‘Little Girl Blue’, viaje a los confines de una madre

La directora, Mona Achache, trata de descubrir a través de este film por qué su madre se suicidó y la dejó sola

“¿Quién leerá lo que he escrito en las profundidades de esta carpeta? ¿Por qué mantengo la esperanza de ser comprendida después de mi muerte?” Son palabras escritas en un documento almacenado en el ordenador de Carole Achache. Su hija, Mona Achache, las revisa al principio de Little Girl Blue, el fascinante docudrama que ha dirigido con la esperanza de satisfacer finalmente ese anhelo de su madre: que alguien la entienda. En esos primeros compases de la película, recién estrenada en nuestro país a través de Filmin, vemos a la cineasta escudriñando el archivo que su progenitora dejó al morir, 25 cajas llenas de miles de cartas y de fotografías, cuadernos y grabaciones de audio. Va fijando las fotos en las paredes, colgando materiales del techo y creando ‘collages’, estableciendo entre todos esos documentos visuales conexiones que evocan una investigación policial. Su intención es repasar la turbulenta vida de Carole para entender por qué, en 2016, se suicidó. “Tengo un sueño imposible: resucitar a mi madre de entre los muertos para que pueda decirme por qué terminó con todo”, explica ella misma. Su misión la conducirá hasta la borrosa figura de su abuela y también, inevitablemente, a revisitar aspectos oscuros de su propio pasado.

Para cumplirla, la directora toma una decisión que inicialmente puede resultar desconcertante al espectador: servirse de la actriz Marion Cotillard para que se meta en la piel de mamá, y llamar la atención sobre cuanto esa estrategia narrativa tiene de artificio. Achache aparece en pantalla sacando de un cajón ropa y objetos que pertenecieron a Carole, y accesorios como una peluca y lentes de contacto, y luego Cotillard va usando todo ese material para meterse en el papel; también entrena la voz, ensaya sus monólogos a partir de las instrucciones que la directora le da basándose en sus engañosos recuerdos, y poco a poco Little Girl Blue se va desvelando no solo como un estudio de los secretos que se acumulan a través de tres generaciones de mujeres de una familia, sino también como una reflexión sobre la maleabilidad de la memoria, y sobre el proceso a través de una intérprete asume como propio el dolor de su personaje.

Carole Achache nació en el seno de la realeza intelectual parisina, y nunca encontró acomodo en aquel mundo; de hecho, es en buena medida el influjo de ese entorno lo que la sumió en el trauma. Su madre era Monique Lange, hija del historiador científico Jean-Jacques Salomon, ahijada de William Faulkner, empleada en la mítica editorial Gallimard y aplicada miembro de la ‘intelligentsia’ artística de la ciudad. Fue amiga íntima de Albert Camus, Marguerite Duras y Jorge Semprún, coescribió guiones para Roberto Rossellini y Henri-Georges Clouzot, y adoró al escritor homosexual Jean Genet hasta tal punto que le permitió acercarse demasiado a su hija: la revelación más sorprendente de Little Girl Blue es que, cuando Carole tenía tan solo 12 años, Genet -ídolo de la contracultura, adorado por todos desde Jack Kerouac hasta David Bowie- la arrojó a los brazos de uno de sus propios amantes bisexuales.

El marido de Lange era el ilustre escritor Juan Goytisolo, también gay, y saber que su padrastro dormía frecuentemente con hombres también contribuyó, al parecer, a que Carole desarrollara ideas algo confusas sobre el amor, las relaciones y la familia. Ya a finales de los 60, en un contexto de la liberación sexual, política e intelectual, la joven recurrió a la prostitución y al consumo de drogas para escapar del dolor y de sus sentimientos de fracaso personal. En los 70 intentó abrirse camino como actriz e interpretó pequeños papeles para directores como Costa-Gavras y Joseph Losey; trabajó como fotógrafa en los rodajes de películas de Claude Sautet y Bertrand Tavernier; trató en vano que el establishment literario la tomara en serio como escritora. Nada funcionó, y el documental sugiere que en ese rechazo radica parte del origen de sus tendencias suicidas. Finalmente, tras el nacimiento de su hija Mona en 1981, encontró en la maternidad cierta satisfacción y algo parecido a una estabilidad, aunque la directora de Little Girl Blue reconoce no estar segura de ello. Una de las grandes virtudes de su película, de hecho, estriba en la agudeza con la que reconoce que los hijos nunca llegan a conocer del todo las vidas interiores de sus padres y que, a menudo, incluso los recuerdos más amables esconden mucho tormento.

Llegado el momento, confiesa ella misma, también la propia Mona se vio obligada a pagar el precio por ser una mujer joven en el seno de una intelectualidad que no ocultaba sus abusos, y que los disfrazaba de libertad: como se relata en un momento de su película, mientras pasaba las vacaciones con Goytisolo en Marruecos fue agredida sexualmente por el amante del escritor, un marroquí analfabeto en quien hoy reconoce a un agresor pero también a una víctima más del poder ostentado por otros. Y cualquier duda que pueda quedar tras esta revelación acerca del afán terapéutico que para ella tiene esta película queda disipada al final de su metraje, a través de un climático encuentro entre los vivos y los muertos que sirve no solo para dejar claro el vínculo inquebrantable entre madre e hija, sino también como símbolo de cómo una generación de mujeres condenadas a la sumisión ha sido relevada por otra que de ningún modo se va a quedar callada.

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