‘La semilla de la higuera sagrada’: el futuro de Irán les pertenece a ellas

La candidata alemana al Oscar alza la voz contra el fanatismo, la corrupción y el celo patriarcal del régimen teocrático que gobierna Irán, y que enfrenta a sus ciudadanos los unos con los otros hasta hacerlos cómplices de la tiranía

La filmación de La semilla de la higuera sagrada se desarrolló en la clandestinidad y entre precauciones extraordinarias, con un equipo de rodaje minúsculo y en apenas un puñado de localizaciones, y sin la presencia física -pero sí virtual- de su director, Mohammad Rasoulof, durante prácticamente todo su transcurso. En algún momento del proceso, Rasoulof fue condenado a 8 años de prisión, latigazos y confiscación de bienes porque, según la sentencia, sus películas promueven “la intención de cometer crímenes contra la seguridad” de Irán; ya había sido encarcelado varias veces por motivos similares a lo largo de los últimos tres lustros. Poco después de recibir la noticia, justo al finalizar el rodaje, el cineasta escapó del país a pie, y viajó durante 28 días hasta llegar a Alemania, donde actualmente reside. La semilla de la higuera sagrada, que ahora llega a España, es la candidata alemana al Oscar.

Resulta inevitable tener en cuenta las circunstancias que determinaron la producción de la película a la hora de considerar su contenido. Ambientada durante la campaña de protestas ciudadanas que tuvieron lugar en Teherán y otras ciudades iraníes desde finales de 2022, después de que la joven Mahsa Amini muriera mientras se hallaba bajo custodia policial -había sido detenida por no llevar el velo bien colocado-, es la ficción más airada de un director que ha dedicado su carrera a alzar la voz contra el fanatismo, la corrupción y el celo patriarcal del régimen teocrático que gobierna su país, y que enfrenta a sus ciudadanos los unos con los otros hasta hacerlos cómplices de la tiranía; así lo demuestran también largometrajes como Goodbye (2011), Manuscripts Don’t Burn (2013) y La vida de los demás (2020), por el que fue galardonado con el Oso de Oro en la Berlinale.

Al principio de La semilla de la higuera sagrada conocemos a Iman, un veterano funcionario de la República Islámica que ha sido ascendido al cargo de investigador del Tribunal Revolucionario -el mismo organismo que condenó a Rasoulof-, y que va camino de convertirse en uno de sus poderosos jueces; lograrlo proporcionará un alojamiento más espacioso para él y su familia, que completan su esposa, Najmeh, y sus dos hijas, Rezvan y Sana, que cursan estudios universitarios y secundarios respectivamente. Con ese fin, eso sí, es importante que todos ellos tengan un comportamiento irreprochable en público, lo que significa el uso adecuado del velo y restricciones en el uso de las redes sociales o, en otras palabras, motivos de ansiedad para las dos más jóvenes de la casa.

Iman, que es un hombre de principios, queda consternado al darse cuenta de que su trabajo exige firmar un número creciente de sentencias de muerte sin siquiera tener ocasión de investigar sin son pertinentes -la mayoría de ellas son penas contra meros manifestantes-; en Irán, queda claro, escalar puestos dentro de la imponente maquinaria burocrática significa aplastar a otras personas y hasta pisotear sus cadáveres. En casa, Najmeh ofrece apoyo moral a su marido e intenta que las chicas obedezcan las nuevas normas mientras, fuera de ella, las calles se llenan de mujeres estudiantes cuyos lemas -“¡Abajo el dictador!”, “¡Abajo la teocracia!”, “¡Mujeres, vida, libertad!”- son un ataque directo a la misoginia de quienes gobiernan el país. La cobertura televisiva oficial de las manifestaciones contrasta radicalmente con las imágenes grabadas por sus asistentes con sus teléfonos, que muestran cuerpos ensangrentados arrojados en el suelo y a policías que golpean y secuestran a civiles; se trata de imágenes reales, que Rasoulof obtuvo de verdaderos manifestantes, y que en muchos casos nunca antes habían visto la luz.

Las revueltas callejeras hallan un equivalente dentro del hogar, donde las chicas empiezan a organizar sus propios actos de resistencia y rebelión. Su padre tiene un interés personal en mantener el régimen en Irán, tanto porque las injusticias patriarcales lo benefician como porque en ese país la disensión significa pérdida de libertad, torturas, ruina económica o algo mucho peor; su madre, por su parte, depende tanto de su marido que no le queda otro remedio que anteponerlo a su propia voluntad y la de sus hijas, aunque poco a poco empezará a reexaminar sus lealtades como esposa, madre y ciudadana. Llegado el momento, el arma que le ha sido proporcionada a Iman desaparece misteriosamente, y ese incidente resultará ser el detonante de la implosión de la familia. De repente, el patriarca empieza a convertir el núcleo familiar en un microcosmos del régimen, y como resultado La semilla de la higuera sagrada se llena de imágenes de amenazas, violentos interrogatorios, encarcelamientos caseros, persecuciones y fugas.

El título de la película alude a un arbusto, también conocido como Ficus Religiosa, cuyas semillas crecen parasitando otras plantas y árboles hasta asfixiarlos, y lo más fácil es dar por hecho que Rasoulof lo usa a modo de metáfora de la represión ejercida por la República

Islámica contra los iraníes; sin embargo, también es posible interpretarlo como una alusión al poder de la juventud del país, especialmente de la femenina, para hacer caer un gobierno criminal. De hecho, la película concluye con un desastre que, no obstante, acarrea consigo mucha esperanza, en el despertar colectivo de una sociedad que ya no pueden soportar más las injusticias, y en la capacidad de las mujeres para usar el inmenso poder que adquieren cuando están unidas. Rasoulof pone rostro a esa esperanza en una escena durante la que Iman intercambia miradas con la joven que conduce el coche que se detiene en un semáforo junto al suyo: la chica lleva el cabello corto y descubierto, escucha música de baile por la radio, y dirige al investigador una mirada fría y desafiante que lo deja claro: el Viejo Orden tiene los días contados.

La semilla de la higuera sagrada no es una película sutil, aunque a su favor podría decirse que el asunto tratado no invita a las sutilezas. Deja clara su postura política al principio de su metraje y luego se dedica insistentemente a repetirla, y para ello se sirve de personajes que no son sino simples estereotipos. Entretanto, resulta absorbente mientras traza todo un mapa de tensiones psicológicas en el claustrofóbico entorno doméstico pero pierde fuelle narrativo en cuanto se adentra en ese territorio en el que comparten espacio el ‘thriller’ y el cine de terror. En cualquier caso, decíamos, es razonable atribuir parte de esas deficiencias a las condiciones en las que la película fue rodada y, por tanto, considerarlas como evidencia de su importancia y de la valentía que completarla requirió, como si fueran cicatrices en el cuerpo de un héroe popular. ¿Habríamos preferido en su lugar una película más sofisticada, pero inofensiva para el gobierno iraní?

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