En los albores del nuevo milenio, Café Quijano irrumpió en la escena musical española con una energía arrolladora y un estilo inconfundible. Su éxito La Lola se convirtió en un himno que narraba historias de noches desenfrenadas y amores fugaces, consolidando a los hermanos Quijano como cronistas de una bohemia urbana llena de pasión y desventura. Sus letras, impregnadas de picardía y desparpajo, retrataban a una banda que navegaba con destreza por los mares de la seducción y la aventura.
Pero el cambio de siglo trajo también un cambio en la mentalidad y también en lo que se esperaba sobre tres hombres sobre un escenario. Dos décadas después, el trío leonés se reinventa con Miami 1990, un álbum que no solo rinde homenaje a la vibrante ciudad de Florida, sino que también refleja una evolución introspectiva en su narrativa musical. Lejos de las conquistas efímeras, las nuevas composiciones exploran las complejidades de la masculinidad contemporánea, abordando temas como la vulnerabilidad emocional y la búsqueda de identidad en un mundo cambiante. Este giro temático demuestra la madurez artística de Café Quijano, quienes, sin perder su esencia, se atreven a desnudarse emocionalmente ante su público, ofreciendo una perspectiva más profunda y auténtica de lo que significa ser hombre en la actualidad… también frente al micrófono de Artículo14.
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Los Manuel, Óscar y Raúl Quijano componen el grupo Café Quijano
“Miami 1990” es un lugar y una fecha, pero ¿es también un estado mental y anímico?
Es una fecha y un lugar que evocan un estado de ánimo particular cuando vienen a la mente. Octubre de 1990 marcó el primer viaje a Miami, en plena efervescencia de la serie Corrupción en Miami, que había convertido la ciudad en un destino de moda. Aquella serie no solo definió una estética, sino que fue pionera en dar una gran relevancia a los estilismos de los actores y en incorporar un amplio repertorio musical en cada capítulo, dejando una huella imborrable en la cultura popular.
Fue en aquel octubre del 90 cuando llegué a la ciudad y, para abrir el disco, cuento lo que ocurrió la primera noche: cómo unos amigos me sacaron y, a partir de ahí, comenzaron a surgir innumerables historias que hicieron de Miami un lugar indispensable para nosotros. Con el tiempo, se convirtió en nuestra segunda casa, un escenario de aventuras que compartimos los tres hermanos a lo largo de casi 30 años.
¿Todo lo que contáis en el disco es real o es autoficción? ¿Son canciones autobiográficas?
Sí, son canciones con un tinte autobiográfico que narran hasta donde llega la memoria y la capacidad de rescatar detalles. Precisamente, en la canción que abre el disco, hay muchas anécdotas que convierten aquella primera noche en una velada llena de sorpresas y situaciones inesperadas y curiosas.
Ocurrió hace 35 años, y de alguna manera sentimos nostalgia por esos primeros años en los que íbamos descubriendo el mundo y empezábamos una nueva vida. Dicen que la nostalgia, en cierta medida, es beneficiosa e interesante, y es verdad que puede agilizar la mente y reactivar muchos puntos del cerebro. Llevada a este contexto, recordar momentos que fueron un punto de partida —como en este caso, para un disco— resulta satisfactorio. No puedes evitar sonreír al rememorar aquellos instantes, sobre todo cuando los sacas a flote y los llevas a la superficie en forma de canción, ¿no
¿Es un tiempo que ha quedado atrás? ¿Os sentís nostálgicos?
Nos damos cuenta de que el salto generacional ha estado presente a lo largo de nuestra trayectoria, reflejado en las distintas generaciones de personas que nos han escuchado. Lo hemos visto en los hijos de quienes fueron nuestros seguidores cuando empezamos hace casi 30 años, lo que demuestra cómo hemos ido trascendiendo generaciones gracias a los conciertos y a nuestra continuidad en la música. A menudo, cuando hablamos con periodistas o personas que nos entrevistan en los medios, nos dicen que guardan un gran recuerdo de nuestra música porque la escuchaba su padre. Eso explica por qué, cuando llegamos a un concierto, nos encontramos con un público joven que ha heredado nuestra música de lo que escuchaban en casa cuando eran niños.
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Vuestro disco anterior que se llama Manhattan, este Miami… ¿Es música para viajar o nos proponéis hacer un viaje?
Las canciones, al final, siempre contextualizan de alguna manera a quien las escucha. Lo interesante es que, aunque una canción sea muy detallada y para ti tenga una ubicación y un contexto claros, cada persona la lleva a su propio terreno. Esto significa que lo hermoso de la música es que, si mencionas una terraza llena de gente o un puertorriqueño con una iguana, cada oyente imaginará su propia versión de esa escena. Tal vez la asocie con terrazas que ha conocido, con imágenes de una película o con algo completamente distinto. Nunca será exactamente lo que tú viviste, porque lo que contaste solo puede visualizarse plenamente si alguien estuvo allí contigo. Esa es una de las grandes maravillas de la música, o de cualquier forma de narrativa, como en este caso, la letra de una canción.
