Un elenco envidiable en cartel, una estética impactante y sobrecogedora al entrar en la sala y una nueva lectura –llena de luz, música y danza– de la historia de Juana de Arco es la propuesta que inaugura la nueva aventura de la Nave 10 del Matadero de Madrid. Marta Pazos dirige este texto de Sergio Martínez Vila en el que se indaga en el misticismo de esta figura con el juego textual, luminoso, pero también críptico, lento y reiterativo.
Georgina Amorós, Katalin Arana, Macarena García, Lucía Juárez, Bea de Paz, Ana Polvorosa y, en el papel de Juana de Arco, Joana Vilapuig son las intérpretes que llevan a cabo esta ensoñación de Pazos que recorre danza, canto, símbolo histórico y mito pop. La versión nos lleva a un entorno colorido y poético, reivindicativo con la figura de forma bella, aunque es difícil seguir el relato, que es un grito potente pero que cuesta entender.
Salvo esto, la obra es un viaje de sensaciones. El elenco cumple con creces, las coreografías sirven de vehículo de los principales hitos de la historia con gran cuidado al detalle y simbología. La música original de Hugo Torres, un constante en la obra, acompaña a la perfección la escena. Así con todo, como la iluminación de Nuno Meira, el vestuario de Leandro Cano o la coreografía de Belén Martí Lluch.
Todo en la Juana de Arco de Pazos tiene o cobra un sentido en su imaginario y va ganando fuerza con el paso de los minutos, de manera lenta aunque creciente. La mística se encuentra en todas partes y se hace percibir en el cuidado de todos los detalles y el funcionamiento armónico del engranaje, pero se ve sobrepasada por la estética pop, que dificulta la posibilidad de ahondar de una manera más reflexiva y afrontar –desde la historia o desde el mito– el relato de la doncella de Orleans.
Tarda tanto en llegar la intimidad final con Juana de Arco –en la última parte donde se despliega el texto–, que es fácil perderse por el camino. Mientras que el cuidado de detalle es tal que nos puede llevar incluso a dar por buenas ciertas incomodidades –microfonía elevada, reiteraciones o números demasiado largos–, no logra que la estética, tan lograda y personal, supla al contenido.