Una de las características más notables del ser humano es su inteligencia corporal, una capacidad innata para moverse, adaptarse y aprender a través del cuerpo. Este tipo de inteligencia se manifiesta en la coordinación, la agilidad y la habilidad para realizar tareas físicas complejas. La inteligencia corporal no es solo una habilidad física, sino también una forma crucial de interacción con el mundo. Nos permite expresar emociones, liberar tensiones y conectar con nuestro entorno de manera significativa.
Sin embargo, la vida moderna ha minimizado la utilización de esta capacidad, confinándonos a un modo de vida predominantemente sedentario.
La vida moderna: un mundo no diseñado para humanos
La vida moderna ha impuesto una rutina que contrasta drásticamente con nuestras necesidades biológicas y evolutivas. En la sociedad actual, el sedentarismo se ha convertido en una norma. Pasamos aproximadamente ocho horas sentados en el trabajo, siete horas durmiendo, dos horas sentadas comiendo y una hora sentados en el transporte, como mínimo, si añadimos las horas de ocio, redes sociales, televisión… suman muchas más.
Este patrón diario revela una verdad incómoda: la vida moderna no está diseñada para los humanos. En lugar de apoyar nuestra naturaleza innata, nos encontramos atrapados en un entorno que contradice nuestras necesidades biológicas y evolutivas.
Esta rutina diaria nos deja poco espacio para el movimiento, y lo que es aún más alarmante, hemos llegado al punto de tener que programar tiempo específicamente para usar nuestro cuerpo. Esta inactividad contrasta fuertemente con la historia evolutiva del ser humano, una especie que ha prosperado gracias a la movilidad constante.
Un círculo vicioso de inactividad
El progreso tecnológico y la urbanización han facilitado nuestras vidas en muchos aspectos, pero también han contribuido a un estilo de vida cada vez más sedentario. El trabajo de oficina, la educación en las aulas, el uso de automóviles para desplazarnos y el entretenimiento digital han reducido significativamente el tiempo que dedicamos al movimiento físico. Este cambio ha creado un desajuste fundamental entre nuestro entorno y nuestras necesidades evolutivas.
Esta falta de actividad no solo afecta a nuestra salud física, sino también a nuestra salud emocional y mental.
El ser humano es el resultado de millones de años de evolución, durante los cuales hemos desarrollado capacidades físicas y mentales optimizadas para un estilo de vida activo y variado. Históricamente, nuestros ancestros pasaban gran parte del día moviéndose. Ya fuera cazando, recolectando, construyendo o simplemente desplazándose, la actividad física era una constante. Este movimiento no solo era vital para nuestra supervivencia, sino también para nuestro bienestar físico y emocional.
Desde nuestros primeros pasos, el movimiento ha sido esencial para nuestro desarrollo cognitivo y físico. Los bebés exploran su entorno a través del movimiento, aprendiendo sobre el espacio, la coordinación y la relación causa-efecto. A medida que crecemos, el juego físico y la exploración continúan siendo esenciales para nuestro desarrollo social y emocional. Juegos, carreras, saltos y bailes no solo desarrollan habilidades motoras, sino que también fomentan la creatividad, la cooperación y la resolución de problemas.
Sin embargo, en la actualidad esta capacidad se encuentra infrautilizada. Reconocer la importancia del movimiento y hacer cambios conscientes en nuestro estilo de vida es crucial para mantenernos saludables.
La paradoja del éxito moderno: cuando el no moverse se convierte en un logro
En nuestra sociedad, especialmente entre las clases acomodadas, el éxito a menudo se mide por la capacidad de evitar tareas físicas. Contar con alguien que haga las cosas por nosotros, desde limpiar la casa hasta preparar las comidas, se considera un símbolo de estatus. En este contexto, el no moverse es visto como un logro, una indicación de que hemos alcanzado un nivel de comodidad y prosperidad. Sin embargo, esta paradoja del éxito moderno nos lleva a una situación absurda: conduciendo nuestros automóviles a gimnasios para correr en cintas de correr.
La idea de que el éxito implica una vida libre de esfuerzo físico se ha arraigado profundamente en nuestra cultura. La automatización y la delegación de tareas son percibidas como avances que nos liberan para actividades más “elevadas” o productivas. Sin embargo, esta perspectiva ignora las necesidades fundamentales de nuestro cuerpo.
La comodidad extrema, aunque atractiva, tiene un costo. Al reducir nuestras oportunidades de movimiento natural, estamos comprometiendo nuestra salud. El cuerpo humano está diseñado para la actividad, y al evitar el movimiento, nos enfrentamos a una serie de problemas de salud tanto físicos como mentales.
A medida que nuestras actividades diarias se han vuelto cada vez más sedentarias, hemos tenido que introducir el deporte, el yoga, el pilates u otras prácticas como una forma de compensar la falta de movimiento natural en nuestras vidas. Sin embargo, esta necesidad de hacer ejercicio físico estructurado es un parche para un problema más profundo: un desajuste profundo en nuestra forma de vida. La necesidad de compensar nuestra inactividad con ejercicio estructurado subraya la desconexión entre nuestro estilo de vida moderno y nuestras necesidades biológicas.
La ironía del gimnasio
La ironía radica en que, a pesar de nuestra capacidad para evitar el movimiento en nuestras actividades diarias, nos sentimos obligados a buscar ejercicio estructurado en gimnasios. Nos desplazamos en coche hasta estos templos del fitness para simular actividades físicas que podríamos realizar en nuestro entorno diario. Corremos en cintas, levantamos pesas y pedaleamos en bicicletas estáticas, actividades que en un contexto natural serían parte de nuestra rutina cotidiana.
