Una de las cosas en las que más insiste María Dueñas durante la presentación de Por si un día volvemos es en la memoria viva. La autora manchega sabe bien que en el corazón se sus novelas se encuentran las historias de aquellos que vivieron antes, que reviven en las páginas, que vuelven a encontrarse con viejos amigos y lugares, vuelven a enamorarse, con esa capacidad exclusiva que tiene la literatura de hacer al hombre inmortal, siempre y cuando haya existido antes en el espacio físico.
Esto es algo que la propia María Dueñas acepta, un acuerdo que asume con la voluntad consciente de quien se aferra al valor testimonial de la vida como la única forma de crear. «A menudo siento que no soy capaz, con la ficción, de llegar a la altura de las historias reales», admite la autora manchega como cierre del lanzamiento mediático de Por si un día volvemos. Veo en sus ojos el brillo de la emoción. No sólo por haber llegado hasta ahí, hasta la presentación, el recuerdo del camino recorrido, las horas invertidas, los documentos leídos y consultados, los atascos y la frustración.
Si sus ojos refulgen con emoción es por culpa de los testimonios de las tres personas que están a su lado en la Casa Mediterráneo de Alicante. La prueba de lo que ella ha insistido a lo largo de todo el día: la memoria viva, la memoria de aquellos que estuvieron allí y nos trasladan su legado para que no se pierda, para que el olvido y el tiempo no erosionen las huellas del paso de los hombres sobre la Tierra.

María Dueñas durante la presentación de ‘Por si un día volvemos’ celebrada en la Casa Mediterráneo de Alicante | Artículo 14/ David Lorao
El primero en hablar es Juan Ramón Roca, investigador, escritor y divulgador, autor de Los españoles en la Argelia francesa: Memoria de una emigración. Tras haberla leído, Roca habla de la nueva novela de María Dueñas como «un gran reflejo de lo que fue la vida allí», poniendo en valor el trabajo de documentación de la escritora de Puertollano, que en palabras del investigador ha representado con suma fidelidad «la configuración social de la época» y, en gran medida, «la tipología del oranés».
A su izquierda, Carlos Galiana asiente. La edad se le refleja en cada fragmento de su piel, pero aún conserva un cierto orgullo en el porte, en esa postura recta, gallarda, propia de quien ha toreado ya en muchas plazas y está listo para una más. Galiana es descendiente de una familia alicantina que tenía empresas en Orán, donde él mismo vivió su infancia y su juventud, uno de los innumerables pieds-noir (pies negros) españoles que se exiliaron en Argel hasta que fueron expulsados de allí cuando la ocupación francesa llegó a su fin en la década de los 60.
Carlos Galiana habla de sus recuerdos en Orán, de esa vida que ha retratado María Dueñas en Por si un día volvemos y que él mismo llegó a conocer. Habla del «ascensor social» por el que tenían que ir subiendo los pieds-noir españoles en la Argelia francesa, peldaño a peldaño, hasta que llegase el momento de poner en marcha «iniciativas empresariales» como las de su familia, propietarios de una de las fábricas de anís más famosas y prósperas de Orán durante aquellas décadas locas.
«Mi familia se fue para ampliar el negocio fuera de Alicante y terminó integrándose con las colonias de Orán», recuerda Galiana. También recuerda la «solidaridad entre españoles» al contarnos la anécdota de un hombre que, muchos años después, se topó con él en la ciudad argelina y le dijo que su padre, el padre de Carlos Galiana, le contrató en la empresa de anís sólo porque era español. «¿Eres español?», le preguntó. El hombre asintió. «Entonces, ¡contratado!».

