De Mary Shelley o Ann Radcliffe en los albores del género hasta las actuales Nadia Bulkin, Anna Starobinets, Gemma Files o la argentina Mariana Enríquez, pasando por veteranas consagradas como Lisa Tuttle, Joyce Carol Oates, Susan Hill y nuestra Pilar Pedraza, sin olvidar autoras clásicas ya fallecidas como Daphne Du Maurier o Shirley Jackson, el panorama de la narrativa de horror siempre ha sido de los más igualitarios. Todo amante de la literatura de miedo sabe perfectamente que algunas de sus mejores páginas han sido escritas por mujeres, incluso en épocas donde era difícil que se abrieran camino. Pensemos que una revista pulp como la seminal Weird Tales, que diera a conocer en los años treinta a Lovecraft y sus colegas, contaba con un sorprendente número de colaboradoras: escritoras como Catherine L. Moore, Everil Worrell y Greye La Spina o la ilustradora Margaret Brundage… Y hasta llegó a ser dirigida por una mujer, Dorothy McIlwraith, editora jefe del magazine entre 1940 y su cierre en 1954.
Todo esto quizás sea ya conocido por muchos amantes del género. En los últimos años no solo se ha recuperado gran parte del legado de la literatura de terror escrita por mujeres, sino que ha estallado un auténtico boom de nuevas autoras. Sin embargo, en estos lluviosos días otoñales, que preceden la celebración de Halloween (o del Samhain celta y pagano, como nuestras amigas wiccanas prefieran), es justo y necesario recordar que existen otras muchas escritoras que caminaron por senderos espectrales y aún permanecen injustamente en la oscuridad.
Este es el sangrante caso de Marie-Noémie Cadiot, más conocida por su seudónimo de Claude Vignon (1828-1888). Auténtica pionera del feminismo y la liberación de la mujer, que fue también excelente escultora alumna de Pradier, Marie-Noémie se sintió atraída desde su adolescencia por lo esotérico, místico y extraño, manteniendo, todavía menor de edad, una correspondencia ardiente con el polémico sacerdote librepensador Alphonse-Louis Constant, más conocido como Éliphas Levi, experto mago ocultista, miembro de la Sociedad Rosacruz y autor del célebre Dogma y ritual de la Alta Magia (1854).
Al cumplir los dieciocho años, Marie-Noémie escapó para amancebarse con su admirado mentor, quien mantenía al tiempo relaciones con una maestra de escuela, Eugénie Chenevier. Su padre, al borde del ataque de nervios, obligaría a Constant a casarse con su hija por lo civil, bajo la amenaza de denunciarle por estupro, y negándoles dote alguna. La pareja viviría miserablemente en París, perdiendo en 1854 a su única hija, con sólo siete años, para acabar separándose. En 1865, Claude Vignon (entonces ya bien conocida por su nom de plume) conseguiría una sentencia anulando su matrimonio. Tras su relación con el sacerdote sacrílego y rosacruz, mantendría otra con el matemático y periodista Alexandre Sarrazin de Montferrier, cuñado del filósofo místico Josef-Höené-Wronski, volviendo a casarse en 1872 con el político y banquero Maurice Rouvier, quien será su compañero hasta la muerte de Claude, en 1888.
Durante esos años, Claude Vignon se convertirá en solicitada escultora, colaborando en los bajorrelieves de la parisina fuente de Saint-Michel. Desarrollará una fecunda labor periodística, como corresponsal política de L’Independance Belge, entre 1869 y 1880, entablando amistad con la intelectual protestante y luchadora por los derechos de la mujer Eugénie Niboyet, frecuentando su Club de mujeres y otras sociedades feministas como el Banquet Régénérateur des Femmes Démocrates et Socialistes. Escribirá novelas por entregas, artículos y relatos en publicaciones como el semanario satírico La Tintamarre o en Le Moniteur du Soir, recibiendo a partir de 1862 una pensión alimenticia del gobierno de Napoleón III. Entre sus amistades se contaría también el gran pintor simbolista Pierre Puvis de Chavannes, quien se encargará de decorar la mansión de la escultora, diseñada por ella misma, en 1866.
Rebelde, independiente, entregada como tantas intelectuales de su tiempo a los extremos de la lucha política y social al tiempo que al misticismo, lo esotérico y metafísico, Claude Vignon refleja esta tensión en sus cuentos de miedo, publicados en un volumen en 1857, de los que hoy solo existe, que yo sepa, una edición en castellano: El convidado de los muertos y otros relatos de ultratumba (Valdemar). Seis escalofriantes historias donde se aprecian todavía los ecos del Romanticismo tardío, especialmente en el cuento que da título a la antología, cuya ambientación y atmósfera legendaria medieval remiten al Gótico más clásico, pero en los que se abre paso un hálito realista estremecedor, deudor de su admirado Balzac (no en vano tomaría su seudónimo de un personaje de la novela Beatriz del autor de La comedia humana), próximo también al espíritu de Prosper Mérimée y, sobre todo, de los relatos macabros de Guy de Maupassant.
Es el contraste entre la descarnada descripción realista de personajes y situaciones marcados por la mezquindad, la ambición y la avaricia de la burguesía o la mediocridad de los trabajos oficinescos, que parecen anunciar a veces los escenarios de Gogol o Kafka, y la aparición de lo fantástico, lo sobrenatural y diabólico, lo que dota a cuentos como Los diez mil francos del diablo, La imagen de la conciencia o La losa, de su particular fuerza moral al tiempo que terrorífica.
El poder femenino más transgresor y perturbador, deudor de un feminismo aún incipiente pero pujante, se abre paso en una de sus mejores historias: “Isobel la resucitada”. Súcubo fascinante, encantado y encantador, que destruye a todo hombre que se le aproxima, llevando a la tumba a sus maridos, Isobel, vampira y vampiresa, es preludio de la femme fatal simbolista y decadente, y pese a su ambiguo final, toda una declaración de principios por parte de una pionera de los derechos de la mujer, que se posiciona clara o, mejor dicho, oscuramente, al lado de su depredadora protagonista, frente al machismo reinante en la sociedad del Segundo Imperio.
Punto y aparte merece el espeluznante y onírico “Los muertos se vengan”, que evoca el tono alucinado de Nodier o Gérard de Nerval, pero cuya angustiosa idea de que los muertos siguen sintiendo dolor, sufriendo mudos al pasar a manos de los médicos forenses, en autopsias y disecciones, sin poder expresarlo en modo alguno, está expuesta con tal suerte de gráficas descripciones que resulta digna del splatter o el body horror contemporáneos.
No hay lectura más recomendable para el mes de octubre que El convidado de los muertos y otros relatos de Claude Vignon, escritora doblemente oscura, tanto por sus tenebrosas historias como por el olvido del que es víctima. Olvido debido a la omnipresencia de autores y autoras anglosajones, que ciega a muchos amantes del género, desviando su mirada de una brillante artista y escritora que fue tanto auténtica reina del terror como rebelde luchadora por la liberación de la mujer.