Cineastas geniales, cineastas trascendentes: es lo mismo, pero no es igual

¡Atención! Actung! Este artículo puede generar ilusiones estroboscópicas, mareos, atragantamientos y ataques de ira, especialmente si usted padece de cinefilia canónica

Esto no va sobre gustos cinéfilos. Ni tampoco sobre calidad artística. Ni siquiera sobre cine, aunque en este arte me centraré, básicamente por desconocimiento del resto.

Esto no tiene que ver con afinidades propias, ni con el número de obras maestras per cápita del director de turno.

Esto trata sobre la trascendencia, que según el DRAE es “aquello que está más allá de los límites naturales”, pero como concepto no necesariamente emparentado con la genialidad, dos enormes palabros que casi siempre asociamos en la representación artística.

Esto tiene que ver con la capacidad de llevar el arte propio (películas en este caso) a un nuevo estadio, bien sea temática o estilísticamente, reinventando un género o creando una nueva forma de mirar y de entender el cine.

Y esto intenta, finalmente, desligar e incluso enfrentar los términos trascendencia y genialidad.

Ya avisé en la entradilla de que después de su lectura pueden colapsar tres pequeños gatitos llamados, por ejemplo, José Luis, Eduardo o Miguel y que probablemente yo mismo sea expulsado del UCCC (Club Universal de Cinéfilos Canónicos, que preside la nieta de Leni Riefensthal y David O. Russell es tesorero). Asumo con valentía y arrojo las funestas consecuencias.

Y aunque también he dejado claro que soy un ignorante en otras disciplinas, sé que Marcel Duchamp, un señor que expuso un urinario de porcelana firmado (La Fuente (1917), considerada la ¿escultura? más importante del siglo XX), es reseñado como autor trascendente en mi libro de Historia del Arte de 3º de BUP (Primero de bachiller, queridos millennials y zetas) y que el pintor Antonio López, no. Trascendencia o genialidad. Jeff Koons, por ejemplo, el number one ahora mismo (al menos en cotización) tampoco aparecía en el libro –que yo recuerde–: estaba acabando de podar a Puppy (1992) y presentando su mejor performance casándose con Cicciolina.

68 personalidades trascendentes

Cómo está el mundillo del arte. Mejor hablemos de cine, con una advertencia: las 68 personas que van a ser nombradas, excepto una, son geniales o trascendentes en su oficio.

Para empezar y por cuestiones de respeto a nuestros mayores, tenemos que dejar de lado a los intocables padres de la patria: los hermanos Lumière (inventaron la experiencia cinematográfica), George Méliès (definió lo que hoy entendemos como cine –un espectáculo–) y D.W. Griffith (le dio forma y estructura dotando a su protolenguaje de una gramática y sintaxis propios). Los tres trascienden, entre otras cosas porque al alba todo es más fácil.

George Méliès es considerado un mago del cine

George Méliès es considerado un mago del cine

Y vamos ya a meternos en líos, como Julia Roberts y Nick Nolte.

John Ford puede que sea el mejor director de cine de la historia: depuró la narrativa, elevándola a una mayor complejidad, que no es otra cosa que la simplicidad en la puesta en escena y seguramente es el cineasta con mayor número de obras maestras en su estantería. Pero no es trascendente. No dio pasos a lo inexplorado. “Me llamo John Ford y hago westerns”, decía. 56 concretamente. Nunca una frase estuvo mejor tirada.

Orson Welles, en cambio, sí es genial y trascendente. Con Ciudadano Kane recalibró el propio lenguaje, perfeccionó a Griffith y llevó más allá las teorías del montaje: situó el arte en otro lugar y cambió la experiencia del espectador. Alfred Hitchcock también es ambas cosas: aparte de inventar el concepto de director-estrella, se disfrazó malévolamente con el uniforme de los géneros –sobre todo el policíaco y el de terror– y consiguió algo que nadie supo ver hasta que llegaron los franceses, que de todo saben: enmascarar personales y vanguardistas obras bajo otra piel. Todo Hitch es un gigantesco MacGuffin (Vértigo, Psicosis, Los pájaros).

