Hombres. Hombres que luchan con otros hombres, que amenazan a otros hombres, que se organizan para delinquir (mafia, o llamémoslo, eufemísticamente, crimen organizado). Hombres que matan a otros hombres por dinero, por mujeres; en última instancia, por poder. Hombres que deben dominar a las mujeres de su vida, a las que ven como seres humanos inferiores, como espectadoras o como objetos que se pueden codiciar, controlar y abusar como un medio para afirmar el dominio masculino tanto en la familia como en la sociedad en general.
Es una de las mejores películas de la historia del cine, sí, pero El Padrino es también un largometraje profundamente machista y patriarcal. Es el reflejo de una sociedad que lo era (la del sur de Italia, aunque la familia Corleone vive en Nueva York), de un grupo humano que lo era (la mafia italoamericana) y de una época, la década que transcurre entre 1945 y 1955, marcada por la desigualdad (el estudio más completo sobre la condición de la mujer llegó en 1949, cuando la filósofa francesa Simone de Beauvoir publicó El segundo sexo).
Realmente El Padrino fue la primera película-evento de los setenta, con hordas de personas acudiendo a las salas y un puñado de personajes, secuencias y líneas de diálogo que entraron a formar parte del inconsciente colectivo casi de inmediato. La revista Variety la describió como “un éxito histórico de proporciones épicas”, hipérboles que, más de 50 años después de su estreno, se podrían seguir aplicando. La película dirigida por Francis Ford Coppola y protagonizada por Marlon Brando nunca ha dejado de formar parte del zeitgeist.
Su impacto en la cultura popular ha sido innegable, pero también lo es su evidente carga machista y patriarcal. Para empezar, no cumple el famoso Test de Bechdel, que evalúa la brecha de género a partir de tres reglas: aparecen al menos dos personajes femeninos, se mencionan sus nombres y tienen una conversación entre ellas que no tiene como tema un hombre. El Padrino fracasa estrepitosamente. La película retrata un mundo regido por códigos de honor masculinos, en el que las mujeres están relegadas a roles secundarios, decorativos o simplemente funcionales para el desarrollo de los personajes masculinos. Desde una perspectiva feminista, es un testimonio del cine clásico en el que la masculinidad hegemónica domina sin cuestionamientos y donde las mujeres son reducidas a instrumentos de la trama.
El poder como un derecho exclusivo de los hombres
En El Padrino, la mafia italoamericana representa una estructura de poder basada en la lealtad, el respeto y, sobre todo, el dominio masculino. Los personajes femeninos no tienen ningún tipo de injerencia en la organización ni en la toma de decisiones. La historia sigue la sucesión dinástica dentro de la familia Corleone, donde el liderazgo se transmite de padre a hijo, perpetuando un sistema en el que los hombres son los únicos legitimados para ejercer el poder.
Desde Don Vito Corleone (Marlon Brando) hasta su hijo Michael (Al Pacino), el poder se concibe como una herencia exclusiva de los varones, sin posibilidad de que una mujer participe activamente en las decisiones de la familia. Las mujeres en la saga existen, pero solo como esposas, hijas y madres que apoyan a los hombres en sus roles de liderazgo, sin derecho a intervenir en los asuntos importantes. Incluso Connie Corleone (Talia Shire), la hija del patriarca, es apartada sistemáticamente de los temas de poder, reducida a un papel de víctima de violencia doméstica y usada como moneda de cambio en las alianzas familiares.
La violencia de género como normalidad
La violencia contra las mujeres en El Padrino no solo está presente, sino que es tratada con una naturalidad preocupante. Connie es brutalmente golpeada por su esposo Carlo Rizzi (Gianni Russo), estando además embarazada de su hijo Víctor, en una discusión que termina con Carlo golpeándola y azotándola con su cinturón. La reacción de la familia Corleone no es intervenir para protegerla, sino usar esta violencia como una excusa para castigar a Carlo cuando resulta conveniente. La escena de la paliza de Connie es una de las pocas en las que una mujer ocupa la pantalla de manera protagónica, y lo hace en su rol de víctima, reforzando la idea de que la violencia de género es un elemento más del entramado patriarcal.
Por otro lado, la relación de Michael con Kay Adams (Diane Keaton) es otro ejemplo de una dinámica profundamente patriarcal. Kay es una mujer independiente, educada y con criterio propio, pero al casarse con Michael se convierte en una figura subordinada, completamente ajena a los asuntos de su marido. Cuando finalmente decide abandonarlo tras descubrir la verdadera naturaleza de su imperio criminal, Michael la castiga con violencia simbólica: le arrebata a sus hijos y la excluye completamente de su vida, reforzando la idea de que el control masculino sobre la familia es absoluto e inquebrantable.
