La directora peruana Chela De Ferrari ya rompió moldes con su adaptación de Hamlet para ocho actores con síndrome de Down, que sigue girando desde hace dos años. Sin embargo, como ella misma reconoce en el Teatro Valle-Inclán, sede del Centro Dramático Nacional, la idea es que la inclusión suponga que el elenco incluya a actores con discapacidad “sin que la discapacidad sea el tema”.
Ahora, el CDN presenta una versión libre y poética de La gaviota, en versión y dirección de la dramaturga originaria de Lima, que llega ahora a Madrid, con las entradas prácticamente agotadas, tras su estreno absoluto en la última edición del Festival d’Avignon. “Presentamos la obra de un autor esencial dentro del cuerpo dramático occidental del siglo XX. Un texto icónico de gran valor, en manos de un elenco que forma parte de un colectivo de personas a las que no solemos dar valor”, explica De Ferrari a Artículo 14.
“Nuestra versión de la obra de Chéjov quiere acercar al espectador a la compleja realidad que viven las personas con discapacidad visual a través del tejido que se produce entre las historias de sus personajes y las propias. En lo personal, busco enriquecer mi entendimiento sobre lo que es arte y ampliar horizontes estéticos”, ha añadido la directora en la presentación de la obra, que se estrena el 9 de octubre en Madrid.
En palabras de Alfredo Sanzol, director del Dramático, “se trata de una producción de teatro inclusivo, uno de los objetivos del plan director del Dramático que han colocado a la institución como referente en el teatro europeo. La gaviota de Chela De Ferrari sigue el impulso de la pregunta que lanzó Chéjov acerca del sentido de la belleza y del sacrificio de la vida artística. Si todo inicio de pensamiento estético pasa por los sentidos, que esta obra la hagan actrices y actores ciegos provoca profundidad en la lectura de los conflictos”.
Este compromiso con la diversidad funcional y con la discapacidad la ha consagrado como un referente en Europa, tras dar el salto desde Iberoamérica. “A raíz de trabajar en Hamlet con personas con síndrome de Down, empecé a relacionarme con el teatro de otra manera, entendiendo cuál era el camino”, explica De Ferrari. Como parte del proceso de investigación, realizó un taller usando textos de La gaviota, con un grupo de actores y actrices con discapacidad visual, en Lima, Los sinVERgüenzas, y algunas entrevistas. “Esa experiencia me permitió adquirir herramientas para la dirección e ideas para la dramaturgia. Ya en Madrid, durante las sesiones de casting y proceso de ensayo, fueron las actrices y actores quienes se encargaron de confrontar el texto con sus propias experiencias”.
Personas invidentes o con menos del 10 % de visión
Las palabras de Chéjov, enunciadas por el elenco, fueron consiguiendo que su sentido variase, tomando nuevos significados, y que sus
cuerpos expresaran ideas e imágenes que actores videntes no hubieran sido capaces de expresar. “Trabajar con personas con discapacidad enriquece a todos los que participamos del hecho teatral. Genera una conversación entre personas que no la suelen tener y que incluso a veces evitamos o rechazamos. Ofrece posibilidad de encontrar belleza y valor en aquellos colectivos que evitamos. Otras formas de representación y estado de ignorancia de realidad que viven personas con discapacidad”, afirma Chela de Ferrari.
“En Chéjov, los personajes son imperfectos, no hay ni buenos ni malos, y el autor no los juzga ni los salva del desamparo. Por eso empatizamos; todos somos así”, continúa la directora, que ha introducido a cada miembro del elenco: Patty Bonet (Mascha), Paloma de Mingo (Polina), Miguel Escabias (Eugenio), Emilio Gálvez (Elías), Belén González del Amo (Nina), Antonio Lancis (Peter), Domingo López (Semión), Eduart Mediterrani (Konstantín), Lola Robles (Arkadina), Agus Ruiz (Boris), Macarena Sanz (Alicia) y Nacho Bilbao, que se encarga de la música en directo.
Trabajar con actores invidentes o con discapacidad visual tiene sus particularidades, pero son, en su mayoría, positivas. Todo el equipo destaca la libertad de movimiento, la conexión con el propio cuerpo y el desarrollo del resto de sentidos. Los actores trabajan el texto en braille, ampliado o en grabaciones, y se aprenden los recorridos por el escenario con marcas que funcionan por el tacto y el sonido: una alfombra, el cambio de textura del suelo, un mueble desde el que cuentan los pasos, la voz de los compañeros o los pitos. “Yo me siento una actriz más. Cuando me subo al escenario me olvido de que soy ciega, desaparece mi discapacidad. A veces salgo corriendo (risas). Lo importante es que el CDN y Chela crean un espacio seguro, y nosotros trabajamos para movernos con confianza”, explica la actriz Paloma de Mingo.
La escenografía minimalista de Alessio Meloni muestra un escenario desnudo en el que brilla la iluminación de David Picazo, un vestuario contemporáneo de Anna Tusell, sonido de Kike Calvo y el vídeo de Emilio Valenzuela en el que se proyecta el lago de la casa de veraneo, que irá descomponiéndose a lo largo de la obra. Todo ello reforzado por la coreógrafa Amaya Galeote, la asesoría de los dramaturgistas Luis Alberto León y Melanie Werder Avilés y de la actriz Lola Robles en accesibilidad.