Tippi Hedren junto a Hitchcock, una obsesión que destruiría la amistad entre actriz y director

Tippi Hedren junto a Hitchcock, una obsesión que destruiría la amistad entre actriz y director

Howard Hawks fue tan prolífico como brillante, imponiéndose en todos los géneros: negro (El sueño eterno, Tener y no tener), western (Río Rojo, Río Bravo), comedia (La fiera de mi niña, Bola de fuego). Stanley Kubrick también, pero llevándolos a un nuevo terreno, reinventándolos en algún caso (Espartaco), dándoles carta de naturaleza (2001: Una odisea del espacio) o escribiendo su epitafio (La chaqueta metálica). El primero fue genial, el segundo genial y trascendente. Nuevo Hollywood vs. Viejo Hollywood.

Gregory La Cava, George Cukor, Ernst Lubitsch, Frank Capra, Blake Edwards, Billy Wilder… rodaron comedias magistrales. Todos ellos son geniales. Woody Allen es trascendente. Y no me refiero a que los conceptos más elevados rieguen su cine (muerte, religión, raza, filosofía, metafísica): pegó una patada al aire para transformarlos en material de comedia. Dio forma –al igual que Chaplin– a un nuevo estereotipo (él mismo) perfectamente reconocible (aunque lo niegue) y subvirtió las reglas del género (Delitos y faltas, Annie Hall). Jacques Tati también lo trascendió: construyó una comedia inédita basada en la sublimación de los gags provenientes del cine mudo hasta desarrollar una coreografía con precisión quirúrgica, destilando un nuevo lenguaje cómico/mudo (Las vacaciones del Sr. Hulot, Mi tío).

Diane Keaton y Woody Allen en 'Annie Hall' (1977)

Diane Keaton y Woody Allen en ‘Annie Hall’ (1977)

De los cachorros del Nuevo Hollywood diremos lo siguiente: George Lucas y Coppola lo son: trascendentes. Además, uno de los dos es también un genio (no de las finanzas precisamente). Adivinad cuál. Francis creó un nuevo género gansteril, lo bajó a la tierra, lo cartografió, lo oscureció con la ayuda de su DoP Gordon Willis y le inyectó tragedia griega (El padrino). También rescató a Marlon Brando, que no es poco (Apocalypse Now). También ha ido más allá en el concepto de vergüenza ajena (Megalópolis).

Spielberg y Scorsese no son trascendentes, aunque para mí son mejores directores que la anterior pareja. Martin Scorsese tiene más (tr)ascendencia entre los de su gremio que para el público en general. Quizá sea el más influyente en la generación de cineastas inmediatamente posterior. Su cine es un reflejo de su personalidad: verborreico, visceral, sanguíneo e hiperrealista (Taxi Driver, Toro salvaje, Uno de los nuestros).

Steven Spielberg pasará a la Historia como el director más importante (im-por-tan-te) de todos los tiempos. Pero no trasciende, seguramente porque no le da la gana. Tuvo una oportunidad de oro con Los Fabelman para ajustar cuentas con su propia identidad y dialogar con su opción fundamental, que no es otra que el cine. Le salió una película correcta, excelentemente rodada (como todas), pero sin aristas y extremadamente complaciente.

'Taxi driver', de Martin Scorsese

‘Taxi driver’, de Martin Scorsese

Peckinpah (Grupo salvaje) sí, las dos: hasta Pablo Motos le ha robado la cámara lenta. De Palma no: es más copiota que esteta, que ya es decir. Polanski (con La semilla del diablo reescribió los conceptos de miedo y angustia) y Malick (sus diez películas y las que están por venir, aventuro) por supuesto que son ambas cosas –aunque respecto a este último algunos dudan de su genialidad.

Hay un señor de Montana que está entre dos tierras física y temporalmente hablando y que también trasciende su arte: se llama David Lynch. Su caso es también tan evidente que no merece comentario. Que sea genial es otro debate. Para mí sus mejores películas son, precisamente, las de menor vocación trascendental (El hombre elefante, Una historia verdadera).

De los contemporáneos, Quentin Tarantino es genial y trascendente: sus películas han penetrado como ninguna en la imaginería popular de los últimos treinta años. David Fincher es solo genial, muy a mi pesar. Que conste que es mi director preferido. Conseguir mantenerte pegado a la butaca contándote la historia de Facebook en ¡2010! es tan temerario como magistral (La red social). Y por supuesto que Nolan no trasciende, pese a que lo persigue de manera sonrojante. El amigo Christopher merece un párrafo adicional.