Pero te aseguro que, aunque no pretendas invitar a alguien a ese viaje, en el momento en que se sumerge en la canción—durante esos tres o cuatro minutos—inevitablemente se construye su propia película a partir de lo que escucha. Porque cada canción es muy descriptiva y, más allá de los imaginarios que evoca, describe lugares y situaciones que cada persona interpreta a su manera.
¿Os ha pasado que malinterpreten vuestras canciones, o creéis, como artistas, que una vez que las lanzáis pertenecen al público? ¿Que el arte lo completa el espectador?
Nos pasa continuamente. La gente siempre hace su propia versión mental del contexto de la canción o de la realidad. Y esa es una de las grandezas de la música, como te decía: cada uno la lleva a su terreno. Incluso cuando hablas de algo muy concreto, las personas pueden interpretar algo totalmente distinto, algo que no tiene nada que ver con lo que realmente contaste. Nos ha pasado muchas veces, y es parte de esa magia. Es como antes, cuando escuchar la radio no permitía asociar fácilmente una cara a una voz. La gente, al no tener opción de conocer físicamente a quien hablaba, se imaginaba su rostro, su altura, su edad… absolutamente todo, solo a partir de la voz.
Con las canciones sucede lo mismo. Al principio, pertenecen al artista cuando las compone y las lanza, pero una vez que llegan al público, dejan de ser solo suyas. A partir de ahí, cada persona crea su propia interpretación, su propia película, su propia idea de lo que la letra le transmite. Y eso es lo bonito: la canción cobra vida en cada oyente. No hay dolor en soltarla. Al contrario, cuanto más aceptación tenga y más gente la haga suya, mejor. No se trata de que sea una canción buena o mala, sino de que tiene un enganche, conecta con las personas y las invita a crear su propia historia con ella. Y eso es maravilloso. De hecho, hasta a nosotros nos pasa. Después de 28 años cantando, a veces decimos palabras en una canción que no son exactamente la letra original. Hay frases cuya palabra exacta ni siquiera sabemos si la pronunciamos bien o si decimos algo parecido. Pero eso es parte de la grandeza de la música: cada uno se hace su propia película, y eso es lo más bonito, ¿no?
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Café Quijano, en una imagen promocional de ‘Miami 1990’
En el sonido, Café Quijano es muy reconocible. Ahora es más común, pero vosotros incorporasteis los sonidos caribeños hace más de una década…
Sí, totalmente. Miami es una ciudad muy cosmopolita, a la que muchos llaman la capital de Hispanoamérica porque en ella convergen culturas de toda América: Norteamérica, Centroamérica, Sudamérica y el Caribe. La riqueza musical que hay allí es impresionante. Haber pasado tanto tiempo en esa ciudad nos permitió conectar aún más con esos sonidos, aunque ya los conocíamos desde antes. Nuestro padre siempre ha sido un apasionado de la música caribeña y latinoamericana, así que crecimos con ella. Cuando llegamos a Miami, profundizamos todavía más en estos estilos, que han estado con nosotros desde niños. De hecho, hace 25 años ya habíamos experimentado con ritmos como la cumbia, la guajira y el son. En este caso, la historia que contamos—con un tono cómico e irónico sobre un hombre que duda entre la soltería y el compromiso—parecía encajar perfectamente con la cumbia, aportándole un toque aún más divertido. Por eso decidimos llevarla en esa dirección, con un hilo conductor en el que el clarinete le da aún más gracia al ritmo. Nos encanta el resultado, ha quedado realmente divertida.
Esta cumbia, Cumbia del soltero, habla de un tema muy actual: la soltería. ¿Vosotros representáis una masculinidad que está entre dos mundos?
Bueno, está esa dualidad entre querer tener una pareja y, al mismo tiempo, disfrutar de la soltería, ¿no? Como dices, no se trata de ser de un modo u otro de forma absoluta, sino de encontrar un equilibrio entre ambas cosas. También está esa parte de diversión, de vivir cada día de una manera diferente. ¿Cómo lo vivimos nosotros? Raúl lo vive, Raúl lo entiende… (risas). Bueno, en realidad, eso debería explicarlo Manuel, que es el autor de la canción y su protagonista en cierto modo. Pero, más allá de eso, creo que lo realmente importante es estar bien con uno mismo, sin hacer daño a nadie, sin ofender y sin hacer sentir mal a los demás. Al final, la soltería está bien, el estar enamorado también, y cada uno debe vivir su vida como quiera, siempre con respeto hacia los demás.
¿Qué opináis de la responsabilidad afectiva, de las nuevas masculinidades, de esta corriente que busca ser emocionalmente más explícitos y conscientes?
Somos conscientes de ello. Creo que, efectivamente, hoy en día la gente se despoja más de complejos, filtros y miedos, mostrando una actitud más espontánea y natural, sin preocuparse tanto por el qué dirán. Y eso está muy bien. Todo lo que implique dejar de esconder inseguridades, temores o timideces es positivo. Que las personas puedan expresarse con claridad, decir lo que piensan y mostrarse tal como son—siempre desde el respeto—es algo fundamental. Cada uno tiene derecho a ser y expresarse como quiera, siempre dentro de ese marco de respeto.