De izquierda a derecha: Juan Ramón Roca, Carlos Galiana, María Dueñas, Eliane Ortega y José Torroja, en la presentación de ‘Por si un día volvemos’ celebrada en la Casa Mediterráneo de Alicante | Artículo 14/ David Lorao
A la izquierda de María Dueñas, Eliane Ortega ríe y mueve las manos, gesticula con una expresividad insólita, no sólo por su avanzada edad y su aparente fragilidad, sino por sus movimientos estridentes, como si su cuerpo gritase. Ella es oranesa, descendiente de exiliados españoles e investigadora especializada en el exilio republicano en la Argelia francesa. Tiene el pelo de ese color gris que sólo tienen las personas mayores y un rostro de formas angulosas que esconden una belleza que en el pasado debió ser deslumbrante, pienso, la misma belleza que escondía Orán y que ella ha revivido gracias a Por si un día volvemos.
«Olí los perfumes de mi ciudad», dice Ortega, la voz quebrada, los ojos acuosos, la mano de María Dueñas extendiéndose y tocando su muñeca en un gesto de cariño y afecto que esconde muchas confesiones. «Leyendo la novela, oí los ruidos de mi ciudad. Los que tienen nostalgia de Orán, desde luego, van a volver allí».
Al hablar de Cecilia Belmonte, la protagonista de Por si un día volvemos, Eliane Ortega deja atrás las risas, los gestos oraneses y la emoción por el recuerdo de la vida que tuvo, a la que ha vuelto gracias a la literatura, y se pone muy seria. «Cecilia es una de las muchas Cecilias que hubo en Orán», advierte, levantando un dedo amenazador. Y los que hemos leído la novela nos encogemos en nuestro sitio, conscientes de la verdad que esconden sus palabras, tan auténtica como la tragedia que sacude una y otra vez al personaje de María Dueñas, de la que se rehace una y otra vez con voluntad estoica.
Antes de dar paso al tercer y último testimonio, esa tercera y última memoria viva que ha servido de inspiración e influencia a María Dueñas, Eliane Ortega recupera su espíritu oranés y, con grandes aspavientos, con un acento que nadie sabe muy bien dónde ubicar, una extraña mezcla que ella dice ser oranico, se gira hacia la autora manchega, le agarra de las manos y dice, con mucha sinceridad: «Gracias, María. Gracias a ti he vuelto a mi infancia». Un nudo me atenaza la garganta.
El último testimonio es el de José Torroja, residente en Orán hasta la independencia y antiguo activista de la OAS. Regresó a España en 1962, en uno de los barcos enviados por Franco para la evacuación de la población española. Torroja se ha ido hundiendo poco a poco en el sitio, encorvándose ligeramente, mientras Eliane Ortega hablaba.
Con la voz tomada, el mismo nudo que siento yo en mi interior, el hombre logra articular: «Cada rincón de la novela me recuerda tanto a mi juventud…». Sus palabras se pierden entre los asistentes, sobrecogidos por la sinceridad, por el dolor en la voz de ese hombre mayor que ahora parece tan triste, tan nostálgico.

Una antigua fotografía de Orán durante su época francesa
José Torroja fue uno de los muchos pieds-noir que no tiraron la toalla por Argelia ni por Orán hasta el último minuto, hasta que la revolución argelina terminó con los restos colonialistas de la ocupación. «Siempre pensamos que el ejército francés llegaría y nos quedaríamos en Orán, pero no fue así», admite con cierta resignación.
En sus palabras hay un deje combativo, la frustración propia del que ha revivido muchas veces un momento que desea cambiar, volver atrás en el tiempo, hacer que las cosas sean diferentes, como uno quiere. O tal vez sea el recuerdo del abandono del hogar al que fue abocado junto a miles de pieds-noir en aquellos peligrosos días de principios de los 60. «Se aglomeraron en el puerto 2.500 españoles», revela. «Sólo podíamos llevar una maleta».
Toda una vida en una maleta. Nada más.
A pesar de esa tristeza resignada que parece pintar de gris el recuerdo de José Torroja y dejarle un poso agridulce a sus memorias argelinas, el hombre se permite la licencia de lanzar ante un centenar de personas que lo miran expectantes la asombrosa realidad del emigrante, y de todo aquel que pasa por esta vida creyendo que sus huellas son demasiado débiles, demasiado borrosas, y que se perderán con el tiempo
«Si pusimos un grano de arena en el desarrollo de esa ciudad, estamos satisfechos», sentencia. Y la Casa Mediterráneo estalla en aplausos, empezando por la autora, una María Dueñas que esa noche, y todas las noches después de Por si un día volvemos, tiene los pies tan negros como los de la memoria viva que aún respiran a su lado. Los últimos de Orán.