MADRID. PLAZA DE FELIPE II. HAMBURGUESERÍA FIVE GUYS. EXT. DÍA.
El director de cine Quentin Tarantino desayuna una estupenda hamburguesa acompañada de un batido Martin & Lewis de cinco dólares mientras charla con un amigo. Están repasando la filmografía del primero y le llega el turno a su cuarta película, Kill Bill (Vol. 1 y 2).
Amigo: ¿Cuál crees, Quentin, que es el verdadero mensaje de la película?
Quentin Tarantino: Yo creo que es la historia de alguien que quiere conseguir algo muy valioso a través de la ira y de la venganza.
Al tiempo que termina la frase surge de la nada un agente del CNI y de un catanazo decapita al cineasta. Nadie pide ya más kétchup en la terraza del Five Guys. Y yo me despierto dando un salto empapado en sudor. Otra vez la misma pesadilla.
FUNDE A NEGRO.
Cuando Quentin Tarantino estrenó la primera parte de Kill Bill (2003), Pedro Sánchez, tu presidente, nuestro presidente y vuestro presidente del Gobierno, era un imberbe muchacho, políticamente hablando. Hasta donde yo sé andaba peleándose -mírala cara a cara que es la primera- con el aparato interno del PSM, que lo colocó en el puesto 23 de las listas municipales, para conseguir un acta de concejal. No lo logró, el acta digo. Pelearse sí. Para cuando Kill Bill –Volumen 2– (2004) llegó a los cines, ya se había convertido en concejal, sustituyendo in extremis a Elena Arnedo, que renunció a su plaza –mírala cara a cara que es la segunda–.
Y aunque (y aquí podemos incluir todos los grados de separación que queramos) en un mundo normal, entendido el concepto ‘normal’ como algo previsible, es altamente improbable que un señor de Knoxville afincado en L.A. y con el oficio de escribir y hacer pelis supiera en los años 2000 de la existencia de un tal Sánchez Pérez, como lo llamaría aquel obispo ario al que Belcebú tenga en su seno, y que, diseccionando y proyectando hacia el futuro al fulano, aventurara sus ulteriores andanzas políticas aún en barbecho y lo convirtiera en su sosías de ficción, con los rasgos caucásicos de Uma Thurman embutida en un mono amarillo, uno diría que tu, nuestro y vuestro presidente del Gobierno fue también, además del de Ursula von der Leyen, el muso de Tarantino. Remotamente difícil, sí. ¿Imposible? No sabe Quentin con quién se juega los cuartos –mírala cara a cara que es la tercera–.
Además de Quentin Tarantino, la que parecía conocer bien Pedro Sánchez era Verónica Pérez, que en gloria política esté, aquella efimerísima lideresa del PSOE, un aleteo de colibrí, en su ya famosa alocución de 2016: “En este momento, la única autoridad en el PSOE soy yo”, dijo, a las puertas de un Ferraz cerrado a cal y canto y a punto de caer a Primera Regional. Verónica fue otra, al igual que Tarantino, que debió de intuir el talento de su enemigo político y aprovechó para dejar atrás la pierna provocando un penalti: “En este momento”. Y le faltó añadir: “Hasta que Pedro coja su Peugeot 407 diésel, su catana y empiece su Kill Bill ibérico”.
Y desde entonces hasta ahora, de Tomás Gómez a Juan Lobato –por quedarnos en Madrid, vamos–, han caído bastantes más que los 76 samuráis a los que Beatrix Kiddo (Thurman) lonchea en la icónica secuencia del Volumen 1. Mejor no contarlos, no vaya a ser que Tarantino se asuste y se autocensure en la próxima película.
Kill Bill, una de mis favoritas
El caso es que Kill Bill es una de mis películas preferidas de Tarantino, que es, a su vez, uno de mis cineastas contemporáneos favoritos. Te puedes imaginar, por lo tanto, cuantísimo me gustan los dos volúmenes. Ambos, por tanto, tenemos un gran mérito: yo, que no estoy para nada interesado en el cine de artes marciales, ni en los géneros de la venganzamática o explotaition, que son los pilares –además del sanchista como hemos comprobado– sobre los que se asienta esta obra maestra; y él, Tarantino, que sobre este material de detritus haya construido una historia nueva, pura, original, trascendente y personal, que me atrae enormemente como artefacto cinematográfico y político.
El mismo detritus, por cierto, sobre el que el presidente de todos nosotros ha construido un aparato a su imagen y semejanza, desde aquella post Susana Díaz crepuscular, pasando por el Peugeot, seguramente amarillo, hasta llegar a su Bill, Isabel de Madrid, cepillándose por el camino a catanazos a políticos, jueces, periodistas, fiscales, abogados y a un señor de Knoxville que se comía una hamburguesa.
Pedro Sánchez y Kill Bill crecen y dialogan, como esos dos gemelos univitelinos de Inseparables (David Cronenberg, 1988): cuanto más tiempo pasa, más se parecen, aunque pueda resultar una paradoja espacio-temporal: mientras una, la película, se estancó en 2004, el otro, Pedro, sigue creciendo en su relato, de la infamia para muchos, cinematográfico para mí. Supongo que mi amor al cine es también el parapeto, la pantalla entre él y yo, diálogo metalingüístico con quien ejerce el poder político en mi país, que es en esencia lo que hacemos cuando vamos al cine y vemos una película.
Por eso me cuesta tanto entender si, como he dejado ampliamente documentado en este escrito, Quentin Tarantino conoce perfectamente el ideario sanchista y ha sido capaz de interpretar su futuro en forma de saga hollywoodiense, cómo es posible que ninguno de los millones de tertulianos –de pago y aficionados– que tenemos en España y que cada lunes “no salen de su estupor” o afirman aquello de “la ignominia de Sánchez no tiene límites” no hayan visto aún Kill Bill y sigan haciéndose las señoras afectadas de sales y abanico.
Propongo desde mi humilde taburete imponer el obligatorio visionado de ambos volúmenes –son poco más de cuatro horas–, o al menos, de una secuencia tan breve como esclarecedora: Beatrix Kiddo aka Mamba Negra aka La Novia aka Pedro Sánchez, tras ser enterrada viva bajo dos metros de tierra, consigue salir del ataúd utilizando una técnica milenaria que solo ella conoce. Sucia, polvorienta y de aspecto cadavérico, cruza una carretera y entra en la tienda de la gasolinera. Ante el estupor del empleado, que cree estar viendo un espectro, pide un vaso de agua, lo bebe con fruición y acto seguido sale del establecimiento y comienza su camino de aniquilación, de ira y de venganza.
Mírala cara a cara que es la cuarta.