Premios Oscar 2025

He visto cosas (en los Oscar) que vosotros no creeríais

Yo soy uno de esos que, año tras año, se queda sin dormir viendo los Oscar por la tele. ¿Por qué son siempre de madrugada? No lo entiendo, ahora ya no distingo entre sueño y realidad

Christopher Nolan, con el Oscar que ganó en 2024 por 'Oppenheimer'
Christopher Nolan, con el Oscar que ganó en 2024 por 'Oppenheimer'

Me he tragado, desde tiempos inmemoriales –tampoco te flipes, finales de los 80– la Ceremonia Anual de Entrega de Premios de la ‘Academy of Motion Picture Arts and Sciences’ (menos mal que en 1939 una empleada de la institución dijo que se parecían a su tío Oscar) celebrada en el mítico Dorothy Chandler Pavillion, en el Shrine Auditorium, en un Teatro Chino (?) y, desde hace unos cuantos años, en el Dolby Theatre (antes Kodak Theatre, hasta que empezamos a usar cámaras digitales). En realidad, todos ellos son centros comerciales dentro de otro gigantesco que es Los Ángeles. Matrioska Mall.

He sufrido los Oscar, dulce tormento, primero en mi casa madre y a través de “la tele de todos” –de toda mi familia y de todos los españoles–; después vino el plus del dinerito y me tuve que subir dos pisos para poder verlos con mi primo; en la uni también, en el mismo canal, o a través de sus hijos putativos, pagado por la abuela de mi amigo Taber –al que desperté a las 4:34 h. emocionado para decirle que Belle Epoque había ganado el Oscar a mejor peli extranjera, pero no le hizo tanta ilusión como a mí–; en piso de estudiantes, en modo pirata (no se lo digas a Urtasun); y ya por fin, siendo un señor hecho y derecho, desde mi sofá de terciopelo, tele Loewe y pagando al nuevo de Telefónica. Eso sí, la gran mayoría de las veces estaba más solo que la una. Cobardes.

'Belle Epoque' ganó el Oscar a mejor película extranjera en 1992

‘Belle Epoque’ ganó el Oscar a mejor película extranjera en 1992

He visto conducir la gala a los actores Billy Cristal, Steve Martin y Hugh Jackman; actrices como Whoopi Goldberg haciendo todo lo que sabe; showmen –y women– como Ellen Degeneres y Jimmy Kimmel copiando descaradamente a Buenafuente y a Eva Hache y a señores que no conocía de nada llamados David Letterman o Jon Stewart contando unos chistes privados muy graciosos por lo visto, pero que ni yo ni el traductor de la tele entendíamos. ¿Para cuándo un Oscar honorífico para el traductor?

Como si fuera la tía que viene de visita a Hollywood una vez al año, he visto crecer a Anna Paquin, a Christian Bale, a Miley Cyrus (momento inolvidable aquel de Angels Barceló, comentarista por entonces de Movistar Plus, diciendo en la alfombra roja: “¡Anda, esta niña le encanta a mi hija!”). He visto a Angelina Jolie disfrazada de Cher y colgada, en el sentido literal y figurado, de varios maridos y novios. He visto a Cher disfrazada de Cher recogiendo un merecidísimo Oscar a la Mejor Actriz por la preciosa Hechizo de luna (1987). He visto a Robert de Niro en todos los estadios físicos: gordo (Toro Salvaje), flaco (Despertares) y mazado (El cabo del miedo).

He visto decenas de gafas ahumadas encima de la nariz de Jack Nicholson. He visto a Tom Cruise, a Brad Pitt y a George Clooney demasiadas veces. He visto a Daniel Day-Lewis decir a todo el que quería escucharle que iba a dejar la interpretación para hacerse zapatero en Milán, genial piscinazo mientras subía a por su tercer Trofeo Pichichi (Mi pie izquierdo, Pozos de ambición, Lincoln). He visto a Jodie Foster, a Emma Stone y a Meryl Streep recolectando premios sin bajarse del escenario. He visto, ¡por fin!, a Spielberg y a Eastwood celebrando sus obligados –y tardíos– Oscar al Mejor Director. He visto, para mi desgracia, las axilas de Julia Roberts eclipsando su sonrisa de América.

También he visto cosas que no creeríais: a Sandra Bullock ganar un Oscar a Mejor Actriz; a The Artist robarle el Oscar a Mejor Película a El árbol de la vida; a Shakespeare in Love –el Al salir de clase del siglo XVI– birlárselo a Salvar al soldado Ryan y a La delgada línea roja sin ponerse ni ídem; o a esa cosa llamada Todo a la vez en todas partes –ya ni te acuerdas de ella, ¿verdad?– mangándoselo hace un par de años a la brillante y esquinada metáfora de la tontuna llamada El triángulo de la tristeza. He visto a un italiano chiquitín saltando de butaca en butaca como una rana y arrancándole el Oscar de las manos a Sophia Loren por una de las películas más valientes y arriesgadas que nunca se han hecho, La vida es bella. He visto incluso a un okupa, Warren Beaty, obligado a punta de pistola a darle el Oscar a Mejor Película a regañadientes a Moonlight (2016): dicen que tuvo una afasia temporal, pero yo creo que este superclase se resistió a tamaña injusticia e insistía en dárselo a la lógica triunfadora, La La Land. No más preguntas, señoría.

Jessica Chastain y Brad Pitt protagonizan 'El árbol de la vida'

Jessica Chastain y Brad Pitt protagonizan ‘El árbol de la vida’

Creo haber visto al temible Jack Palance hacer unas flexiones mientras recogía el premio al Mejor Actor de Reparto; a Marlon Brando subir a por lo mismo pero disfrazado de india apache; me pareció asistir al derrape del maestro Blake Edwards en silla de ruedas cruzando la cuarta pared y, hace muy poco, creí ver a un príncipe destronado soltándole un sornavirón a un hermano. Pero no me hagas mucho caso: todos son momentos entre el sueño y la vigilia.

He visto cosas que vosotros no creerías. He visto tantas, y a unas horas tan raras, que ya no se si son reales o no.

También hay cosas que no he visto. Y tampoco las creeríais. No he visto a Hitchcock ganar el Oscar al Mejor Director. Ni por Vértigo, ni por ninguna otra. Ni a Kubrick. Ni a Chaplin. Ni a Welles. Ni a Hawks. Ni a Tarantino. Y no me digas que a algunos les dieron uno honorífico, que eso es como ganar el Trofeo de la Galleta. Paro ya, que me caliento y estamos en otra historia. Hoy queremos bling-bling.

Y ahí que estamos, gala tras gala –quién sabe, quizá este año veamos resucitar a una muerta– y con los párpados pidiéndome a gritos una befaroplastia, pego mi cara a la pantalla y clavo mi mirada en el Plaza Norte de turno, tratando de encontrar esa magia intangible que tiene el cine de mi vida, polvo de estrellas inasible, trampantojo inevitable de un viaje de luz que empieza en una sala oscura y termina en ninguna parte o, quizás, en un “And the Oscar goes to…”.

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