Belén González del Amo, que encarna a Nina, es la única de las actrices que es ciega desde su nacimiento. Ella destaca que el montaje “ensalza la ceguera como algo que teatralmente suma y no resta. Es algo que se ha hecho muy poco y que para mí es precioso”. Para la actriz, “La gaviota simboliza la imperiosa búsqueda de libertad frente a la realidad que nos impide alzar el vuelo”. Al no haber visto jamás, esta intérprete no se puede comparar con nadie, no puede ver sus movimientos ni imitar los de otros: “Para mí ha sido difícil aceptarme y aceptar mis gestos. Ahora sé que no pasa nada: si tengo que buscar una marca y tardo más, es parte de mi interpretación”.
“Al ayudante de dirección y a mí nos llevó dos segundos entender sus movimientos fascinantes durante el casting, y es justamente porque no están condicionados por la mirada del otro, y para el personaje de Nina este es un ingrediente de mucha riqueza”, apostilla la directora, que no corregía sus gestos. En realidad, el equipo de trabajo ha sido el mismo, con el mismo tiempo y el mismo presupuesto que para una obra sin actores con discapacidad, y eso también estaba dentro de la propuesta: quitar el miedo a los productores que se sienten intimidados por trabajar con la discapacidad.
Para Agus Ruiz, en el papel del afamado escritor Boris del que se enamora Nina, la obra habla de “el deseo de encontrar sentido a una existencia donde nada parece moverse porque, quizá, no haya a donde ir. De nosotros dependerá rendirnos, luchar con pasión, conformarnos, lamentarnos o incluso aceptar el precio por hacerle honor a una vida en la que todos matamos lo que amamos”.
“Es importante destacar en este montaje que el objetivo no era contratar a una persona ciega para interpretar a un personaje ciego. Son actores profesionales. Yo tengo un papel en el que observo la función cada día y todos los días me emociono muchísimo, porque se trata de un trabajo actoral excelente. Es el primer paso para que esta ciudad y esta sociedad dejen de ser tan capacitistas”, defiende Macarena Sanz, que interpreta a Alicia, un personaje nuevo que romperá la cuarta pared con el público a lo largo del montaje. “Mi personaje viene a ser la regidora de la función, pero a diferencia de cualquier regidora de una sala de teatro (invisible para el público), Alicia estará siempre en el escenario. Es un personaje que se va contaminando de la ficción y que empezará a jugar dentro de la escena ocupando las dos dimensiones: dentro y fuera”.
También Eduart Mediterrani, que interpreta a Konstantin, ahonda en esta visión: “Por desgracia somos capacitistas, racistas, homófobos, gordófobos y machistas. La cultura (y aquí en el CDN es cultura pública) es esa punta de lanza que debe seguir guiando a nuestra sociedad. El arte siempre tiene ese poder: aunque sigamos con limitaciones y prejuicios, el arte y la cultura, y las cabezas que están detrás, siguen haciéndonos avanzar a todas.
Chéjov, siempre Chéjov
Cuando se presentó en 1896, La gaviota recibió tantos abucheos que Anton Chéjov se planteó su permanencia en el teatro. Navegando entre la comedia y la tragedia, Chéjov nos entrega personajes atormentados por sus deseos, enamorados de la persona equivocada, afligidos por la sensación de su propia inutilidad y dueños de ambiciones mayores a sus fuerzas. Incapaces de ver la realidad que habitan, caminan a tientas buscando un paraíso perdido, irrecuperable. “Los actores ciegos que los encarnan, en cambio, tienen la capacidad de ver a sus personajes con humor, irreverencia y compasión. Buscamos generar un diálogo entre la ceguera de los personajes, la de los actores y la nuestra”, insiste De Ferrari, cuyo interés es eminentemente artístico.
La sinopsis cuenta la historia de Konstantin, hijo de la gran actriz Arkadina, enamorado de Nina, una aspirante a actriz que, a su vez, se enamora de Boris, renombrado escritor y pareja de Arkadina. Son parte de un grupo que veranea al pie de un lago y que está dispuesto a todo para matar el aburrimiento (o desamparo) que los reúne: escribir una obra apocalíptica, matar a una gaviota, jugar bingo, aspirar rapé, bailar a ciegas, y… ¿karaoke? Es una tragedia que bordea la comedia y que terminará con un tiro.
“Cuando me preguntan que por qué venir a ver esta obra, contesto que verán a un elenco extraordinario, que ha sabido apropiarse de sus personajes con humor, irreverencia y compasión, que han tejido sus propias historias con las de sus personajes. También porque además de los nueve actores hay dos videntes y un músico y actor creando en escena, en vivo, la música y los sonidos. Porque es un clásico que ha dejado huella en el teatro contemporáneo, una obra que todos deberíamos ver una vez en la vida. Chéjov nos entrega personajes humanos y profundamente complejos, con una mirada compasiva y libre de prejuicios, que es la que nosotros tenemos que adoptar”, explica Chela De Ferrari.