“Escribo este libro como madre, desde esa evidencia, porque es como madre que he vivido las opresiones y las resistencias analizadas en este libro. Escribo este libro como madre que vive y milita en Bagnolet, en Seine-Saint-Denis. Escribo este libro como hija de emigrantes-inmigrantes del Rif, Marruecos, y como hija de obrero, habiéndome beneficiado de una sólida cultura obrera y de la inmigración, es decir, como una persona dotada de cierta habilidad en materia de resistencia a la opresión. Escribo este libro como militante que, desde hace veinte años, inscribe su compromiso en las luchas obreras, de la inmigración y de los barrios populares, y que ha fundado varias organizaciones políticas, una asociación local en Bagnolet, un sindicato de familias –el Frente de Madres (Front de méres)– y una organización feminista, la Red Clase/Género/Raza (Réseau Classe/Genre/Race). Escribo este libro como politóloga y consultora en contacto con las políticas públicas, especialmente con aquellas dirigidas a los barrios populares, un punto de observación ‘privilegiado’ sobre la mecánica racista que estructura dichas políticas, pero también sobre la correlación de fuerzas y los márgenes de maniobra que existen, a pesar de todo, en el seno de las instituciones”.
Así comienza El poder de las madres, el libro que Fatima Ouassak (Rif, Marruecos, 1976) acaba de publicar con Capitán Swing. Esta ensayista, oradora, consultora de políticas públicas y activista ecologista, feminista y antirracista fundó, en 2016, el sindicato de familias de barrios populares Frente de Madres. Pero ese fue sólo un paso más de un largo camino de acciones que comenzó, en realidad, cuando su madre cruzó con ella el Mediterráneo para darle un futuro en Francia. “Mi punto de vista es situado. Como todos los puntos de vista, incluidos aquellos que pretenden no serlo y representar a todo el mundo. Mi punto de vista es situado, pero me dirijo a todo el mundo. Me dirijo a todo el mundo, pero haciendo de mi punto de vista minoritario y periférico el punto de vista central. Mi punto de vista es situado, pero quiero cambiar el mundo entero. Es en este sentido, y con esta condición, que la propuesta política que desarrollo en este libro es universal”. En Artículo14 hemos conocido, de primera mano, su historia de lucha en una entrevista realizada en la Casa Árabe de Madrid.

‘El poder de las madres’, de Fatima Ouassak
Escribe este libro como madre, desde este “punto de vista situado” del que habla. ¿Cuál es la revolución de hablar desde lo que uno vive?
Hablo de mí, pero con una implicación política. Mi objetivo no es contar sentimientos o emociones mías; creo que otros pueden hacerlo, hablar de la maternidad, del amor por los hijos… Pero si no hubiera implicación política, no habría escrito este libro. Mi objetivo no era solo compartir una vivencia extraordinaria, sino demostrar que hay una nueva forma de lucha vinculada a la maternidad, una lucha que es libre y política.
¿Ha sentido un mayor prejuicio por hablar de algo considerado pequeño, íntimo, familiar? No suele ser fácil abordar cuestiones íntimas sin que se las desestime como algo personal y ajeno al debate público…
Para mí, contar esta historia ha sido una liberación. Antes de escribir el libro, ya había compartido mis vivencias con otras madres que han pasado por lo mismo. Al inicio, viví una depresión real, una de esas depresiones que te paralizan. Las feministas y ecofeministas han descrito bien cómo estas experiencias íntimas, cuando encierran formas de violencia estructural, pueden generar sentimientos de culpa, malestar y aislamiento. Se nos hace creer que lo que vivimos es un problema personal, no político.
¿Cree que la sociedad tiende a minimizar estas vivencias?
Sin duda. Tanto en la familia, en la escuela o incluso en entornos militantes, muchas veces se nos señala con el dedo y se nos dice: “Eso que cuentas solo te pasa a ti, quizá sea culpa tuya, quizá estás exagerando”. En los primeros años de vida de mi hija, cuando hablaba de lo que sufría como madre y de lo que ella vivía, algunas personas me decían: “No es para tanto”. Incluso en espacios antirracistas o feministas, me encontré con una jerarquización de los problemas: hay temas “nobles” y otros que se consideran secundarios. Y muchas veces, esos temas “nobles” son los que interesan a los hombres: el patriarcado, la policía, el capitalismo, el imperialismo… Lo que yo contaba sobre la maternidad dentro de esos sistemas no parecía relevante.