El imperativo del deporte en una sociedad inactiva: un parche para un problema mayor
No se trata solo de hacer ejercicio, sino de recuperar la movilidad natural que es esencial para nuestra especie. Estamos hechos para movernos, y al hacerlo, no solo mejoramos nuestra salud física, sino también nuestra calidad de vida en general.
No estamos hablando solo de deporte o ejercicio estructurado, sino del movimiento en su forma más básica y natural. Caminar, estirarse, jugar, bailar; todas estas actividades son formas de utilizar nuestra inteligencia corporal. En un mundo ideal, el movimiento sería una parte integral y natural de nuestras vidas. No necesitaríamos asignar tiempo específico para hacer ejercicio porque nuestra rutina diaria ya incluiría suficiente actividad física para mantenernos saludables. Para alinear nuestra vida moderna con nuestras necesidades humanas, es crucial hacer cambios conscientes que nos permitan utilizar nuestro cuerpo de manera más completa.
Cambiando la perspectiva
La clave para un cambio significativo radica en cambiar nuestra perspectiva sobre el movimiento. En lugar de verlo como una obligación o una tarea adicional, debemos considerarlo como una parte integral y natural de nuestra vida cotidiana. Al revalorizar el movimiento, podemos mejorar nuestra salud física y mental sin depender únicamente del deporte estructurado.
Mientras buscamos comodidad y eficiencia, sacrificamos nuestra salud y bienestar. La falta de movimiento en nuestra vida diaria tiene consecuencias significativas. La inactividad contribuye al desarrollo de enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes tipo 2 y las enfermedades cardiovasculares. Pero más allá de los problemas físicos, este estilo de vida también afecta nuestra salud emocional. La falta de actividad física está relacionada con un aumento de los niveles de ansiedad, depresión y otros trastornos del estado de ánimo.
Además, la monotonía de nuestras rutinas diarias puede llevar a un sentimiento de insatisfacción y desconexión. La naturaleza repetitiva y estática de nuestras actividades puede hacer que nos sintamos atrapados y sin propósito, exacerbando los problemas de salud mental.
La popularidad del yoga y el pilates ha crecido significativamente en las últimas décadas, y aunque estas prácticas ofrecen numerosos beneficios, pueden no ser suficientes para proporcionar la variabilidad necesaria para equilibrar nuestra inteligencia corporal. Esta falta de variabilidad puede limitar la capacidad del cerebro para adaptarse y aprender a través del movimiento, lo que es crucial para nuestra salud física y emocional.
Las industrias del bienestar y la salud han promovido estas prácticas como soluciones casi mágicas para el estrés y la inactividad, lo que ha contribuido a su popularidad.
La necesidad de variabilidad en el movimiento
El cerebro necesita variabilidad para desarrollarse y funcionar de manera óptima. La variabilidad en el movimiento estimula diferentes áreas del cerebro y promueve la neuroplasticidad, que es la capacidad del cerebro para adaptarse y reorganizarse. La falta de diversidad en el movimiento puede contribuir al estrés y la ansiedad. Los movimientos repetitivos y estructurados no ofrecen el mismo alivio emocional que las actividades físicas variadas y espontáneas.
Por ello para alinear nuestra vida moderna con nuestras necesidades humanas, es crucial hacer cambios conscientes que nos permitan utilizar nuestro cuerpo de manera más completa. Aquí algunos enfoques prácticos:
- Pausas para el movimiento durante el trabajo para estirarse o caminar, respiraciones conscientes, prácticas de movimiento consciente y somático.
- Actividades al aire libre: prioriza actividades que te conecten con la naturaleza, desde caminatas a jardinería. Caminatas diarias siempre. Incorpora caminatas en la rutina diaria, como caminar parte del trayecto al trabajo.
- Ejercicio regular: dedica semanalmente a actividades diferentes, lo que te guste.
- Postura dinámica: utiliza escritorios de pie o sillas ergonómicas que promuevan el movimiento.
- Juego y diversión: recupera actividades lúdicas que fomenten el movimiento y la interacción social, como juegos, deportes recreativos o baile. La danza combina ejercicio cardiovascular con expresión emocional y socialización. Bailar regularmente mejora la coordinación, la fuerza muscular y la salud cardiovascular, además de ser una forma divertida y liberadora de moverse.
- Rediseñar los espacios urbanos: crea entornos que promuevan la actividad física. Ciudades con espacios verdes, rutas peatonales y ciclovías pueden incentivar a las personas a moverse más.
- Percepción social: Los adultos a menudo perciben el movimiento lúdico como inapropiado o poco serio.
- Que tu ocio no esté delante de una pantalla.
La inteligencia corporal es una capacidad invaluable que necesita ser cultivada y mantenida a lo largo de nuestra vida. Más allá del ejercicio estructurado, es esencial redescubrir y reintegrar formas de movimiento natural en nuestro día a día. Al hacerlo, no solo mejoramos nuestra salud física y mental, sino que también nos reconectamos con una parte fundamental de lo que significa ser humanos.
Incorporar el movimiento en todas sus formas nos ayuda a vivir vidas más plenas, equilibradas y saludables; si además integramos la inteligencia corporal con el movimiento consciente no solo mejoramos el rendimiento físico, sino que también se fomenta el bienestar emocional y mental. Permite gestionar el estrés, mejorar la concentración y fortalecer la autoestima al experimentar una mayor alineación y armonía mente-cuerpo.
Esta integración facilita una experiencia de vida más integral y satisfactoria, donde el movimiento físico no es simplemente una actividad mecánica, sino una expresión consciente y significativa de la persona.