La historia detrás de El rey del cachopo ejerce una fascinación inversamente proporcional al tamaño real de su protagonista —no me refiero a su estatura—. Y esa atracción se debe al trabajo de sus guionistas, Isabel Paniagua y Noemí Redondo, así como del resto de redactoras (Laura Casaramona y Rebeca Hortiguela) y documentalista (Natalia Sánchez). Lo quiero dejar claro desde el primer párrafo porque su trabajo colectivo es fundamental a la hora de contar bien una historia simple en apariencia, pero compleja en el fondo, y que mucha gente ya conocía por su desarrollo televisivo.
Quede claro que no es la mejor serie documental que he visto, por más que su director, Román Parrado, tenga ya mimbres en esto y entienda todos los ganchos que hacen falta para tener éxito en la plataforma de streaming. Es visualmente llamativa y resultona. Pero sobrevive gracias a una historia terrible y a un guion que sabe centrarse en lo más importante y ayuda a entender por qué la historia fue siempre tan interesante y universal.
Diría que todo entronca con una estupenda película reciente, Scoop, en la que se recrean las condiciones de la famosa entrevista con el príncipe Andrew. Entre ambos relatos hay un paralelismo. Tanto en el del aristócrata amigo del depredador Jeffrey Epstein como en el de César Román y sus empanados, la solución más fácil para quienes les persiguen se reduce a dejar que la persona cuestionada se explaye. Cuando más habla, más posibilidades hay de que se equivoque. Y como se creen más grandes que la vida, siendo canijos morales, terminan tropezándose con los zancos.
En un mundo en el que la gente protesta mucho cuando se entrevista a un personaje que provoca desagrado, a menudo se olvida algo fundamental. Si les dejas hablar, hay más posibilidades de que revelen sus verdaderos colores. Los tipos más inteligentes pueden estar horas hablando sin decir nada y llevando el agua a su molino. Los que sólo son listos y soberbios se traicionan. El periodismo no es una lavadora que sirva para blanquear, o no debe permitirse ser usada para eso. Lo que sí debe ser, y más que en ningún otro en el género de la entrevista, es un espejo. Uno que refleje no sólo lo que la persona dice ser, sino lo que es en realidad. Uno que nos muestra el verdadero rostro de Dorian Gray.
El rey del cachopo también explica, uno por uno, los fallos del periodismo que hicieron que conociésemos al personaje en primer lugar. Un periodismo que presta atención a personajes llamativos y situaciones curiosas antes que a problemas serios y complicados. El rey del cachopo hizo todo lo que atrae la atención de ciertos medios: mintió para maximizar sus éxitos y mató a alguien de forma grosera y cruel. Carne de informativos. Hoy tiene su propia serie en Netflix. Pasó de un clickbait a otro sin solución de continuidad. De “te sorprenderá el origen del mejor cachopo de España” a “lo que siempre quisiste saber del asesino de la madre de dos niños”.
A Román sólo le faltan los burpees y le sobraba el empanado para ser el perfecto alumno de Amadeo Llados. Porque todo es construcción de relato y de personajes, bro. ¿Te pueden enchironar por descuartizar a tu exnovia? ¡Pues te inventas un relato que encaje mejor y engañas a los jueces y a los abogados! ¡Decir la verdad es de fucking pobres! Sólo le faltó el curso de marketing multinivel de a mil euros el tolai y le sobró el asesinato para pasarse la partida de la vida.
Se interpusieron, afortunadamente, el aburrido dato del ADN, el aburrido dato de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, y el aburrido dato de los testimonios y del minucioso trabajo realizado por quienes le persiguieron. Mataron el relato a golpe de pesquisa. Yo siempre en el equipo de los señores aburridos.
Pero el poder de las historias habría primado de no haber sido por la torpeza patente del criminal. Viendo el documental queda claro que se hubiese salido con la suya de no ser tan paquete. Porque El rey del cachopo hackeó la sociedad utilizando su recurso más simple: la gente quiere creer y confiar en los demás. El tristemente fallecido Kevin Mitnick me dijo en una entrevista, hace años, que el ser humano es el eslabón más débil en cualquier cadena porque quiere ayudar. ¿Quién no ha tenido un amigo que se inventa su vida y al que nunca corriges, hasta el punto en el que ambos termináis creyendo en cierta forma sus fabulaciones? ¿Quién no ha sido Sancho de algún Quijote? La diferencia es que sus Dulcineas no terminaban con el torso embutido en una maleta barata.
En una escena que recuerdo poderosamente de otro docucrimen de Netflix, Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer, los vecinos ayudan al asesino a meter en casa a una de sus víctimas. Es un patán que se sale con la suya casi todo el tiempo porque nadie se preocupa por la gente que le rodea. En España, afortunadamente, las cosas son distintas. Y la Policía, también.
Lo que mucho me temo es que Román, una vez salga de prisión, volverá a fabular. No me cuesta nada verlo en verlo pasar de ‘rey del Cachopo’ a ‘rey de los Incel’. Escribiendo un libro sobre la mafia invent que le arruinó la vida, explicando su camino de redención pero dejando entrever lo malas que son las mujeres y las extranjeras, y volviendo a subirse a la primera ola de la fama que le pille por delante.
Porque el dato le ha metido en la cárcel, pero que se prepare el mundo para su relato cuando salga.