Fatima Ouassak, durante la entrevista con Artículo14 en la Casa Árabe de Madrid.
¿Cómo logró romper con esa sensación de aislamiento?
Fue cuando encontré a otras mujeres con experiencias similares y comenzamos a escucharnos mutuamente. Ahí me di cuenta de que no estaba sola y, sobre todo, de que no estaba loca. Comprendí que lo que vivíamos no era solo personal, sino político. Y si es político, entonces podemos organizarnos y luchar juntas.
¿Cree que la lucha feminista ha invisibilizado ciertas experiencias?
Sí, porque tradicionalmente se han minimizado ciertos problemas al considerarlos “asuntos de mujeres”. Pero estas “pequeñas historias de amas de casa” son, en realidad, cuestiones profundamente políticas. Cuando comprendemos esto, podemos transformar esa invisibilidad en una lucha colectiva. Yo no estoy loca. Al comprender que mi experiencia no era solo personal, sino política, sentí un orgullo que me impulsó a movilizarme y decir: “Vamos a luchar contra esto juntas”. Lo que antes se consideraban pequeñas historias de mujeres o asuntos domésticos, en realidad son cuestiones profundamente políticas. Por eso, compartir nuestras vivencias, escuchar a otras, organizarnos y, finalmente, teorizar sobre estas realidades es una forma de liberación. Es necesario formular preguntas que han sido ignoradas durante demasiado tiempo, aquellas que se han barrido bajo la alfombra con la excusa de que “no son importantes”. Se nos ha hecho creer que hablar de niños, de maternidad, de cuidados, no tiene relevancia. Pero convertir estos temas en debates políticos y teóricos permite que otras personas se reconozcan en ellos. Y entonces, de repente, nos damos cuenta de que no es culpa nuestra. Esa es la verdadera liberación: entender que no estamos solas y que, sobre todo, podemos cambiar las cosas. La liberación última fue teorizar la lucha.
Eres mujer, migrante, has sufrido discriminación, machismo, violencia… ¿De qué forma la maternidad se añade a esas opresiones?
No es que se añada; es un cambio de perspectiva. No se trata de una acumulación, sino de un cambio de perspectiva, una perspectiva política. Como activista, antes de ser madre, y luego como alguien que reflexiona sobre estrategias políticas, mi prioridad siempre había sido luchar, resistir, no dejarme doblegar. Incluso cuando se trataba de luchas a largo plazo, existía la idea de que teníamos tiempo para combatir el capitalismo, el racismo global, el racismo estructural y el patriarcado. Esa era la visión que tenía antes de la maternidad. Pero la experiencia de ser madre me obligó a entrar en contacto directo con las condiciones materiales de la vida cotidiana, con una existencia concreta y tangible. De repente, la lucha no solo era contra grandes sistemas, sino por cosas muy específicas: los pañales, el aire que respira mi hijo, si está contaminado o no, los alimentos que consume, los medicamentos que toma. Son cuestiones aparentemente pequeñas, que a menudo no se consideran políticas, pero de las que, de pronto, tengo que ocuparme. Nos centramos en algo aparentemente diminuto —un niño y sus necesidades diarias— pero esas pequeñas cosas pueden convertirse en problemas enormes. Y entonces, el cambio de perspectiva es inevitable. No es una gran lucha teórica, sino la gran lucha por el bienestar de mi hijo en el día a día.
