Podemos decir que Hacks (HBO Max) es la mejor serie sobre la vida de las mujeres cómicas que hoy sigue emitiéndose y que tiene por delante una cuarta temporada ya confirmada, después del final de la extraordinaria The Marvelous Ms. Maisel (Prime Video). Y diría más: me gusta imaginar que Deborah Vance, la veterana cómica que se enfrenta a una nueva etapa en su vida gracias a la aparición en su vida de Ava, una joven y bisoña guionista, podría ser nuestra Midge a partir de cierta edad. ¿No es bonito pensar que Ms. Maisel encontró a alguien que le ayudase a recuperar las ganas de recuperar la relevancia artística y social?
Es cierto que el personaje de Deborah integra a muchas más cómicas brillantes y destacadas. Si Midge era claramente Joan Rivers, Deb tiene un poco de Elaine May, porque también empezó haciendo dúos con su pareja. Pero también tuvo su sitcom y un divorcio notorio, como Lucille Ball. Los creadores de la serie, Paul W. Downs, Lucia Aniello y Jen Statsky, han metido también en la batidora a Elayne Boosier, Rita Rudner y Paula Poundstone. Pero uno puede soñar en una continuidad imaginaria entre ambas. Y funciona.
Hacks tiene varias cosas que me gustan, empezando con una Jean Smart de la que estuvo enamorado el mismísimo Frasier Carane. Es justo decir que para esta mujer bellísima con la edad de mi madre, sus últimos diez años han sido los mejores con gran diferencia. Vale que en los 2000 ya estuvo en 24, pero es que en los últimos años ha tenido papeles de relumbrón en series extraordinarias como Mare of Eastown, Legión, Watchmen o Big Mouth, e incluso se ha colado en alguna franquicia cinematográfica como ‘El Contable’. Creo que es justo decir que, sin que Hollywood haya abandonado el triste edadismo, cada vez vemos más mujeres maduras interesantes en la gran pantalla. Y bienvenidas sean.
Hannah Einbinder, Ava, le da la réplica con soltura. No me gustaría desvelar mucho sobre cómo ha evolucionado la relación entre ambos personajes, después de un final de la segunda temporada que podía haber sido el definitivo sin ningún problema, pero sí puedo decir que la química se mantiene e incluso mejora.
Hay cosas polémicas, como asumir que una persona puede ser tóxica y problemática y, al mismo tiempo, quieres estar con ella porque te da más de lo que te quita y crees que todo es mejor estando a su lado. Reflejar en ficción ese tipo de esfuerzo hoy en día es, como poco, valiente.
El límite de lo tóxico
Esta relación entre dos mujeres complejas e inteligentes que son colegas tratando de establecer sus dinámicas de poder y que llevan muchas situaciones al límite de lo aceptable o varios kilómetros más allá, sólo puede funcionar hoy en día porque ninguna de ellas es un hombre. Tampoco me parece mal. No recomendaría a mi hija volver a acercarse a un hombre que le dijese o le hiciese muchas de las cosas a las que Deborah le somete. En muchos momentos, no puedas dejar de echarte la mano a la frente y preguntarte por qué no se van cada una por su lado. Pero es una inteligente lección sobre toxicidad y lo complicadas que son muchas relaciones de la que estoy dispuesto a seguir aprendiendo.
Y se sostiene sólo porque Deborah Vance, indiscutiblemente una mala persona en el inicio de la serie y en muchos momentos desde entonces, no sólo se apoya en el talento para ser amada. A partir de cierto punto, su cualidad redentora es que está dispuesta a aprender, a escuchar, a entender cómo ha cambiado el mundo mientras ella estaba encerrada con sus saleros de colección en una torre de cristal de Las Vegas. Incluso a amar a alguien que no sea ella misma.
A menudo digo que la única forma de vejez es la negativa solemne a afrontar el cambio. Y podemos decir que Deborah Vance se pelea consigo misma, a menudo a través de un humor agridulce, para no dejar de evolucionar. Y lo hace gracias a alguien a quien respeta pese a su juventud y el desequilibrio en su relación. No puedo dejar de encontrar ciertos paralelismos con Up, Miss Daisy o St Vincent. El tópico de “joven y viejo que aprenden el uno del otro” es infinito, pero en pocas ocasiones me ha gustado más.
Quizá lo mejor de Hacks es que Deborah es realmente divertida. Eso es difícil en las series sobre cómicos. Cuando la felicitan por un récord de espectáculos en Las Vegas y que le pongan su nombre a una calle, bromea: “Probablemente sea un triste callejón con una clínica abortista al fondo”. Cuando se topa con un antiguo colega humorista, le dice: “al final va a resultar que los humoristas hombres sí pueden ser graciosos”. Y todo ese humor colisiona con momentos enormemente dramáticos o pequeñas traiciones que te recuerdan que a nuestra amiga Deborah le va a costar mucho trabajo superar todos sus traumas pasados y abrazar un futuro algo más luminoso.
A día de hoy, como dicen los periodistas deportivos, tengo esperanza de que así sea.