“Cainitas Producciones Cinematográficas presenta”: el cainismo en el cine español

El cainismo es más español que los días de asuntos propios. Y su usufructo no pertenece en exclusiva al poblacho: también permea, y de qué forma, entre las élites intelectualoides del cinec

Fotograma de 'El plan', de Polo Menárguez, con Antonio de la Torre, Chema del Barco y Raúl Arévalo
Fotograma de 'El plan', de Polo Menárguez, con Antonio de la Torre, Chema del Barco y Raúl Arévalo

Hace unos días, poco después de publicar un artículo en este mismo medio en el que situaba 2001: Una odisea del espacio (1968) entre los tres filmes más importantes de la historia, me encerré en los Cines Embajadores de Madrid –también conocidos como El Milagro de Lobo y Pérez– junto con otros 29 o 30 tarados dentro de un Taller de Análisis Fílmico en torno a la citada película. A lo largo de seis horas y pico, brevemente interrumpidas por el célebre Intermission, analizamos la creación de Stanley Kubrick secuencia por secuencia, en algún momento plano a plano y desde todos los puntos de vista: narrativo, conceptual, musical y sin reírnos ni nada. Todo muy serio y profusamente regado con documentación sobre su proceso de creación, afiches, fotos inéditas, bibliografía alusiva, anécdotas desconocidas, etc. Hubo hasta discusiones, pero sin llegar a las manos como los primates del Amanecer del Hombre. Tal fue la inmersión fílmica que hicimos en esta obra capital, que uno de los asistentes, al terminar el taller, se fue a Júpiter convertido en superhombre. Yo no fui tan osado y marché para casa en un módulo lunar.

Después de darme una ducha fría para quitarme la radiación, consulté mi Instagram y como me había estado documentando acerca del director de cine Albert Serra para una crítica en este mismo periódico a propósito de su última y premiada Tardes de soledad, Mr. Algoritmo Zuckerbergiano y sus umpalumpas me mostraron una cascada de declaraciones en entrevistas varias del cineasta. Digamos que Serra es la némesis de Terrence Malick y está deseando soltar sus burradas –“bufón irrisorio” lo llama Rubén de la Prida– a quien quiera escucharlas y, a veces, tiene menos luces que la dirección de fotografía de Barry Lyndon (1975). Este enfant terrible del cine español y tuneladora de bobadas bajo el aspecto de un rockabilly del siglo XVIII le dijo a María Guerra, La Script de Kinótico, que no le gusta “nada, nada Stanley Kubrick”. Y no se puso ni rojo. Esto me recuerda a un pasaje antológico de Grease (1978) –que seguro tampoco le molará nada a Serra– en el que Sandy (Olivia Newton-John) invita a Danny Zuko (John Travolta) a casa de sus padres, con la excusa de tomar algo, pero con escaso éxito: “No me gusta el té (…) No me gustan los padres”, le espeta el chulazo de Danny.

Fotograma de 'Tardes de soledad', de Albert Serra
Fotograma de ‘Tardes de soledad’, de Albert Serra

El caso es que a Albert Serra tampoco le gusta su padre fílmico y solamente le flipa una cosa: él mismo. Bueno, y también un poco Buñuel: “Los únicos autores del cine español somos Buñuel y yo”, lo dice él. Que Albert Serra es mejor director de cine que Stanley Kubrick es, por obvio, ridículo decirlo. Todo el mundo lo sabe. O lo sabrá. Para acabar este homenaje al cineasta gerundense podemos decir que, si el cine fuera una copla, Albert Serra sería Erika Leiva.

