Cada nuevo trabajo de Pedro Almodóvar mantiene vínculos formales y temáticos con la obra precedente del manchego, y en ese sentido La habitación de al lado no es una excepción. Habla de mujeres que estrechan sus vínculos afectivos a causa de circunstancias extraordinarias, como Todo sobre mi madre (1999); entre otras cosas, es el retrato del distanciamiento entre una madre y su hija, igual que Julieta (2016); observa a dos seres queridos que se reúnen después de muchos años de separación, como el corto Extraña forma de vida (2023); y, por supuesto, exhibe la misma sofisticación estética que la mayor parte de su filmografía previa.
Pero, a pesar de esas conexiones, es una película distinta de esas y otras predecesoras en cuanto que es el primer largometraje de Almodóvar rodado íntegramente en inglés —a modo de ensayo, ya filmó en ese idioma tanto Extraña forma de vida como otro corto, La voz humana (2020)—, y esa diferencia resulta esencial a la hora de valorarla.
Inspirándose en Cuál es tu tormento, novela publicada en 2021 por la autora estadounidense Sigrid Nunez, La habitación de al lado cuenta la historia de dos viejas amigas que se reencuentran después de muchos años sin saber la una de la otra, y cuyos destinos quedan unidos para siempre cuando una le hace una petición trascendental a la otra. Martha —encarnada por Tilda Swinton, que ya trabajó con Almodóvar en La voz humana— afronta un cáncer cervical del que no va a recuperarse, y ha tomado la determinación a recuperar el control de su cuerpo tras someterse a severos tratamientos médicos durante meses; dicho de otro modo, ha decidido poner fin a su vida ingiriendo una pastilla. Y quiere que Ingrid —interpretada por Julianne Moore—, que acaba de escribir un libro sobre sus miedos frente a la muerte, la acompañe en el proceso. No pretende implicarla en su eutanasia haciendo que le administre el medicamento o sea testigo directo de ella, simplemente desea disfrutar del consuelo de saber que tendrá a un ser querido cerca cuando todo suceda.
La reivindicación
A partir de esa premisa, que en sí misma plantea el contraste entre dos formas opuestas de enfrentarse a la certeza de la propia finitud —el temor frente a la aceptación—, Almodóvar convierte la nueva película en una reivindicación del derecho de todo ser humano a mantener la autoridad de su propia vida incluso cuando se despide de ella o, en otras palabras, a morir con dignidad; en un presente tan convulso como el que nos ha tocado vivir, sostiene, la autonomía sobre nuestros cuerpos y nuestros deseos es todo cuanto nos queda.
La habitación de al lado, pues, conecta íntimamente con los dos largometrajes inmediatamente anteriores de Almodóvar: Madres paralelas (2022), que ya trataba asuntos políticamente candentes —en su caso, la memoria de las víctimas del franquismo— a través del melodrama, y sobre todo Dolor y gloria (2019), retrato de un cineasta que no encuentra motivos para seguir viviendo a causa de la crisis creativa y de salud en la que se haya sumido; igual que él, Martha ha visto cómo la enfermedad le arrebataba la curiosidad y la pasión.
Y, asimismo, la nueva película da continuidad al tipo de contención dramática que Almodóvar viene manejando desde Julieta (2016). Pese a que su tema se presta al tipo de amaneramiento emocional de vocación ‘sirkiana’ al que tan proclive solía ser el manchego, a cambio parece más influenciada por buena parte del cine de Ingmar Bergman, especialmente por su voluntad de transmitir sentimientos a través de primerísimos planos de los rostros de las actrices.
A diferencia de lo que sucede en clásicos del maestro sueco como Persona (1966) o como Sonata de otoño (1978), sin embargo, en La habitación de al lado el psicodrama se mantiene en la superficie en lugar de ahondar en las mentes y las almas de los personajes, y resulta inevitable dar por hecho que esa falta de profundidad está relacionada en mayor o menor medida, decíamos, con el hecho de estar hablada en un idioma que su autor no domina.
Los diálogos de la película
Martha e Ingrid tienen un sinfin de conversaciones, durante las que brillan por su ausencia la ironía y la capacidad de sorpresa que suelen otorgar a los diálogos de Almodóvar su personalidad intransferible. Algunas de ellas tratan de asuntos prácticos, como el comportamiento que Ingrid deberá tener frente a la policía en cuanto Martha haya muerto; otras funcionan a modo de muestrario de referentes como —entre muchos, muchos otros— la obra pictórica de Edward Hopper o Los muertos, tanto la novela de James Joyce como la sublime adaptación cinematográfica de John Huston; y otras se empeñan en hacer que las mujeres se cuenten la una a la otra historias sobre su propio pasado que, de acuerdo con la lógica, ya deberían haberse contado mucho antes.
Incluso en las escenas durante las que se abordan asuntos emocionalmente sustanciosos, como el dolor y la incertidumbre que acompañan a los últimos compases de una vida que se acaba antes de la cuenta, las palabras salen excesivamente agarrotadas de las bocas de las actrices, carentes del ritmo natural consustancial al habla.
Es una lástima que Almodóvar no centrara sus esfuerzos en dotar sus diálogos de más agudeza y vitalidad en lugar de dedicarlos a adornar el eje narrativo con subtramas innecesarias, ‘flashbacks’ risibles por su tosquedad y alusiones insuficientemente elaboradas a asuntos controvertidos de actualidad como el ascenso de la ultraderecha, las conductas socialmente aceptables en el mundo post-MeToo y el cambio climático.
La eficacia dramática de la que La habitación de al lado hace gala en última instancia a pesar de todo ello tiene dos motivos principales. El primero son los extraordinarios trabajos actorales proporcionados por Swinton y Moore, capaces de imbuir la película de una dignidad, una humanidad y una capacidad para generar empatía que difícilmente tendría de haber sido protagonizada por casi cualquier otra pareja de actrices. El segundo, por supuesto, es el talento inigualable de Almodóvar para cuidar hasta el más mínimo detalle visual, y para lograr que los espacios, las simetrías y los colores reflejen las interioridades de los personajes. Eso sí que es inmune a cambios de idioma y traducciones.