Deadpool no podía empezar mejor, con un Ryan Reynolds uniformado matando villanos genéricos y utilizando un famoso esqueleto metálico mientras rompe la cuarta pared y baila el Bye, bye, bye de N’Sync. La canción hablaba no sólo de una ruptura amorosa, sino que tenía de trasfondo la separación del grupo de su antiguo manager, Lou Pearlman, creador de la banda. Y, no sé si por casualidad o por un gran sentido de la oportunidad, Netflix acaba de lanzar el documental Dirty Pop, en el que se cuenta la historia de Pearlman, con sus luces y sombras.
Pearlman fue el fundador y ‘sexto miembro’ de dos bandas tan colosales como Backstreet Boys o N’Sync, y el documental describe muy bien la historia de sus orígenes como productos “de laboratorio”. Animado por el éxito de New kids on the block, Lou Pearlman, un empresario de dirigibles y chanchullos varios, decidió que montaría sus propias boy bands y comenzó a producirlas en cadena. Con un instinto empresarial envidiable decidió además que no valía con lanzar un grupo, sino que había que crear además su propia competencia. Y lo hizo en Orlando, Florida, el hogar de Disney y de Jason Mendoza.
Así, además de esas dos bandas gigantescas surgieron otras con mucho menos nombre en España. Es el caso O-Town, salida del reality Making the band, con Diddy a los mandos, o Natural. Eso por no hablar de Aaron Carter, el tristemente fallecido hermano del backstreet boy Nick. O Innosense, la girls band en la que empezó —muy brevemente— una joven Britney Spears. El hecho de que todo esto sucediese en Orlando hace que se dibujen fácilmente líneas entre Disney y algunas de estas carreras musicales. De hecho, el primer show de N´Sync fue en un espectáculo para Disney del que los BB se borraron.
Sin embargo, el documental pasa de puntillas sobre este apartado y prefiere centrarse en la historia de Pearlman y en cómo armó el que quizá sea el esquema Ponzi de mayor duración de la historia de Estados Unidos, no tan diferente a lo que supusieron Afinsa o Fórum Filatélico en España.
Todo el documental habla sobre la dualidad de un tipo que era capaz de montar bandas que han hecho felices a millones de personas en todo el mundo y que lo hizo mientras robaba los ahorros a otras muchas. Durante todo el documental te habla de cómo Pearlman usaba a sus jóvenes estrellas para presumir delante de inversores pasados o futuros, lo que sólo cobra sentido cuando piensas en cómo necesitaba siempre captar dinero fresquito en el marco de su duradero esquema de Ponzi.
En Europa, nos la tragamos doblada
Quizá para el espectador europeo lo más interesante de todo sea descubrir cómo nos vendían la moto en Europa y cómo nos prometían que ciertas bandas de chavales eran ya un hito en EE.UU. cuando, en realidad, allí no se comían un colín. Europa era el Flamingo o el River Plate de las boy bands, un sitio en el que se fogueaban siendo jóvenes y antes de convertirse en verdaderas estrellas globales. Cuando las alemanas se volvían locas es que ya estaban preparados para volver a casa.
El documental se toma algunas licencias que van a dar que hablar. La más importante, sin duda, es el uso del ‘deepfake’ para narrar fragmentos del libro de Pearlman. No sé hasta qué punto esto seguirá haciéndose en el futuro, pero si se hace me gustaría que siempre se siguiesen principios que aquí al menos se cumplen:
- El ‘deepfake’ sólo consiste en recrear algo que escribió en un libro el propio Pearlman y es de su autoría, de manera que no hay un conflicto dramático con la realidad.
- Queda perfectamente reflejado el uso que se está haciendo de la tecnología, de forma comprensible para el espectador.
Lamentablemente, intuyo que el uso que veremos de esta tecnología no será tan amable en el futuro, y tengo mis dudas sobre si el uso descontextualizado de ‘deepfake’ puede tener consecuencias en el futuro de los documentales. Aquí, al menos, no ha sido demasiado grave. ¿Es la evolución de las típicas dramatizaciones o algo mucho más peliagudo? Da para caña.
¿Es recomendable Dirty Pop? Muchísimo. Es una reflexión sobre el mundo de la fama y las posibilidades que abre para cierto tipo de personas. Frank Sinatra ya era una superpotencia a la que se le suponían tratos con la mafia y que se codeaba con los presidentes de Estados Unidos. Los famosos, y las estrellas de rock en particular, tienen un carácter transversal que en ocasiones roza lo mitológico. No es de extrañar que el posible apoyo de Taylor Swift y Beyoncé sea considerado como significativo para la flamante candidata demócrata a la Casa Blanca, Kamala Harris. O que un simple comentario de Charli XCX sobre cómo Kamala es ‘Brat’ haya volado la cabeza a los comentaristas políticos estadounidenses.
Lo que sí tengo claro es una cosa: quizá después de darle una oportunidad vuestra imagen de esas bandas, o de vosotros mismos de jóvenes, haya cambiado. Pero cuando Deadpool se lance a bailar el Bye, bye, bye, vosotros querréis levantaros de la butaca a bailar con él. Porque, de un modo u otro, todos somos marionetas.