‘Emilia Pérez’, el primer narcomusical transgénero

La película no solo habla de un cambio radical sino que a lo largo de su metraje se mantiene ella misma en permanente mutación, esquivando categorizaciones y renegando de lo normativo

Emilia Pérez. Karla Sofía Gascón as Emilia Pérez in Emilia Pérez. Cr. Shanna Besson/PAGE 114 - WHY NOT PRODUCTIONS - PATHÉ FILMS - FRANCE 2 CINÉMA © 2024.

Uno de los pilares temáticos del cine de Jacques Audiard es la idea de la transitoriedad, la transformación y la movilidad identitaria. En su cuarto largometraje, De latir, mi corazón se ha parado (2005), el francés retrató a un hombre atrapado en el submundo criminal que sueña con convertirse en pianista, y en Dheepan (2015) -la película que le proporcionó la Palma de Oro del Festival de Cannes- observó a un conserje de barrio problemático que llegado el momento se revela como un letal justiciero; son solo algunos ejemplos. En cualquier caso, ninguna de sus películas maneja los conceptos arriba citados de forma tan integral y tan audaz como Emilia Pérez, una obra que no solo habla de un cambio radical sino que a lo largo de su metraje se mantiene ella misma en permanente mutación, esquivando categorizaciones y renegando de lo normativo.

Se trata, de entrada de un drama rodado en español e inglés -idiomas que Audiard no habla-, ambientado en el submundo de los cárteles de la droga de México -pero rodado mayoritariamente en un estudio de París- y protagonizado por un capo del narcotráfico que, atención, decide cambiar de sexo para poder vivir su vida como la mujer que siempre ha sido, y que tras hacerlo se convierte en heroína del pueblo. Es, además, un musical vehiculado por un surtido de números de canto y baile tan variados -incluye coreografías inspiradas en las de Busby Berkeley, melodías pop de las que se pegan como un chicle, momentos de rap susurrante y de potente reggaeton y hasta canciones protesta- que componen un todo inclasificable. Y avanza alternando géneros como la intriga criminal, el culebrón, el melodrama almodovariano, el cine de denuncia social y la alegoría mítica, y evocando en el proceso títulos tan dispares como Cabaret (1972), Sicario (2015) y Señora Doubtfire (1993). Y esa asombrosa fluidez funciona a la perfección como metáfora de la transición que su personaje titular lleva a cabo, y de la que emerge triunfal su verdadero yo.

Igual de protagonista de la película que la propia Emilia (Karla Sofía Gascón) o incluso más, eso sí, es la abogada cuya historia conocemos en las escenas iniciales, Rita (Zoe Saldaña), una mujer dotada de grandes conocimientos legales -y de un talento para el baile envidiable- que detesta el sistema corrupto que ella misma nutre al trabajar para librar a asesinos y delincuentes de la cárcel. Un día, a través del teléfono, una voz misteriosa la convoca a una cita en medio del desierto con la promesa de grandes cantidades de dinero, y poco después la vemos sentada frente un señor de la droga llamado Manitas Del Monte. Existen muchos motivos por los que alguien como él podría necesitar un abogado, pero Rita de ningún modo podría haber adivinado la verdadera razón del encuentro: Manitas ha decidido cambiar de sexo, y quiere que ella no solo le encuentre a un cirujano capaz de practicar la operación sino que también, entretanto, la mantenga en secreto cara a la esposa del  capo (Selena Gomez) y sus hijos. Varias escenas después. Manitas se ha convertido en Emilia Pérez, una mujer libre para vivir como quiera, pero su periplo junto a Rita no ha hecho más que empezar. Después de todo, Emilia permanece atada ineludiblemente a su pasado. Quiere enmendar el sufrimiento que causó en su antigua vida, y también anhela reconectarse con su familia.

Lo que viene después es a la vez una reconfortante historia de redención y una tragedia inevitable, una celebración del poder balsámico del cambio y una fábula sobre cómo la violencia del pasado engendra violencia en el presente. Influenciada por su amistad con la letrada, Emilia funda una organización dedicada a recuperar los cadáveres de personas asesinadas por cárteles como el que ella lideró. Si la improbable evolución del personaje resulta creíble es en gran medida porque, metida en su piel, Gascón -actriz madrileña que, tanto antes como después de su transición de género, hizo carrera en el ámbito de las telenovelas mexicanas- resulta extraordinariamente persuasiva, tan intimidante como tierna y tan imponente como vulnerable; también por la palpable química que comparte zon Saldaña, una actriz estupenda que ha pasado demasiado tiempo encarnando a criaturas alienígenas y que en la piel de Rita derrocha ferocidad.

Mientras arroja a esos dos personajes y a otros que los orbitan a una serie de giros argumentales dementes y los sitúa en el centro de sucesivos números musicales a cual más extravagante, Emilia Pérez se reivindica como una obra absolutamente única e incomparable, decidida a incumplir las expectativas y a no justificarse más que frente a sí misma. Como era de prever, esa actitud le ha granjeado algunos enemigos. Sus detractores la acusan de tomarse a la ligera tanto la experiencia trans como las guerras de la droga en México, y consideran que un señor francés cisgénero como Audiard no está legitimado ni para pontificar sobre esos temas ni para convertirlos en números musicales sobre vaginoplastias o sobre soldados que cargan sus rifles. En defensa de ambos, cabe decir que la película está más interesada en abrazar la fantasía que en hacer política y que, en cualquier caso, cantar y bailar por los derechos de la comunidad trans es un método efectivo para hacer oír esas reivindicaciones. Y, como dice la propia Emilia en un momento de su periplo, “escuchar es aceptar”.