Cambia la perspectiva y cambia la urgencia de la lucha…
Enseguida comprendí que no teníamos tiempo, que estábamos en una urgencia constante. Me di cuenta de que mi perspectiva había cambiado por completo, de manera radical. Antes, luchaba simplemente por luchar. Pero con los niños, la lucha tiene un propósito claro: ganar. Y no ganar en un futuro lejano, sino obtener victorias concretas y rápidas. Por ejemplo, ahora mis hijos son un poco mayores que cuando escribí el libro, pero en su momento luché para que tuvieran una infancia lo más feliz posible, a pesar de todo. Como madre, sabes que la infancia pasa muy rápido. Es ahora, en el presente, no cuando sean adultos. La maternidad te obliga a pensar en términos muy concretos y a corto plazo. Es realmente luchar para ganar, pensar en soluciones inmediatas y efectivas. Y hay algo más: esto también tiene que ver con el amor. Antes de ser madre y activista, no hablaba de amor. No me lo permitía. En los espacios en los que me movía, hablar de amor no estaba bien visto. Se consideraba algo menor, incluso denigrante. Éramos marxistas, materialistas, y no se nos permitía hablar de estructura, de relaciones de poder y demás. Pero en realidad, hablábamos de odio, odio a los demás, odio racista. Pero no hablábamos de amor. Y es verdad que nuestra experiencia como madres ha metido el amor en nuestro campo léxico.

Fatima Ouassak, durante la entrevista con Artículo14 en la Casa Árabe de Madrid.
Dice que son las madres las que tienen que tomar conciencia de su inmensa fuerza política y social, y a la vez detalla en el libro cómo esta fuerza ha existido siempre. ¿Es una revolución silenciosa, hay que organizar esa fuerza?
Es que está ahí y tenemos que organizarnos, absolutamente. Hablamos de amor, pero no de forma ingenua. Es el amor como arma, como motor de lucha. Me gusta unir ambas ideas: ¿qué hacemos con nuestro amor de madres?, ¿cómo lo transformamos en acción política? Sé que los partidos y las organizaciones políticas suelen subestimar la fuerza y el potencial revolucionario del amor de una madre por su hijo. No lo perciben como una fuerza política real. Creen que el amor puede existir en lo privado, pero no entienden su poder transformador en la esfera pública. Incluso en la lucha armada o en los movimientos más radicales, la forma en que se lucha cambia cuando la causa no es solo una idea abstracta, sino la vida y el bienestar de los propios hijos. La determinación es incomparable cuando se trata de algo tan concreto y vital. Esto es algo que cualquiera puede observar. Y es un hecho que han existido muchas luchas encabezadas por madres. Sin embargo, en Europa, estas luchas tienden a ser invisibilizadas, minimizadas o relegadas a un segundo plano.
¿En qué sentido ha sido así en Europa?
En Europa, las luchas de las madres están ocultas y no reciben apoyo de otras fuerzas progresistas. Y, en particular, pienso en las fuerzas feministas. Paradójicamente, incluso dentro del feminismo, no siempre se considera a las madres como un sujeto político legítimo. Las feministas tienden a no ver a las madres como una fuerza política, y esto tiene raíces históricas en España, en Francia y en toda Europa. Existe la idea de que es necesario sacar a las mujeres del ámbito de la familia, ya que este es un espacio patriarcal. Liberarse de la familia ha sido, y sigue siendo, una prioridad en la lucha feminista, porque la familia tradicional es una estructura que refuerza la opresión de las mujeres. Este enfoque es completamente legítimo, pero al mismo tiempo, hace que se pase por alto el enorme potencial estratégico y la determinación que las madres pueden aportar a las luchas políticas. Por eso es fundamental organizarse. Esta fuerza existe, ha habido luchas históricas, pero necesitan estructura y organización para ser efectivas. ¿Y qué significa organizarse? Significa crear estructuras: puede ser un sindicato, un partido político, una asociación. Pero para esto se necesitan recursos, financiamiento, espacios físicos donde reunirse y trabajar colectivamente.