Mujeres como objetos y accesorios de los hombres
Las pocas mujeres que aparecen en la película tienen funciones limitadas: esposas, madres o amantes. Apollonia, la primera esposa de Michael en Sicilia, es el ejemplo más claro de cómo las mujeres son tratadas como objetos desechables. Su personaje es básicamente un trofeo que Michael gana en su exilio y cuya muerte es tratada como un obstáculo menor en su viaje personal. No tiene desarrollo, diálogos significativos ni una historia propia, sino que su existencia está determinada exclusivamente por su relación con el protagonista.
Por otro lado, las madres en la saga son figuras silenciosas y pasivas. La madre de Michael, Carmela Corleone (Morgana King), es la única mujer con cierta relevancia, pero su papel se reduce a ser la matriarca que observa sin intervenir. No tiene voz en la organización familiar y su papel se limita a sostener la estructura patriarcal, transmitiendo la idea de que el único rol posible para una mujer dentro de esta dinámica es el de la madre abnegada y sumisa.
La cinta está llena de frases como “las mujeres son más útiles para dar hijos que consejos”, “déjalas hablar, sólo son mujeres” o “pareces una loca histérica”. Esta última se la dice Carlo a Connie cuando ella descubre una más de sus infidelidades y poco antes de darle una brutal paliza por atreverse a confrontarle.
La masculinidad hegemónica y la glorificación del patriarcado
El Padrino no solo perpetúa un sistema machista, sino que lo glorifica. La película presenta el poder de los Corleone como algo admirable, un código de honor en el que los hombres deben ser rudos, implacables y emocionalmente inaccesibles. La feminidad, en contraste, se asocia con la debilidad, la sumisión o la traición. Las únicas mujeres que desafían a los hombres son castigadas: Connie es golpeada y humillada, Kay es apartada de sus hijos y Apollonia muere en una explosión sin que su historia importe realmente.
Si bien es cierto que la película refleja fielmente la estructura patriarcal de la mafia de la época, también es innegable que, al no cuestionarla ni subvertirla, termina perpetuándola. El Padrino ha sido celebrada durante décadas como una de las grandes obras del cine, pero al verla con una mirada feminista, se revela como un testimonio de cómo Hollywood ha sostenido y romantizado los valores patriarcales sin mayor cuestionamiento.
De hecho, desde una perspectiva de género, que El Padrino siga siendo una de las películas favoritas de tantos hombres en pleno siglo XXI implica que el ideal de la masculinidad tradicional persiste: la película representa un modelo de masculinidad basado en el poder, la autoridad, la violencia y el control. Para muchos espectadores, este modelo sigue resultando atractivo porque se alinea con la construcción clásica de lo que significa ser un “hombre de verdad”. Esto demuestra que, a pesar de los avances feministas, estos ideales patriarcales siguen profundamente arraigados en la cultura.
Además, la película glorifica una estructura de poder exclusivamente masculina en la que las mujeres no tienen ninguna agencia. Michael Corleone es un personaje que encarna el poder absoluto: es respetado, temido y, a pesar de su frialdad, visto como un líder admirable. Su historia de transformación de joven idealista a jefe implacable es vista como una evolución heroica, lo que refleja el atractivo que sigue teniendo el arquetipo del “hombre fuerte” en el imaginario colectivo.
La invisibilización de las mujeres en el cine clásico
El hecho de que tantas personas sigan considerando El Padrino como una obra maestra sin cuestionar su representación de género muestra cómo el cine tradicional ha moldeado nuestra percepción de lo que es “buena” o “importante” cinematografía. La ausencia de personajes femeninos con profundidad y agencia no parece ser un problema para la mayoría del público, lo que indica que todavía existe una falta de conciencia crítica sobre la representación de género en el cine.
A más de cincuenta años de su estreno, El Padrino sigue siendo una película icónica, pero también un reflejo de una industria cinematográfica que ha perpetuado roles de género obsoletos y sistemas de poder excluyentes. La revisión crítica de este tipo de clásicos es fundamental para entender cómo el cine ha moldeado la percepción de género a lo largo de la historia y para abrir el debate sobre la necesidad de narrativas más inclusivas y equitativas en la gran pantalla. Aunque sí, El Padrino sea una de las mejores películas de la historia del cine.