Cainismo en barras. Folclóricas del cine. Folclóricas Cainitas P.C., presenta una producción de…

Fernando Trueba, gran director de comedias y ganador, ojo, de un Oscar de la Academia, dijo hace años en la revista Fotogramas que “el cine de Takeshi Kitano es para subnormales”. Aquí el cainismo adopta un plano superior, siquiera más complejo y elevado, como gusta a la familia Trueba, en el que la tonadillera madrileña no solo critica el trabajo de un compañero contemporáneo de profesión, sino que nos dice a los demás, incluso a quienes nos gusta el cine del japonés –más allá de sus desbarres en Humor amarillo– que somos tontos o, peor dicho, subnormales, por disfrutar de su cine y valorarlo como un autor y que, por supuesto, no deberíamos hacerlo. Paternalisto. Proteccionismo folclórico. Trump con peineta.

Resulta que Kitano es autor de películas muy hermosas como la desasosegante y poética Flores de fuego (1997) –León de Oro en Venecia, a buen seguro un galardón más cotizado por el elitista Trueba que el prosaico y terrenal Oscar– o la entrañable y sensible El verano de Kikujiro (1999). A mí lo que me alucina de todo esto no es que lo piense. Oye, todos tenemos derecho a creer que somos mejores artistas que Takeshi, faltaría más. Lo que me vuela la cabeza es que se abandone el principio de realidad con esa insoportable levedad y se pase de una esfera intimísima a la res pública sin ningún pudor, perdiendo el norte e intentando hacer ver que estas boutades privadas de la más altiva gauche divine mesetaria -como ya demostró en la filial y ombliguista Volveréis (Jonás Trueba, 2024)-, tienen valor universal.

Va a ser que en La niña de tus ojos (1998) la folclórica no era Penélope Cruz.

N. del A. Trueba también soltó, y se formó un gran quilombo –aunque en su descargo he de decir que no entendieron su fina ironía–, aquello de “nunca me he sentido español, jamás, ni cinco minutos” en su discurso de aceptación del Premio Nacional de Cinematografía (de España). Ni la bocachancla de Marujita Díaz tendría ese don de la oportunidad. Sentido de tiempo y del espacio se llama eso. A no ser que fuera un homenaje a su admirado Groucho.

Fernando Trueba ganó el Premio Nacional de Cinematografía en 2015
Fernando Trueba ganó el Premio Nacional de Cinematografía en 2015

Nuestro folclore cainita también tiene altura de miras, no te vayas a creer que somos tan boronos. De vez en cuando sacamos el periscopio y observamos el mapa fílmico historiográfico, como cuando el venerado maestro de maestros, el innovador y teórico Alejandro Amenábar, la tomó con el recién iniciado John Ford a propósito de su película Centauros del desierto (1956). En el fantástico libro de entrevistas de Carlos F. Heredero Espejo de miradas, compendio de entrevistas con los, por entonces, nuevos directores del cine español y bajo el auspicio del seminal Festival de Cine de Alcalá de Henares, calificó el filme de “película mal contada (sic) y profundamente fascista”, con ese sosiego y profundidad de campo en el análisis que otorga una larga carrera de 2 -dos- películas hasta ese momento.

También le dio tiempo a este veterano cineasta a arremeter contra otro colega semidesconocido, un tal Hitchcock, Alfred (“Se le ha sobreestimado”) y a propósito de Vértigo (1958) y su suspensión de la incredulidad (“el intento de transmitir la obsesión de Scottie está muy torpemente llevado (…) Me parece un gran error”), como si el joven británico no lo hubiera tenido en cuenta. Y remata su hoguera de las vanidades tildando al imberbe Scorsese de “director sobrevalorado (…) narcisista y poco elegante”. Todo ello en las primeras preguntas: gracias, Álex, por avisar. Ignorantiae autem fatuorum effunde. Pero eso se llama torpedear carreras incipientes y está muy, muy mal. En este caso particular de lo único que no hay duda es que la tonadillera española es claramente mejor y más talentosa que sus camaradas anglosajonas: Paquita Rico vs. Elvis, Bob y Frank.

P.D. Lo que te quería decir al principio (y me has liado) es que el folclorismo cainita también impregna la Haute Couture. No solo está en la telebasura, el fúmbol y demás cultura popular, como algunos intentan hacernos creer. Está en todos los sitios y en todas las partes. Y al mismo tiempo. Menos en la política, claro.

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