Dejarse llevar, en lo físico, en lo espiritual y en el cine

El amargo placer del abandono en su dulce fragilidad. Es curioso lo fácil que resulta “dejarse llevar” en términos kilogramáticos y/o psicodramáticos. “Suena demasiado bien (...) Nunca sabes dónde puedes terminar”. Si lo dicen los Vetusta Morla, bien dicho está

Uma Thurman en el papel de Mia Wallace en 'Pulp fiction'
Uma Thurman en el papel de Mia Wallace en 'Pulp fiction'

Hace algunos años, en los albores del 2000, esa edad en la que a alguien que estaba gordo le decían “estás gordo” y no había que llamar al orientador, adelgacé un montonazo de kilos sin ir al médico o al nutricionista, sin decírselo a nadie y sin publicarlo en las redes, mayormente porque no existían. Era una época (en ese sentido solamente) más higiénica que esta, 25 años después: en general a nadie le importaba demasiado lo que hicieras con tus adiposidades y menos que lo fueras contando.

En aquellos días, la palabra endocrino a mí me sonaba a chino, más bien ni me sonaba, como cuando mi padre le decía a mi hermano, monaguillo en sus ratos libres: “Gonzaga, a ti si te llaman ‘ceroferario’ les contestas: ‘Por si acaso, tu padre’”. Bajé no menos de 25 kilos, ya digo, a lo mecagüen y me quedé bastante flaco, la verdad. Mi amigo Unai me llamaba ‘biogauna’, el muy cabrón. Y así me he mantenido, más o menos y con gran control, hasta el medio siglo.

Últimamente, sin embargo, he coqueteado con la dulce y salada tentación de liberarme del corsé gastronómico y abandonarme a los placeres de la gochez, quizás imbuido por el hedonismo suicida de La gran comilona (Marco Ferreri, 1973), y a ver qué pasa. Obviamente, no he llegado hasta el final como la película. Lo mío ha sido más bien un acto de gordo mental. Los gordos mentales son muy difíciles de detectar, tal es su camuflaje de guerrillero. Un gordo mental puede pesar 60 kilos, pero si estás muy atento, les puedes pillar por alguno de sus tics más sutiles: su mirada cuando reparten la comida desde una olla. Una vez tienen su plato lleno, marcan territorio, escrutan al resto de comensales con ojos de conquistador extremeño y se lanzan a la fuente a picar con el tenedor y llevarse una porción extra.

Póster de la película 'Otra ronda', de Thomas Vinterberg

Póster de la película ‘Otra ronda’, de Thomas Vinterberg

Dejarse llevar suena demasiado bien

Dejarse llevar, en lo físico y en lo espiritual. Suena demasiado bien. En el cine, mejor, aunque a veces los resultados son demoledores.
Leaving Las Vegas (Mike Figgis, 1995), es un extraordinario filme que retrata la última frontera del abandono vital. Queda para las estanterías del cine el relato de la caída a los infiernos de Ben (Nicholas Cage, en el mejor papel de su carrera), un guionista de Hollywood que viaja a Las Vegas con la intención de beber hasta morir. Allí conoce a Sera (Elizabeth Sue), una prostituta de la que se enamora y que tratará de redimirle. Pero no es la salvación la opción fundamental de un espectro, devastado por el alcoholismo. El gran valor de la cinta, al contrario que otras magníficas películas que han mostrado el horror de esta enfermedad, como Días sin huella (Billy Wilder, 1945), es su equidistancia. El director no juzga, pero tampoco su mirada hacia Ben es fría: el foco está en narrar, con angustiosa crudeza, el proceso de destrucción de un ser humano. No hay un antes, un contexto, en Ben, no interesa el qué, sino el cómo.

Mucho más cínica, en cambio, es la ¿comedia? Otra ronda (2020), en la que Thomas Vinterberg fantasea, en forma de cuento moral, sobre los límites del autocontrol, ese “dejarse llevar”, pero no mucho, no vaya ser que el andamio de la socialdemocracia nórdica se me caiga encima. Si la has visto, acordarás conmigo en que la idea de partida es maravillosa: cuatro amigotes maduritos con vidas de pequeño burgués danés –o sea, de lujo– deciden jugar a hacerse los alcohólicos de palo con un absurdo experimento sociológico –como llamaba Mercedes Milá a Gran Hermano– que consiste en mantener cierta tasa de alcohol en sangre para mejorar su vida diaria, sexual, profesional, etc. Spoiler: la cosa no se da bien.

'Leaving Las Vegas ', película estadounidense de 1995 dirigida por Mike Figgis

‘Leaving Las Vegas ‘, película estadounidense de 1995 dirigida por Mike Figgis

Como estos hay muchos, muchísimos ejemplos en la historia del cine de películas que han retratado este camino de deserción como eficaz trampantojo de un desfondamiento espiritual, existencial, borrado humano. Aunque esto no pasa únicamente en la ficción, esto es, en la propia historia que vemos: el amargo placer del abandono lo sufren también, pero al otro lado del espejo, sus creadores. Vaya que sí, los pobres.

Lo de dejarse llevar, esta vez por una idea artística y no física, le ha pasado a Jonás Trueba, que cumplirá los 50 en el año 2031. El director de cine se ha mecido en su ensimismamiento de cineclub francés a partir de un chiste familiar –él mismo lo subraya en los créditos– y ha construido un entramado disfrazado de boutade privada que, a él, por lo que se ve, le parece muy brillante. Volveréis se llama y es la obra gafapasta triunfadora del año pasado: una mirada de Jonás a su ombligo, al de su pareja, al de sus colegas y al de su padre Fernando, que aquí interpreta a otro padre, todo ello en perfecto metalenguaje con ellos mismos y el resto de los ilusos. Eso es dejarse llevar, pero a lo Cahiers du Cinéma.

La comedia de Jonás Trueba 'Volveréis'

La comedia de Jonás Trueba ‘Volveréis’

Hablando de películas triunfadoras en 2024; si te dejas llevar, esta vez por la mitomanía, te puede suceder como a Win Wenders, que le ha salido una epanalepsis con su Perfect Days, para muchos la mejor del año. Una historia sin duda preciosa en su minimalismo narrativo, que pretende ser un homenaje al maestro japonés de todos los tiempos, Yasujiro Ozu (Cuentos de Tokio) y es tan consciente de sí misma en cada plano que deriva en caricatura, casi al modo en el que Gus Van Sant quiso ‘homenajear’ a Hitchcock en su aberrante Psicosis (1998), una calcomanía revenida de la obra maestra del inglés; otro, por cierto, que se dejaba llevar bastante y no solo por sus kilos. Ambas cintas, la de Wenders y la de Trueba, dan, a mi modo de ver, un poco de cringe, que podría decir la actriz y cómica Lalachus, una “persona gorda” o “de cuerpo no normativo”, pero en ningún caso una “gorda graciosa”. Ni en 2000 ni en 2025.

P.D. Alex de la Iglesia, nuestro Hitchcock ibérico, dice que un gordo de verdad nunca te dirá que su comida favorita es, por ejemplo, la paella. Dirá que son las cortezas de cerdo. Tal vez tenga razón. Por mi parte, este artículo lo empecé a escribir el 6 de enero por la noche, después de hacerme zampado cuatro trozos de roscón: dos caseros y dos de pastelerías Mallorca. Y con nata. Y dos huevos duros.

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