Película 'El árbol de la vida', dirigida por Terrence Malick

Película ‘El árbol de la vida’, dirigida por Terrence Malick

Yo tengo una sobrina que de pequeña quería que la llamaran Naroa pero se llama Irene. A Nolan le pasa algo parecido: quiere que le llamen Naroa. Y también genial. Y trascendente. Pero no lo es; ni lo uno, ni lo otro. El tipo lo intenta con evidente ahínco y es tan consciente de ello (trascender-lo-ya-trascendente) que rodó Interstellar no como un obvio homenaje a 2001: Una odisea del espacio paradigma de la trascendencia en el cinesino como contestación y en última instancia como sustitución a ella. El resultado es ampuloso, arrítmico, subrayado y verboso… muy verboso, como toda su filmografía. Al parecer no se quedó contento y ante la imposibilidad de tocar el monolito, hizo un Ted Turner con la obra maestra de Stanley: la ‘restauró’ modificando su colorimetría. De los colores fríos y metálicos de aquella al tono cálido y cariñosón made in Nolan. Para acabar de liarla la presentó en el Festival de Cannes de 2018 y le obsequiaron con un abucheo ciertamente trascendental.

Ya avisé de que este escrito me iba a dar disgustos, pero como dice S.S., “escribir es meterse en problemas”.

¿Sabes quién es también trascendente? Agárrate: James Cameron. Es el ejemplo de que calidad y trascendencia no siempre van unidas (estuvo casado con la genial Kathryn Bigelow y al parecer se le pegó poca cosa). Pero gracias a sus innovaciones técnicas la humanidad no ha huido en masa de las salas. Él fue al primero que escuché hablar del concepto ‘película-evento’ (Avatar), que tan bien les ha hecho a las pantallas de cine.

'Avatar', la "película-evento" de James Cameron

‘Avatar’, la “película-evento” de James Cameron

¿Y del cine patrio qué? Hombre pues Buñuel es ambas cosas, claro (conviene decir que era español, no francés, a pesar de llevar una ‘ñ’ en su apellido más grande que la basílica del Pilar). Muchas de sus películas, aunque en muchos casos no estuvieran bien rodadas, son geniales y trascendentes: las mexicanas (El ángel exterminador), las francesas (Belle de jour) e incluso españolas (Viridiana). Berlanga es pura genialidad. Consiguió elevar el costumbrismo a género dramático con un estilo tan irrepetible como copiado: en sus planos cabía todo el Mediterráneo (Plácido, El verdugo). Lástima que apenas fuera conocido más allá del ruedo ibérico. Víctor Erice es trascendente hasta desayunando: su obra es una obsesiva búsqueda de nuevos territorios. Toma prestados los lugares comunes del cine español -guerra civil, ruralismo- y los marida con el cine de género estadounidense, aparentemente tan aislados entre sí, de tal manera que brota de él un nuevo arte: El espíritu de la colmena. Iván Zulueta también fue ambas cosas. En Arrebato ofreció una nueva forma de metadiálogo con el mismo cine, artefacto compulsivo y repulsivo al mismo tiempo. El pobre Iván se subió al caballo demasiado pronto y se perdió por el monte Igueldo.

De Pedro hablamos otro día.

Muchísimos más de los que son no están aquí, evidentemente. Faltan por ejemplo los europeos (Fellini, Einsestein, de Oliveira, Angelopoulos, Kieslowski, Godard, Rossellini, Varda, Renoir, Visconti, Von Trier, Dreyer, Truffaut, Akerman, Fassbinder, Bergman, Antonioni, Denis, Tarkovski, Sorrentino, Haneke) …espera que recupere el aliento. Ah, y los asiáticos (Kurosawa, Ozu, Mizoguchi, Kar-wai, Koreeda, Ray -el indio, no el melodramático-), pero no me veo con fuerzas. Quizá otro día, como con Pedro.

P.D. Siento a los pies de mi cama el espíritu de Ford con un Winchester y a Hawks sobrevolándome como un halcón. Siento el aliento ego maníaco de Nolan en el cogote. Todo lo que he escrito era broma. Corro a refugiarme en las faldas de la redactora jefe de cultura.

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