Ser mujer en Marruecos: crónica de un viaje interior entre dos mundos y aroma de té

Fundadora de la residencia creativa Jiwar, Mireia Estrada Gelabert publica un libro sobre su experiencia familiar con la sociedad marroquí, 'Sin azúcar. Una mujer occidental en Marruecos'

Mireia Estrada Gelabert, autora de 'Sin azúcar'
Mireia Estrada Gelabert, autora de 'Sin azúcar'

Consolidada en los últimos años la literatura escrita en español y catalán por hijos de la emigración marroquí en nuestro país (Najat El Hachmi, Mohamed El Morabet, Laila Karrouch, Karima Ziali, Meryem El Mehdati, etcétera), una generación de jóvenes autores predominantemente femenina que aborda, entre otras cuestiones, el debate sobre la doble identidad o la relación con el hecho religioso, se echaba en falta –más allá del trabajo periodístico o académico o en relato de viaje, donde la producción es constante y de calidad– la voz de escritores nacidos en la orilla norte del Mediterráneo que hayan sido capaces de penetrar en las entrañas de la sociedad marroquí y de saber contarlo a través de la literatura.

Felizmente, con Sin azúcar. Una mujer occidental en Marruecos, la filóloga, gestora cultural y profesora Mireia Estrada Gelabert lo logra al transportarnos desde este lado, desde Barcelona y Mallorca, hasta el corazón de una familia marroquí –la de su esposo, Momo—, que es ya su tribu, tras más de veinte años de idas y venidas, después de dos décadas de observación y reflexión con el perfume ambiental de la yerbabuena y el té (con o sin azúcar) y en un original relato en segunda persona.

'Sin azúcar. Una mujer occidental en Marruecos,' de la filóloga, gestora cultural y profesora Mireia Estrada Gelabert

‘Sin azúcar. Una mujer occidental en Marruecos,’ de la filóloga, gestora cultural y profesora Mireia Estrada Gelabert

De esta forma, la gran aportación y originalidad de Sin azúcar es ofrecernos la mirada de una mujer, una catalana, una española –la autora reconoce que no le gusta nada la etiqueta de occidental pese a que acompañe el título de la obra por consejo de la editorial y estar vacunada del orientalismo, “qué pereza”–, sobre un mundo que no es el suyo pero del que, a su manera, ya formará parte para siempre, incluida la mirada sobre el desconocido microcosmos de las mujeres (el de su suegra, el de sus cuñadas) de su clan marroquí, un clan que la ha aceptado a costa de inevitables renuncias.

Un único papel: madre y esposa

No encontrará, por tanto, el lector grandes y definitivas conclusiones sociológicas o antropológicas sobre Marruecos y su sociedad en esta crónica. Al contrario, Sin azúcar son siempre más preguntas que respuestas, un viaje en la duda y la fragilidad, que es la de todos nosotros, y por eso la sinceridad de Mireia nos atrapa desde el principio, como la que a la autora le procura la llegada, una y otra vez, a “ese extraño lugar que tanto te alivia como te altera, donde lo único que se espera de ti es que hagas de madre y esposa, donde la mujer que encarnas en un rincón del Mediterráneo occidental se escurre y se simplifica en un único papel, donde tu cuerpo pasa a formar parte de otro lenguaje de cuerpos y miradas, que a veces te incomoda, otras te libera y que, en definitiva, te confunde infinitamente”. En palabras de la prologuista, la escritora Karima Ziali, “el valor de Mireia (…) es atreverse a relatar desde un privilegio y una honestidad que ella asume como puntos de partida de su relato”.

La otra gran aportación de Sin azúcar es que la obra está dedicada a su suegra, un hecho quizá inédito, confiesa con humor Mireia, en la historia de la literatura femenina y universal. Más allá de la broma, Sin azúcar es un homenaje a la matriarca del clan, mui Jadiya, y con ella a tantas abnegadas matriarcas de los clanes familiares marroquíes que nunca tuvieron quien les escribiera, pues precisamente con un emocionante capítulo sobre la muerte de su suegra se cierra el libro. Y un homenaje, lo ha confesado también la autora, también a su propia abuela, y a esas abuelas del Mediterráneo norte –tan distintas y tan parecidas a un tiempo– a las de la orilla sur.

El tiempo entre fogones

En una tentativa de teoría particular sobre por qué nos gusta Marruecos, por qué este país nos atrapa y nos empuja a frecuentarlo y vivirlo, tiene que ver seguro con la experiencia sensorial. Marruecos son olores, colores y texturas inscritos en nuestra conciencia acaso por vía genética, porque, como le ocurre a Mireia y a otros muchos hijos de la gran patria común del Mediterráneo, el aroma a menta y comino del té y la carne guisada, el intenso olor de una olla de cocido, el sopor de las pegajosas e infinitas sobremesas de verano y hasta el aburrimiento –¡una auténtica condena cuando éramos niños y los mayores dormían la siesta!– son los mismos a un lado y otro del Estrecho; son idénticos a los de nuestra niñez, los mismos de nuestros ancestros. No en vano, el elemento gastronómico y, por tanto, los fogones y las cocinas –y su intrahistoria protagonizada por las mujeres del clan familiar– son esenciales en las páginas de Sin azúcar.

La renuncia al azúcar en el ritual del té –síntesis de la legendaria hospitalidad marroquí— es, como escribe Mireia en la obra, no sólo una de las formas con las que el extranjero marca involuntariamente distancias con el marroquí, su inevitable otredad, sino un anticipo desde el título de que la crónica de Mireia Estrada está lejos de ofrecer una visión edulcorada o autocomplaciente del Marruecos actual, un país atravesado por profundas desigualdades e injusticias que no se le escapan a la autora.

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No en vano, Mireia dedica una parte importante del libro a dar cuenta de los devastadores efectos del excesivo consumo de azúcar, empezando por la alta prevalencia de la diabetes, y de la falta de conciencia de una población más que consciente hoy de los peligros de sucumbir del “azúcar con té”, como ironiza la autora. Quizás, como escribe Mireia, porque en Marruecos “el ritual del comer” es “el espacio de los afectos”.

Muy presente está en Sin azúcar la reflexión sobre el papel subalterno de las mujeres en la sociedad marroquí, su individualidad a menudo anulada por los imperativos del grupo, la falta de libertad indumentaria, la sexualidad reprimida de los jóvenes, la pobreza, la burocracia –también la española, que se ceba con tantos marroquíes que tratan cada día en vano de obtener sus visados para viajar a Europa– o el analfabetismo. A través de los ojos de Mireia nos sumergimos también en Sin azúcar en el bullicio de los mercados marroquíes y el arte del regateo, la experiencia ascética del ramadán, la crudeza de la Fiesta del Sacrificio y hasta en un funeral.

El viaje a Marruecos, lo sabemos todos los que andamos de una orilla a otra entre la sorpresa, la frustración, el desasosiego y la felicidad, es, sobre todo, un viaje interior. Así es el viaje permanente de Mireia Estrada entre la Mallorca de sus mayores y su inesperado Macondo magrebí, el duar de su clan, un viaje en el que la autora continúa embarcada y así seguirá de por vida. “Y, sabiéndome impregnada de la decadencia occidental, de este salto de la civilización hacia el vacío, busco los vestigios de la tribu en mi casa, y agradezco todo lo que me han regalado en este rincón del mundo de tradición musulmana y lengua árabe y amazig. Tal vez así, rescatando los gestos antiguos que todavía perduran en mi trocito de Mediterráneo, podré dar sosiego a mi alma y encontraré, por fin, mi lugar”.