‘La furia’: formas de sobrevivir a una violación

En 'La furia', Gemma Blasco indaga en el trauma de una agresión sexual sin concesiones ni discursos heroicos, con una impactante Ángela Cervantes en el papel protagonista

Ángela Cervantes ganó el premio a Mejor Actriz en el Festival de Málaga por su papel de Álex en 'La furia'
Ángela Cervantes ganó el premio a Mejor Actriz en el Festival de Málaga por su papel de Álex en 'La furia'

“A los 18 años sufrí una agresión sexual y, poco después, empecé a estudiar cine. No tardé en comprender que un día acabaría haciendo esta película, porque no podía encontrar referencias cinematográficas que me representaran a mí y las emociones que albergaba en mi interior”. Son palabras de la directora barcelonesa Gemma Blasco acerca de su segundo largometraje, La furia, historia de una violación que no trata de ser un relato de triunfo ante la adversidad, ni cine de denuncia social ni una ficción de género protagonizada por una sangrienta venganza, sino que se sumerge en las profundidades del trauma para explorar las emociones complejas –rabia, culpa, asco, vergüenza, todo mezclado– que un acto tan brutal como ese genera.

La furia está protagonizada por Álex (Ángela Cervantes), que en los primeros compases del metraje es violada a punta de navaja por un atacante al que no logra identificar durante una fiesta de Nochevieja. La joven busca consuelo en su hermano, Adrián (Álex Monner), que se mortifica por no haberla protegido, se deja consumir por la ira y la necesidad de retribución y emprende un camino hacia el lado oscuro en dirección opuesta a lo que Álex necesita de él. A través de la relación entre ambos, Gemma Blasco reflexiona sobre cómo, tradicionalmente, la sociedad ha enseñado a los hombres a sentir el deber de proteger a las mujeres, y a invocar para ello sus instintos más agresivos, mientras que las mujeres han sido instruidas para necesitar esa misma protección en lugar de buscar su propia autonomía. Para cuestionar esos dictados, llegado el momento la película se revelará como una nueva constatación de cómo la violencia tan solo genera más violencia.

Gemma Blasco, durante el rodaje de 'La furia'
Gemma Blasco, durante el rodaje de ‘La furia’

Álex insiste en no denunciar, e intenta olvidar. El rastro físico dejado por el ataque desaparece con el tiempo, pero la presencia del trauma se enquista en su lenguaje corporal, en la ansiedad cotidiana, en la paranoia. Y, probablemente del mismo modo que Blasco ha usado La furia para canalizar sus sentimientos, su protagonista encuentra una vía de desahogo subiéndose al escenario para encarnar al personaje titular en una producción teatral de Medea y dando rienda suelta a su dolor a través del texto de Eurípides. De ese modo, la película se erige también en una reivindicación del arte –en este caso la interpretación– como medio de catarsis emocional.

La narración de La furia se presenta fragmentada de un modo que parece reflejar la psique de Álex. Asimismo, Blasco pega la cámara a la piel del personaje y la mantiene extremadamente atenta a su cuerpo, que no solo es su instrumento profesional sino que también funciona como medidor tanto del paso del tiempo como de la persistencia del trauma a través de sus moratones, de sus costras, de aromas familiares que regresan. La directora se recrea en lo corporal llenando el relato de alusiones a estatuas sin brazos, de animales desollados, de diferentes tonos de rojo sangre, de semen y vómitos; queda en evidencia su intención de generar una reacción visceral en el espectador, también a través de la escena de la violación, durante la que la pantalla permanece en negro pero el sonido transmite una violencia abrumadora.

Gemma Blasco revela en 'La furia' la rabia y la ira milenarias heredadas por todas las mujeres del mundo
Gemma Blasco revela en ‘La furia’ la rabia y la ira milenarias heredadas por todas las mujeres del mundo

Habrá quien cuestione La furia precisamente por esa insistencia en tratar de impactar al espectador –también a través de recursos visuales provocadores–, y resulta inevitable sentir que de Adrián es un retrato excesivamente unidimensional diseñado menos a imagen de comportamientos humanos plausibles que en función de las necesidades climáticas del guion. En última instancia, eso sí, esos y otros defectos quedan neutralizados gracias a la descarnada interpretación de Ángela Cervantes en la piel de Álex, que le proporcionó el premio a la Mejor Actriz en el pasado Festival de Málaga y que, de eso no hay duda, promete garantizarle un sitio en todas las nominaciones a galardones interpretativos que se anunciarán a partir de finales de año.