El espacio físico es importante, desde Virginia Woolf hasta Gloria Steinem…
Este aspecto no lo cuento en este libro, sino en el siguiente. La segunda etapa después de la creación del “Frente de Madres” fue justamente conseguir un espacio físico donde no solo pudiéramos cuidar a nuestros hijos, sino hacerlo de manera política, en un lugar concebido como un centro de formación política. Lograr ese espacio fue una auténtica batalla. Lo cuento en el libro: todo el mundo intentó impedirnos hacerlo. Y una vez que finalmente logramos establecer ese espacio para las madres del barrio y sus hijos, la lucha no terminó. A nivel nacional, tanto la extrema derecha como la izquierda intentaron expulsarnos. Nos acusaron de comunitarismo, de islamismo, como siempre hacen para desacreditar iniciativas independientes lideradas por mujeres racializadas. Pero ganamos. Logramos obtener el espacio y mantenernos en él. Sin embargo, fue una lucha diaria, una batalla constante solo para tener un lugar propio. Se trataba de un espacio de 1000 metros cuadrados, un lugar grande, sí, pero la resistencia que encontramos para conservarlo demuestra hasta qué punto nuestras luchas son vistas como una amenaza.
Es decir, también se concibe esta lucha como una forma de “okupación”, en el sentido de reclamar el espacio público para las mujeres.
Exactamente. Pero enfrentamos muchos obstáculos en el proceso. Y esto es organización política: hay que resistir, porque sin organización política, es casi imposible sostener la lucha. El problema es que podemos pensar: Sí, voy a pelear por mis hijos y por los hijos de todos, pero es extremadamente difícil luchar siendo madre. Lo sabemos porque tenemos ejemplos históricos, como las Madres de Plaza de Mayo en Argentina. ¿Cuántas de ellas fueron asesinadas? La mayoría fueron víctimas de la represión solo por ser parte del movimiento. También están las “Locas de la Plaza Vendôme”, quienes han contado cómo muchas de ellas cayeron en depresión y tuvieron que abandonar la lucha porque las represalias fueron brutales: perdieron sus trabajos, fueron acosadas y perseguidas. Y hoy, con las redes sociales, es aún peor que en aquella época en la que no existían estas plataformas de vigilancia y hostigamiento digital. Por eso, es muy difícil mantenerse firme. Para mí, la gran cuestión hoy en términos de organización estratégica es: ¿Cómo nos organizamos? ¿Dónde encontramos espacios? ¿Dónde conseguimos financiación? ¿Cómo nos conectamos y hablamos entre mujeres francesas, españolas, italianas, belgas, marroquíes, senegalesas, etc.?

Fatima Ouassak, en una imagen de archivo.
Y en relación con su infancia en Marruecos y en Francia, como migrante, ¿cómo ha influido el legado de la inmigración en su lucha?
Creo que esto es algo común a muchas experiencias, y prefiero hablar desde esa perspectiva en lugar de centrarme en mi historia familiar específica. Me parece que es más útil para quienes han tenido recorridos similares al mío. Lo que es común a muchas historias de migración es el sacrificio que conlleva. Y este sacrificio no es exclusivo de una comunidad: lo vemos en familias de origen español, italiano o de cualquier otra nacionalidad que han emigrado a Francia. Desde las primeras olas migratorias en Francia, que fueron mayoritariamente europeas (españolas e italianas), el sacrificio ha sido una constante. Y esta idea de sacrificio se refleja en cosas tan cotidianas como la educación. Muchas madres inmigrantes dicen a sus hijos: Tienes que sacar buenas notas, porque yo me he sacrificado por ti. Por ejemplo, mi madre, que nunca fue a la escuela, me decía en árabe cuando yo sacaba un 18 sobre 20 en un examen (que es una excelente nota en Francia): No crucé los océanos para que perdieras esos dos puntos. Esa exigencia constante es parte de la herencia del sacrificio migrante.
¿Es algo común a todos los migrantes? A la vez, el sacrificio está mal visto por algunas feministas…
En todos los inmigrantes del mundo, en todas las épocas. Personas que dejan su tierra natal, su espiritualidad, su cultura, su idioma. Es un sacrificio, y a menudo lo hacen por sus hijos. Y esto es lo que encontramos: un patrimonio común. Hay una lucha, un sacrificio hecho por los padres, y luego nosotros intentamos, con mayor o menor acierto, estar a la altura. Esto puede generar traumas, pero intentamos ser dignos, dignos de ese sacrificio. Hay algo en esto que conecta con mi visión política, donde, por ejemplo, no considero el sacrificio como algo negativo, como hacen muchas feministas. Se les dice a las madres que no se sacrifiquen como mujeres, que piensen en sí mismas, en su bienestar, en su felicidad. Pero el sacrificio puede ser hermoso, puede ser muy hermoso no pensar en uno mismo y pensar en la otra persona. Para mí, las feministas consecuentes deben, valorarlo y no hacer que las mujeres que han hecho sacrificios, por ejemplo por sus hijos, se sientan culpables por ello.
