obstante, de lo difícil y arriesgado del desafío, este se encomendó a la diosa del amor y de la belleza, Venus, quien le propuso una estratagema con la que ganar la carrera. La diosa le hizo entrega de tres frutos dorados, procedentes, según las distintas versiones del mito, del Jardín de las Hespérides o del de la propia Venus en Chipre, que Hipómenes habría de arrojar durante la competición para distraer a su amada contrincante y así obtener ventaja sobre ella.