Cuando la hija de Yannick y Ben Jakober falleció a los 19 años, el matrimonio volcó su dolor en el arte. Lo que comenzó como una pequeña colección de retratos de niños se transformó en Nins, una serie de 165 pinturas que capturan la imagen de la infancia entre los siglos XVI y XIX. Su museo en Mallorca, el Museo Sa Bassa Blanca, alberga estas obras que, paradójicamente, también están cargadas de historias trágicas.
Un refugio en el arte
El matrimonio Jakober tiene orígenes creativos. Ben, nacido en Viena, trabajó para la empresa financiera de Edmond Rothschild en París, pero en 1968 dejó su carrera para dedicarse al arte. Yannick, nacida en Montfort-l’Amaury, en Francia, también tuvo contacto con el coleccionismo desde joven. En 1972 se casaron y, desde entonces, transformaron su hogar en un espacio para el arte. La casa fue diseñada por el arquitecto egipcio Hassan Fathy y, con los años, se convirtió en un museo donde el pasado y el presente artístico dialogan en una sinergia vibrante.
Sin embargo, no fue hasta la muerte de su hija Maima en 1992, en un accidente de motocicleta en Tahití, cuando los Jakober encontraron en los retratos infantiles un vínculo especial con la memoria de su hija. Yannick ya estaba trabajando en Piccoli Principi, un libro sobre retratos de niños, cuando decidió dedicarle la colección a Maima. En 1994, los retratos fueron trasladados a una galería especial en el museo, el Aljibe, un antiguo depósito de agua subterráneo reconvertido en un espacio fresco y solemne, adecuado para su conservación.
El significado de los retratos
Con 165 pinturas de niños de los siglos XVI al XIX, incluye obras de viejos maestros Ottavio Leoni, Frans Pourbus el Joven y François Quesnel. Estas obras eran encargadas principalmente por la nobleza europea y muchas fueron creadas con fines dinásticos: retratos enviados entre cortes para concretar matrimonios y alianzas. Algunos de estos niños, sin embargo, nunca llegaron a la edad adulta.
Yannick destaca la historia detrás de cada cuadro. Una de las piezas más significativas es el retrato de Luis XIV de niño, pintado por Charles Beaubrun en 1638. En la imagen, el futuro Rey Sol está en brazos de su nodriza, Madame Longuet de la Giraudière. Yannick explica que, debido a la salud frágil de la familia real, las nodrizas eran imprescindibles en la crianza de los príncipes.
Otro cuadro relevante es La joven con cerezas (1843) de Joan Mestre i Bosch. Yannick lo vio por primera vez en casa de su modista en Palma en 1963 y se enamoró de él. La propietaria se negó a venderlo, pero una década después, Ben logró adquirirlo a través de un marchante de arte. Este fue el primer retrato de la colección, pero su significado cambió después de la muerte de Maima.
Historias de infancias truncadas
El museo no solo preserva la imagen de la infancia, sino también las tragedias asociadas a ella. En la galería del Aljibe se encuentran retratos de niños que murieron jóvenes, con elementos simbólicos que sugieren su destino.
Uno de los cuadros más impactantes es el de la princesa Carolina Matilde de Gales, pintado en 1752 por Willem Verelst. Representada como una niña inocente, su vida adulta estuvo marcada por la desgracia: casada con su primo, el rey Christian VII de Dinamarca, tuvo una aventura con su médico. Cuando fue descubierta, él fue ejecutado y ella desterrada. Murió a los 23 años de cáncer.
Otro caso trágico es el de María Concepción Montaner y Vega-Verdugo, retratada en 1853 por Gabriel Reinés Pocoví. Murió a los ocho años cuando un albañil, sin darse cuenta de su presencia, arrojó escombros sobre ella. En el cuadro sostiene unas tijeras abiertas, un presagio de su destino.
El retrato de un niño de la escuela florentina del siglo XVI, que sostiene dos pensamientos (flores que simbolizan el recuerdo), sugiere que pudo haber sido pintado después de su muerte, como una forma de conmemoración.
El fin de una era
Durante décadas, los Jakober adquirieron estas pinturas en subastas y anticuarios. En los años 90, la competencia por estos retratos era baja, ya que la mayoría de los coleccionistas se interesaban más por cuadros de animales o escenas mitológicas. Con el tiempo, la escasez de obras de viejos maestros ha incrementado su valor, lo que ha dificultado nuevas adquisiciones.
Hoy, Ben y Yannick tienen 94 y 82 años, respectivamente, y han decidido no expandir más la colección. Han agotado sus fondos y prefieren centrarse en asegurar el futuro del museo. El jardín de rosas que Yannick plantó en memoria de Maima ha sido reemplazado por olivos, más resistentes al clima de Mallorca. “Estamos al final de nuestras vidas, tenemos que encontrar soluciones que sean perennes”, dice Ben en una reciente entrevista con The Guardian. “No más compras. Ese es el plan”.
Sin embargo, mirando el último cuadro adquirido, un retrato de 1632 de un muchacho con un caballo blanco, Yannick y Ben admiten que es difícil resistirse a la tentación de seguir coleccionando. “De lo contrario, se vuelve interminable”, confiesa Yannick.
Su legado, sin embargo, ya está asegurado. Nins no es solo una colección de retratos infantiles, sino un testimonio del amor y el duelo, un puente entre el pasado y el presente que perpetúa la memoria de su hija.