Donde usted ve belleza, muchos ven una extensión de la subyugación.
No podemos descartar ese potencial revolucionario. Lo veo, por ejemplo, en las madres palestinas. Ellas lo dicen claramente: lo que importa son los hijos. Y eso es un sacrificio. Hablan incluso de martirio. Y creo que el concepto de mártir se puede rechazar de un plumazo, porque se puede pensar que es algo demasiado tradicional, demasiado patriarcal, demasiado musulmán o lo que sea. Pero no, yo creo que también hay que saber ver la belleza en ello. Es una expresión que muchas mujeres de origen africano y árabe repiten. Porque en el Islam existe una enseñanza que dice: “El paraíso está bajo los pies de las madres”. De hecho, es una frase que menciono en mi libro.
Tras los atentados de 2015 se produjo una oleada de islamofobia en Francia. ¿Este auge del racismo fue una de las causas de su creación?
Sí, completamente. Es el contexto del que hablaba antes. En 2016, pocos meses después de los atentados del Bataclan en noviembre de 2015, Francia vivió un punto de inflexión. Hay un antes y un después de esa fecha. A partir de entonces, se empezó a ver a todos los musulmanes como potenciales terroristas, porque entre los responsables de los atentados había jóvenes musulmanes nacidos en Francia o en Bélgica. Esto alimentó la idea de que esos niños, criados en nuestras escuelas republicanas, podían volverse contra nosotros. “El enemigo está en casa”: puede ser el vecino, un compañero del colegio… Se produjo un pánico moral. En este sentido, 2015 ha sido más dramático que el 11S. La ola de violencia e islamofobia que siguió a esos ataques fue el caldo de cultivo en el que se gestó la creación del Frente de Madres.

Las Madres de Plaza de Mayo, una asociación argentina formada en 1977.
¿Qué ocurrió en el comedor escolar de su hijo, donde usted pide una opción vegetariana?
Mi libro tiene una perspectiva de raza y de clase social muy clara, por eso tengo que reivindicar esto: en 2016, en los comedores escolares franceses, se quiso dar a probar la carne de cerdo a los niños musulmanes con la idea de que no tenían la obligación de ser musulmanes y podían elegir. Estamos hablando de niños de tres años. Los musulmanes se conciben como un problema, y hay que “sacar a los niños del Islam”, y esto sigue pasando. A la vez, movidas por razones únicamente sanitarias y ecológicas, un grupo de madres fuimos a hablar con las instituciones educativas para que se propusiera en el menú una alternativa vegetariana. Como éramos sobre todo musulmanas y negras, pensaron que era un plan para introducir la carne halal en los comedores y me dijeron que estaba usando a mis hijos para hacer avanzar mi agenda anticolonialista, feminista; me acusaron de querer imponer la Sharia… Estas reacciones nos mostraron que había un problema, que el racismo y la islamofobia nos exigían organizarnos y crear una asociación más política. Al principio íbamos a hacerlo como una organización de padres, pero entonces sufrimos racismo allí dentro.
No había dinámicas en las que insertarse; tuvieron que crear sus propias estructuras y, aún así, fueron expulsadas…
Me encontré incluso padres vegetarianos y veganos que preferían renunciar a ello que asociarse con mujeres musulmanas. La causa racista era más importante que la causa animal. No querían reivindicaciones de igualdad llevadas a cabo por personas racializadas. La laicidad hoy en día en Francia ya no tiene que ver con la separación entre la Iglesia y el Estado, ese ya no es el rato; la laicidad es algo distinto, cuyo debate se centra en cómo hacer que los musulmanes dejen de serlo. Se acepta a los musulmanes si no lo son: si no practican, si no lo parecen, si no ocupan el espacio público. Pero hemos venido para quedarnos y para luchar y garantizar un mejor futuro para nuestros hijos.