Netflix ha vuelto a apostar fuerte por el espectáculo. Esta vez, lo ha hecho con una película que ya ha pasado a la historia antes incluso de asentarse en su catálogo. Se trata de Estado eléctrico, una ambiciosa producción de ciencia ficción y acción dirigida por los hermanos Russo que ha costado la asombrosa cifra de 320 millones de dólares. Con ese presupuesto, Estado eléctrico se convierte en la película más cara jamás producida por Netflix. Una plataforma que no ha dejado de escalar en sus esfuerzos por competir con las grandes ligas del cine comercial.
La historia parte de la novela ilustrada de Simon Stalenhag y ha sido adaptada por los guionistas Christopher Markus y Stephen McFeely, conocidos por sus trabajos en el Universo Cinematográfico de Marvel. Netflix ha reunido a un reparto estelar para esta producción: Millie Bobby Brown, Chris Pratt, Ke Huy Quan, Jason Alexander, Woody Harrelson, Anthony Mackie, Brian Cox, Jenny Slate y Giancarlo Esposito, entre otros nombres de peso. A nivel mediático, el estreno ha sido uno de los grandes eventos del año para la plataforma.
Sin embargo, la recepción crítica ha sido todo menos entusiasta. A pesar de los recursos invertidos, Netflix se encuentra ahora en el centro de una controversia que pone en duda la rentabilidad narrativa de sus grandes apuestas cinematográficas. Las primeras reseñas son demoledoras y cuestionan no solo la calidad del film, sino también la estrategia de la compañía de inflar presupuestos sin garantizar una experiencia cinematográfica sólida.
Una inversión colosal… para una decepción generalizada
Netflix ha convertido a Estado eléctrico en su proyecto estrella del año. La cifra de 320 millones de dólares supera ampliamente el coste de producciones anteriores como Alerta roja o El agente invisible, también impulsadas por los hermanos Russo. En este caso, la historia se centra en una adolescente huérfana que viaja por el oeste americano en compañía de un robot misterioso y un vagabundo excéntrico buscando a su hermano menor. Una premisa que, sobre el papel, mezcla aventura, ciencia ficción, ternura y acción trepidante.
Sin embargo, la crítica no ha respondido como esperaba Netflix. Medios como Cinemanía describen el film como “una crisis de identidad constante, demasiado largo para su propio bien narrativo”. Hobby Consolas, por su parte, considera que se trata de “un blockbuster para la pequeña pantalla, excesivamente predecible”. Estas impresiones se repiten en buena parte de la prensa especializada, que cuestiona que una producción de este calibre haya acabado resultando tan poco impactante.
En ese sentido, Netflix no solo enfrenta una polémica estética o narrativa, sino también una cuestión estratégica. ¿Está justificando realmente el gasto millonario en función del resultado obtenido?
El debate sobre el modelo Netflix
El estreno de Estado eléctrico ha reactivado el debate sobre el modelo de producción de Netflix. Desde hace años, la plataforma ha optado por atraer a grandes nombres del cine con contratos generosos y presupuestos descomunales. Sin embargo, cada vez son más las voces que cuestionan si esta fórmula realmente está produciendo películas memorables o simplemente está generando contenidos para consumo rápido y efímero.
En su crítica, IndieWire no ha dudado en calificar la película como “un triste simulacro de Netflix”, y la describe como un ejemplo de por qué el cine está perdiendo su esencia en manos del streaming. Una opinión similar mantiene The Guardian, que acusa al film de ser una “imitación laminada de Spielberg y Lucas”, sin profundidad ni personalidad. En el mismo tono, The Hollywood Reporter sentencia que los hermanos Russo “continúan su racha post-Avengers de moler contenidos para plataformas de streaming”.

El póster oficial de la película ‘Estado eléctrico’ | Netflix
Este tipo de valoraciones son especialmente dañinas para Netflix, que busca consolidarse como un estudio de prestigio y no solo como una plataforma de volumen. Cuando su película más cara hasta la fecha genera este nivel de desafección crítica, las dudas sobre su dirección artística se vuelven inevitables.
¿Dónde está el alma de la historia?
Muchos críticos coinciden en que Estado eléctrico tenía un enorme potencial. El universo creado por Simon Stalenhag en su libro original combinaba ciencia ficción, nostalgia retrofuturista y una profunda reflexión emocional. Sin embargo, en su adaptación cinematográfica, buena parte de esa esencia parece haberse diluido. Variety señala que los hermanos Russo “han mostrado una clara falta de interés en hacer que su creación sea tan inquietante y punzante como el material original”.
De hecho, una de las principales quejas hacia la película es que ha perdido el equilibrio entre el espectáculo visual y la carga emocional. Netflix ha apostado por una superproducción visualmente deslumbrante, pero que, según Empire, “pierde parte de la serena profundidad del texto original”. Para The Independent, el resultado es una cinta “dolorosamente obvia y completamente incoherente”, sin una identidad clara ni una narrativa que atrape.
Este problema no es nuevo en el catálogo de Netflix. Muchos de sus títulos más ambiciosos han sido criticados por ofrecer grandes envoltorios visuales sin sustancia narrativa real. Y Estado eléctrico parece seguir esa misma tendencia.