“A mí me interesa casi todo el mundo, pero lo que me gusta de las mujeres es la conversación continua que tenemos con nosotras mismas. Y esa sensación que tenemos a veces de ser espectadoras de nuestras propias vidas”, relata Isabel Coixet. Directora, guionista y escritora, su cine es de lenguaje poético, personalísimo y cargado de belleza, habitado por personajes cotidianos con un inesperado y profundo mundo interior. Y es cine hecho por mujeres y sobre mujeres, aunque con vocación universal.
Sin embargo, el camino para ella, nombre predominante en el cine internacional, no siempre fue fácil. Aunque había mujeres, como Josefina Molina, Pilar Miró y Cecilia Bartolomé, las tres licenciadas en la antigua Escuela Oficial de Cine (COC), que le habían abierto el camino durante el franquismo, Coixet se encontró con una industria fuertemente masculinizada… y machista.
Cuando ella lanzó Demasiado viejo para morir joven en 1989 se enfrentó a una durísima crítica. “Hay que pensar en el odio universal con que se recibió que Jeanne Dielman 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles, de Chantal Akerman, fuera nombrada como una de las mejores películas de la historia. Toda la literatura basura que se ha vertido sobre esto te hace preguntarte por qué les preocupa tanto, por no hablar de que muchos de ellos ni siquiera habían visto la película… Y esto sucedió el año pasado. En la superficie parece que todo ha cambiado, pero hay un desprecio, un paternalismo y un mansplaining que a ciertos hombres les sale por los poros, no pueden evitarlo. Simone de Beauvoir dice que todo este miedo no es más que la evidencia de su debilidad”, explicaba a esta periodista en una conversación hace unos meses.
“Ser mujer, joven y cineasta era horrible”
“En 1989 hubo un crítico de cine, recientemente fallecido, que escribió que deberían cortarme la cabeza por haber hecho mi primera película. Yo tenía que haber nacido ahora, porque en mi generación ser mujer, joven y cineasta era lo peor, un estigma horrible. No lo digo con rencor, pero creo que ahora las cosas son más fáciles, y me alegro mucho por todas las directoras que tienen ahora las oportunidades que yo no tuve”, continúa, mientras mencionamos a algunas de las mujeres que en la actualidad están llevando a cabo el ingente trabajo de poner su nombre junto a los totémicos varones de la industria.
No se trata únicamente de algo “cultural”. El cine sigue siendo un sector ampliamente masculinizado, y los datos que ha presentado la Asociación de Mujeres Cineastas (CIMA) arrojan mucha luz: en el sector completo, en todos los puestos de la industria audiovisual, el porcentaje de mujeres es del 38% frente al 62% de los puestos ocupados por hombres. “Queremos que desaparezca la brecha de género”, afirman desde CIMA. Exigencia que también recogen desde el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), que defiende, en cambio, los avances logrados desde el Ministerio de Cultura.
“Ha habido avances, aún insuficientes, pero los ha habido. La senda de apoyar todas las medidas de acción que permitan ir incrementando la presencia de las mujeres en el sector del cine son incuestionables”, deja claro Ignasi Camós, director general del ICAA y presente en la rueda de prensa del informe. “Según estos datos podemos afirmar que el sector del largometraje español continúa siendo un sector masculinizado, aunque, como se refleja en el histórico, cada vez se sitúa más cercano a porcentajes de distribución equitativa. Pese a este resultado, en su estructura interna de cargos tras la cámara se identifica la reproducción, también histórica, de la segregación horizontal y vertical de género en el sector, ya que hay una minoría de cargos feminizados que están relacionados con la estética y una mayoría de cargos técnicos, creativos y de liderazgo masculinizados”, añade la autora del informe, Sara Cuenca.
Esta diferencia transversal la ha vivido en primera persona la directora, productora y guionista Paula Ortiz. En la promoción de su película sobre santa Teresa, titulado precisamente Teresa, pudimos hablar con ella en diversas ocasiones sobre lo que supone hacerse hueco en una industria tan masculinizada, aunque ella sea una de las mejores creadoras en España. “Hemos avanzado muchísimo en el reconocimiento de los derechos de la mujer. Sin embargo, emprender sigue siendo mucho más difícil para nosotras que para el hombre. Llegar arriba nos cuesta más a las mujeres“.
Esta zaragozana habla con conocimiento de causa del techo de cristal (“¡Tenemos que romperlo!”, exclama, subversiva) porque lo ha experimentado toda su vida. “Parece que tras formarse y prepararse para dar el salto, la mujer ha de renunciar a acceder a los puestos más altos para dedicarse al cuidado de los hijos o de los mayores, porque el sistema, de forma sutil, relega a la mujer en las cosas importantes y nos deja a un lado”. Paula Ortiz opina que aunque hay grandes mujeres en el cine, como Coixet o Icíar Bollaín, ninguna ha podido hacer una gran superproducción, y si ella misma se lo planteara, no la tomarían en serio.
“No hay igualdad real. A las mujeres se nos ha dejado entrar en el cine pero con proyectos pequeños, vinculados a lo íntimo o lo personal”, continuaba la directora, que pone a menudo ejemplos y casos de discriminación por el hecho de ser mujer. “Ser mujer te exige siempre un esfuerzo especial. Y aunque hemos recorrido mucho camino gracias a la polvareda que despertó el #MeToo, llevamos sólo 150 años de lucha feminista. Tenemos que seguir”.