En el vasto océano de la fantasía contemporánea, donde los dragones de Martin, los magos de Sanderson o los espadachines de Abercrombie copan los estantes y los foros de recomendación, hay joyas que duermen a la intemperie, esperando que algún lector curioso se atreva a despertarlas. Una de ellas es, sin lugar a dudas, la trilogía de novelas de fantasía conocida como Los magos de la pólvora, escrita por Brian McClellan.
Aunque rara vez aparece en las listas de lectura imprescindibles, quien se adentra en su mundo ya no regresa igual.
Una propuesta explosiva en un género saturado
La trilogía de novelas de fantasía de McClellan no teme romper moldes. Lejos de los clichés medievales o las intrigas cortesanas, su universo se define por la pólvora, el estruendo de los cañones y el olor a azufre. Estamos ante una fantasía que se hermana más con la Revolución Francesa que con la Edad Media. Y ahí radica parte de su originalidad.
El primer volumen, Promesa de sangre, nos lanza de lleno a un golpe de Estado. El mariscal de campo Tamas decapita a la monarquía y desata una guerra entre naciones, dioses y traiciones familiares. Desde las primeras páginas, el lector se enfrenta a un mundo donde la política es tan letal como la magia y donde la trilogía de novelas de fantasía no teme mancharse las manos de sangre y pólvora.

Uno de los grandes aciertos de esta trilogía de novelas de fantasía es su sistema mágico. Aquí, los magos canalizan su poder a través de mosquetes, balas y explosiones. Esta premisa aparentemente superficial se convierte en una herramienta narrativa riquísima. Un elemento que McClellan explota con inteligencia y profundidad.
Más allá del espectáculo, la trilogía está atravesada por una crítica feroz a los sistemas de poder, a las estructuras jerárquicas que repiten los errores de los antiguos regímenes y a la delgada línea que separa la justicia de la venganza. La trilogía de novelas de fantasía de McClellan no busca epatar con fuegos artificiales. Quiere hablar del precio de la revolución, del desgaste moral del liderazgo y del incierto legado de los héroes.
Personajes que dejan huella en una trilogía de novelas de fantasía con acción, ritmo y una prosa eficaz
Otro de los motivos por los que esta trilogía de novelas de fantasía merece mayor atención son sus personajes. Tamas, el revolucionario envejecido por la guerra; Taniel, su hijo, atrapado entre el deber y el desencanto, y Adamat, un investigador que podría haber salido de una novela negra, componen un trío narrativo que aporta diversidad de tonos, voces y conflictos.
Lejos del arquetipo del elegido o del héroe sin mácula, los protagonistas de esta trilogía de novelas de fantasía están marcados por sus errores, sus contradicciones y su humanidad. En ese sentido, McClellan se aproxima más a la crudeza moral de Glen Cook o Joe Abercrombie que al idealismo clásico de Tolkien.

No hay que engañarse: esta trilogía de novelas de fantasía también funciona como una máquina perfectamente engrasada de entretenimiento. McClellan tiene un instinto natural para el ritmo narrativo, sabe dosificar los giros de guion y construir escenas de acción con pulso cinematográfico.
Pero lo más interesante es cómo, a pesar de su ritmo trepidante, nunca sacrifica la carga emocional ni el desarrollo de sus temas. Cada batalla, cada conspiración, cada traición, empuja a los personajes hacia un límite emocional que les obliga a cuestionarse a sí mismos y al mundo que han ayudado a destruir o construir. Por eso, esta trilogía no solo entretiene: también remueve.