Dependiendo de a qué generación pertenezcas (si eres dolorosamente joven, te ruego por mi salud mental que no me lo digas), la moda festivalera tiene dos vertientes. Los “mayores” vinculan al universo de los festivales con Glastonbury y por ende, con los micro shorts de Kate Moss y sus botas Hunter, que pasaron desde el instante en el que la modelo fue inmortalizada con ese calzado, imprescindible en el festival británico por las condiciones meteorológicas, en el complemento por antonomasia del dress code festivalero. Los más jóvenes, en cambio, pensarán de forma inmediata en las coronas de flores de Coachella, cuyo referente estético había sido hasta ahora Vanessa Hudgens, que con sus botas western, sus coronas florales y sus prendas de crochet representaba el arquetipo de las fans del festival. “No habrá Coachella para mí este año. Espero que quienes vayáis os lo paséis en grande”, escribió Hudgens este año en su perfil de Instagram. En ese instante, la duda asaltó a muchos. Si la reina del festival no iba… ¿Quién ocuparía su trono? Es más… ¿Seguiría Coachella siendo un reinado de la moda?
Las fotos de las asistentes a lo largo de los días demostraron que había una marcada crisis estética que diferenciaba a quienes se esforzaban (quizás, demasiado) por llevar looks que demostraban que habían empleado más tiempo ideándolos que escuchando los álbumes de los artistas que tocaban, y los que iban prácticamente de incógnito, como Kendall Jenner y Hailey Bieber, que eligieron llevar gorras con las que pasar desapercibidas… Dentro de lo desapercibida que puede pasar una persona con millones de seguidores, claro. “Los A-listers tienen que separarse de los influencers que todavía hacen ese esfuerzo; han de indicar que de alguna manera, son diferentes. No sorprende, entonces, que quienes fueron el baluarte de una estética estén cambiando de bando. Por supuesto, la moda cambia y la gente crece y sigue su camino, pero parte de este cambio está ligado a la necesidad de que algunos se distancien de aquellos que se esfuerzan un poquito más”, se observa Elliot Hosteen en ‘Dazed’.
El negocio de la moda festivalera
¿Por qué la moda está tan vinculada a los festivales? No hace falta siquiera ir a Coachella, donde hay incluso meta festivales orquestados por marcas, para ver que las firmas de moda se esfuerzan cada año no sólo por vender sus diseños durante los festivales, sino por establecer un vínculo con su ADN y formar parte de ellos.
“El arte y la cultura forman parte del ADN de Etnia Barcelona, siendo pilares por los que hemos apostado desde la creación de la marca en 2001 y que siguen tejiendo nuestra historia más de 20 años después. En este viaje por el arte y la cultura, Etnia Barcelona da un paso más y se adentra en el mundo de la música, explorando este nuevo territorio con el que ya se ha vinculado tantas otras veces de manera indirecta”, explica a Artículo14 el equipo de la marca de gafas, que para posicionarse dentro del espectro musical y generar comunidad, creó Red Sound, una nueva mirada en el mundo de la música que muestra la faceta más íntima y desconocida de los artistas. “No hay mejor escenario para el lanzamiento de Red Sound que Primavera Sound, un festival icónico también nacido en Barcelona. Red Sound es una propuesta pionera para el festival que estamos seguros de que redefinirá la relación con las experiencias musicales que se ofrecen en festivales hasta la fecha”, aseguran.
Un reciente estudio señala que el uso de un look cuya única finalidad es acudir a un festival musical genera 7,5 millones de euros al año, por lo que es completamente comprensible el interés de las marcas por estar presentes en estos encuentros… Tanto fuera como sobre el escenario, pues los outfits que lucen las estrellas se viralizan y llegan a agotarse. Por ello también envían a creadores de contenido de renombre diferentes looks, que de esta forma, como explica la fundadora de la marca de punto deluxe AGR, Alicia Robinson, a ‘Vogue Business’, consiguen gracias a las activaciones puestas en marcha en los festivales ser descubiertas por consumidores que habitualmente no compran en las webs de venta de lujo online, como Farfetch o Net-a-Porter. “Permite ver la ropa en un ambiente natural y divertido, en lugar de simplemente en una pasarela o en una revista, donde puede parecer inalcanzable”, asegura. Sin embargo, regalar looks en lugar de entradas a los festivales resulta menos rentable para las firmas, que en cambio, optan por obsequian a los influencers con entradas VIP. Por ello, por más que muchos medios se empeñan en hablar del fin de Coachella (artículos que firman, curiosamente -o no tanto- millennials), el hecho de que el festival haya pagado billetes y entradas a 47 creadores de contenido demuestra que la generación Z sigue interesada en el match entre la moda y los festivales. “Para muchas firmas, los festivales son idóneos para construir relaciones con cierto tipo de comprador, que compra nuevas y divertidas prendas adicionales para su guardarropa por las que normalmente, no se sentiría tentado. Definen toda una estética de colecciones y productos para algunas marcas”, explica Lucie Greene, pronosticadora de tendencias y fundadora de la consultora Light Years, a ‘New York Times’.
Si como señaló la periodista experta en moda Leticia García en la charla ‘Hip hop; identidad, música, estilo e inspiración en la moda’, cuando alguien tiene una ideología diferente a la imperante, lo primero que hace para significar que se opone al sistema es pensar en qué se pone, en momentos en los que disfrutar del tiempo de ocio es una revolución y un gesto de disidencia, ¿cómo no se van a esforzar quienes van a festivales de música en hacer lo propio y preocuparse por sus looks?