A veces, escribir es algo innato. Una forma de existir o de comunicarse. Otras, un flechazo. Una relación romántica –sana o tóxica–. Una obsesión, un accidente que te arrastra. Escribir es una manera de estar en el mundo, de revelarse a él. Un privilegio. El de decir alto y claro: «soy escritora». Dos palabras que, al pronunciarlas en voz alta, pueden provocar incredulidad y hasta vergüenza. «A mí me ha costado mucho decirlo. Quizá porque me costó mucho saber a partir de cuándo podía decir que era escritora», admite Laura Ferrero (Barcelona, 1984), autora de Piscinas vacías y Los astronautas, también co-guionista de Isabel Coixet en Un amor. Coincide Sara Barquinero (Zaragoza, 1994), quien ha cautivado a miles de personas con su ambiciosa Los Escorpiones. Se llama síndrome de la impostora, una sombra que nos acompaña y nos hace dudar de nuestra valía y nuestro derecho a ocupar el espacio que nos corresponde.
Pero ¿a partir de qué momento puedes considerarte escritora? «¿Con un libro? ¿Qué es lo que marca que puedas decir eso? Me imagino que la persona que escribe en su casa, para no publicar, también podría decir que es escritora. ¿Lo eres cuando entregas el manuscrito o cuando te publican?», reflexiona Laura. Por su parte, Sabina Urraca (San Sebastián, 1984), autora de Las niñas prodigio y El celo, que ha sido aclamada como una de las novelas más particulares del año, se muestra segura de sí misma: «Antes me daba vergüenza, pero es algo que tengo que decir. Solía decir: ‘soy periodista’, porque parecía que esos textos tenían más legitimidad para existir. Pero ahora lo afirmo: ‘soy escritora’». Para celebrar el Día de las Escritoras, se reúne en el Centro Cultural Eduardo Úrculo, en un encuentro moderado por Cooltural Plans.
En los últimos años, las mesas de novedades de las librerías se han llenado de novelas escritas por mujeres. Pero hace 20 años, era más complicado acceder a los referentes femeninos. Aunque para Sabina, Almudena Grandes tuvo un impacto significativo: «Para mí fue muy importante. Recuerdo leerme a escondidas Las edades de Lulú cuando tenía 12 años. Por el prólogo, me di cuenta de que de pronto una fuerza como la ira o la envidia podían hacerte escribir un libro, presentarte a un concurso literario, ganarlo y de repente dedicarte a ello», recuerda.
Tienen menos de 40 años y algo en común: son capaces de poner de acuerdo a los lectores y a la crítica. Aunque forman parte del 16,4% de escritores que viven de la literatura, tienen un segundo oficio -Laura y Sabina, periodistas; Sara, correctora-. A pesar de eso, se pasan el día lidiando con la necesidad de validar su lugar en un entorno que a menudo cuestiona su trayectoria, pese a ser de las autoras más interesantes del panorama nacional.
Superando barreras
Ser autora en la industria literaria es un arma de doble filo, porque debes encontrar tu voz mientras mantienes la impostura, como si ser escritora fuera incompatible con el hecho de ser mujer. En cualquier caso, supone enfrentarse a una carrera de obstáculos constante en la que el entorno, frecuentemente, pone en duda tu valía y tu lugar en el sector.
Uno de ellos es la tendencia a la infantilización de las autoras, y eso se ve reflejado en pequeños detalles, como las portadas e ilustraciones que acompañan a un libro, y también la propia foto de la autora. «Cuando edité a Andrea Abreu y su novela Panza de Burro me preguntó: “¿me das consejos para las primeras fotos?” Y yo le dije algo que yo hacía: no sonreír», cuenta Sabina. Pero un hombre no se preocupa por si debe de sonreír o no. Haga lo que haga, su imagen permanece íntegra. Sin embargo, cuando se trata de mujeres, la situación es muy diferente: «Hasta ese momento, yo había adoptado una seriedad porque quería que se me percibiera como una escritora seria». De alguna manera, esa actitud es como un pseudónimo, un “soy otra”. Ese fingir que soy alguien más para que me respeten como a un escritor», reconoce.
Más allá de las etiquetas
Para Sara, la mayor barrera es la conquista de la universalidad. Cuando una mujer escribe sobre sentimientos, se presupone que es íntimo, y que, por tanto, atraviesa una etapa complicada en lo personal. «Siento que se nos lee si escribiéramos dos tipos de libros: o cosas de chicas, o lo que normalmente se asocia con lo masculino. Si expresas emociones, se interpreta como autobiográfico. Pero cuando un hombre lo hace, no se considera que no esté siendo universal. Si te sales del tiesto y apuestas por una literatura más vinculada a lo masculino, o se te castiga, o se te considera una excepción, lo cual es casi peor», explica.
Women, Female Authors, Strong Female Protagonists. A las mujeres se les sigue encasillando en lo emocional. Se les etiqueta en la industria, en los circuitos editoriales y también en internet. A pesar de la diversidad de historias, acaban reducidas a temas considerados “femeninos”, reforzando estereotipos de género que simplifican sus narrativas. «Si un hombre quiere escribir una novela sobre la II Guerra Mundial, y la siguiente es la historia de cómo ha muerto su padre, nadie le va a preguntar sobre ello. Sólo nos preguntan a nosotras», añade. Y Laura, coincide: «cuando lo hace una mujer, se habla de “memoir” y se le pone una etiqueta».
Entonces, ¿es realmente buen momento para la literatura escrita por mujeres? Aunque todavía queda mucho camino por recorrer, las voces femeninas cada vez resuenan con más fuerza en el sector editorial. Más allá de etiquetas, paternalismos e imposturas, las mujeres comienzan a tener ese cuartito para ellas solas del que hablaba Virginia Woolf donde escribir sus novelas, para así poder decir: «soy escritora». Y no conocer la incredulidad ni la vergüenza. Sólo la certeza de habitar el lugar adecuado.