El 15 de abril de 2019, el mundo entero contuvo la respiración mientras un incendio devoraba el techo de Notre Dame de París, uno de los símbolos más icónicos del cristianismo y la historia europea. La catedral, erigida como un bastión de la fe y del arte gótico en el siglo XII, fue testigo de su propia destrucción ante las llamas que consumieron su cubierta y provocaron el colapso de su emblemática aguja, diseñada en el siglo XIX por Eugène Viollet-le-Duc. Hoy, cinco años después, la catedral se prepara para reabrir sus puertas al público, pero no sin polémica.
Aunque los trabajos de restauración han sido calificados como una proeza técnica y administrativa, numerosas voces críticas cuestionan si la prisa por restaurar Notre Dame ha traicionado su identidad histórica y espiritual. Para algunos, la catedral que resurge de las cenizas es un monumento despojado de su alma, más cercano a una atracción turística que a un santuario de la cristiandad.
Un renacimiento exprés
La restauración de Notre Dame, financiada con más de 800 millones de euros provenientes de donantes de todo el mundo, ha sido extraordinariamente rápida si se compara con otros proyectos similares. Tan solo un día después del incendio, el presidente Emmanuel Macron prometió que la catedral sería reconstruida en cinco años, en un esfuerzo que combinaba simbolismo patriótico y ambición técnica.
El proyecto fue dirigido por el general Jean-Louis Georgelin, quien hasta su fallecimiento en agosto de 2023 fue una figura clave en garantizar el cumplimiento del calendario. Bajo su liderazgo, se llevaron a cabo inspecciones exhaustivas de los daños, se retiraron más de 200 toneladas de escombros y se reconstruyeron las estructuras colapsadas. Entre los logros más destacados figura la reconstrucción fiel de la aguja de Viollet-le-Duc, una réplica exacta de la original que recupera su lugar en el cielo parisino.
La restauración de Notre Dame ha sido un esfuerzo titánico que movilizó a más de mil artesanos, arquitectos y expertos en patrimonio. Philippe Villeneuve, arquitecto jefe del proyecto, fue uno de los líderes fundamentales para garantizar que la reconstrucción se llevara a cabo con rigor técnico y fidelidad histórica. Su equipo no solo enfrentó el reto de reconstruir la aguja, sino también de estabilizar una estructura debilitada por las llamas.
“El tiempo apremiaba, pero nuestra prioridad era respetar la esencia del monumento”, afirmó Villeneuve en declaraciones al periódico Le Figaro. Sin embargo, la reconstrucción fue marcada por el cronograma impuesto por el presidente Macron. Se emplearon técnicas modernas como escaneos digitales y modelos en 3D para recrear las partes dañadas. Además, se utilizaron más de mil robles para reconstruir la “forêt”, el armazón de madera original, respetando las técnicas medievales. A pesar de estos esfuerzos, muchos se preguntan si la prisa por cumplir con los plazos ha sacrificado la autenticidad y el alma de la catedral.
Las críticas al “casino de Las Vegas”
Desde el inicio de las obras, surgieron voces críticas que acusaron al proyecto de priorizar la velocidad sobre la conservación. “El resultado parece más un decorado que un monumento histórico”, opinó en Le Monde el historiador del arte Jean-Marc Fourchon. Particularmente controvertida ha sido la introducción de elementos modernos, como la iluminación LED y una reorganización del interior diseñada para facilitar visitas turísticas, algo que algunos comparan con la estética de “un casino”: “Parece un casino de Las Vegas que imita a Notre Dame porque le has quitado algo esencial: el tiempo”, opina el divulgador sobre arte y arquitectura Pedro Torrijos.
“Notre Dame está perdiendo su carácter espiritual”, argumenta Monseñor Patrick Chauvet, rector de la catedral, en una entrevista con La Croix. “Es un lugar de fe, no solo un destino turístico; un lugar para la gloria de Dios, no un museo”. Las críticas se han centrado en el equilibrio entre preservar la solemnidad del lugar y adaptarlo a las necesidades de un público diverso, lo que ha planteado un debate más amplio sobre el papel de los monumentos históricos en el siglo XXI.
Un símbolo femenino universal
Además de su importancia religiosa y arquitectónica, Notre Dame es un monumento singular por su nombre: “Nuestra Señora”. Dedicada a la Virgen María, la catedral representa un ideal femenino asociado con la protección, la fortaleza y la esperanza. Los arquitectos que trabajaron en el proyecto desde 1163 alzaban una obra de arte monumental dedicada a la figura de Nuestra Señora, poniendo el foco de atención en la representación de la Virgen María en su figuración simbólica, así como la figura de Santa Ana, Madre de Nuestra Señora. Este simbolismo trasciende la fe cristiana y la convierte en un icono universal.
“El gótico de la mano del obispo Maurice de Sully puso las bases para la reivindicación y la monumentalización de la figura de la mujer en la iglesia, entre lo divino y lo terrenal. Así fue como posteriormente, con la llegada del Romanticismo, la exaltación europea en búsqueda de la libertad, así como una nueva concepción de la Naturaleza y la vida del ser humano, dieron a Notre Dame una proyección revolucionaria al monumento que se convierte en puro deseo de avanzar en la libertad de las figuras, el movimiento, la simbología, sin dejar nunca el pasado atrás. De esa transformación de ideales sociales, Notre Dame se convirtió en la mejor de las alegorías entre la Naturaleza y la representación de la mujer, desde la divinización a lo más romántico”, señala Mar Joanpere, Coordinadora del Metoo University.
Un legado en disputa
La restauración de Notre Dame ha reabierto debates sobre el equilibrio entre modernidad y tradición. ¿Deberían los monumentos adaptarse al presente o permanecer fieles a su pasado? ¿Qué se pierde en el intento de hacerlos accesibles a todos? Philippe Villeneuve, quien ha defendido el proyecto contra sus detractores, sostiene que el objetivo era preservar la esencia de la catedral mientras se adaptaba al futuro. “Hemos trabajado con la convicción de que Notre Dame no pertenece solo al pasado, sino también al presente y al porvenir”, afirmó en una entrevista reciente.
Mientras tanto, los parisinos esperan ansiosos la reapertura de su catedral, aunque muchos temen no reconocer en ella a la “dama” que durante siglos ha sido un pilar de la identidad francesa y occidental. En última instancia, el renacer de Notre Dame no solo representa la reconstrucción de un edificio, sino un reflejo de los dilemas contemporáneos sobre cómo tratamos nuestro patrimonio y qué significado le otorgamos. La “madre de todos” se alza de nuevo, pero el debate sobre si esta Notre Dame sigue siendo la misma está lejos de apagarse.