Volviendo al tema de la cumbia, aquí sí que reconocemos que, en este sentido, el hombre es mucho más torpe que la mujer. Cuando se trata de cuestiones como la soltería o decidir qué es mejor, la mujer suele ser más segura y mentalmente ordenada. Los hombres, en cambio, tienden a quedarse atrapados en una duda constante, sin saber realmente lo que quieren. De hecho, esto es algo muy típico de los hombres: esa frivolidad de preguntarse una y otra vez si están mejor solteros o en pareja, sin llegar nunca a una conclusión clara. Por eso, la canción tiene un punto de ironía, una especie de burla hacia esas incertidumbres y dudas ridículas que, en muchas ocasiones, son más propias del mundo masculino.
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Vosotros sí que habéis hecho un camino en este sentido. Incluso tenéis una canción contra la violencia de género, aunque sois considerados una banda de canallitas…
Claro, pero ¿cómo no hacerlo? Muchas veces nos encontramos con comportamientos del género masculino que resultan vergonzosos. Se podrían enumerar una lista infinita de actitudes repudiables dentro del comportamiento humano, pero si hay una que merece un rechazo absoluto es la falta de respeto. Y si ese desprecio va dirigido a las mujeres, resulta aún más intolerable. Hay mentes enfermas, como la que narramos en nuestra canción, que deben ser repudiadas sin contemplaciones. Este tipo de actitudes están fuera de lugar y deben ser condenadas en todos los sentidos.
La canción La Lola, que ha cumplido 25 años, ¿cómo sentís que ha evolucionado hasta hoy?
Pues quizás ni siquiera sentimos que haya cambiado. La Lola es una canción que, en muchos casos, puede parecer ambigua, pero en realidad hablaba de alguien que, hace 25 o 26 años, hacía lo que le daba la gana porque tenía todo el derecho a hacerlo. En su momento, había quienes la miraban con cierto recelo, pero lo que contábamos en la canción es lo que debería haber sido siempre: que cada persona, con su vida, con su cuerpo y con su forma de ser, pueda actuar en libertad, sin que nadie la juzgue. Hace 26 años, el hecho de que una mujer hiciera lo mismo que tradicionalmente hacía un hombre sin ser cuestionado se veía con otros ojos. La Lola hablaba precisamente de eso.
Igualmente, ¿sentís que la industria musical también ha evolucionado? ¿Cómo os enfrentáis a la locura de la rapidez de hoy?
Sin duda, ha habido muchos cambios. Ahora la industria musical es frenética, con un ritmo de producción constante en el que parece que si no estás presente, te olvidan. Nosotros seguimos apostando por lanzar discos completos, por contar historias con sentido, con una propuesta que tenga coherencia desde la portada hasta el vestuario, pasando por el sonido. Es cierto que la música hoy se mueve en otra dirección, donde prima la inmediatez, pero nosotros seguimos fieles a nuestra forma de hacer las cosas.
Ahora es habitual que un artista decida sacar una canción en 15 días, encerrarse una tarde en el estudio con cuatro aparatos electrónicos y tener listo un tema en unas horas. Y está bien, cada uno trabaja a su manera. Pero nosotros seguimos apostando por el método tradicional, por la música de verdad, la que se trabaja de forma orgánica, sin dejarnos arrastrar por las tendencias del momento. Sabemos que a veces es inevitable entrar en ese juego, porque la industria lo exige, pero siempre intentamos mantener nuestro camino. Y así seguiremos, salvo que ocurra un cataclismo.
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Los Manuel, Óscar y Raúl Quijano componen el grupo Café Quijano
En la música se vive muy deprisa: conciertos, giras, grabaciones… ¿Qué poso deja esa “vida de músico”?
Tenemos dos vidas completamente diferenciadas. Por un lado, la vida artística, en la que hemos tenido la suerte de convertir un hobby en nuestro medio de vida. Por otro, nuestra vida privada, donde encontramos el equilibrio. Nos encanta hacer deporte, desconectar y disfrutar de momentos personales que nos permiten recargar energías para volver a la música con la misma ilusión de siempre. No envidiamos a los músicos que viven las 24 horas del día en ese mundo. La vida de la música es bonita, pero también muy exigente. Requiere moverse constantemente, estar en mil sitios a la vez, y aunque hemos vivido muchas cosas, sabemos que aún nos queda mucho por experimentar. Lo importante es que seguimos disfrutando de lo que hacemos, sin perder la esencia y sabiendo que nuestra vida no se reduce solo a la música.
¿Qué pensáis de las nuevas músicas, de las críticas constantes al reguetón? ¿Es una riqueza o destruye la música?
Cualquier género musical es respetable y siempre deja alguna contribución, aunque sea solo en el ámbito del entretenimiento. El reguetón, como el rock, el pop o la música folclórica, tiene cosas buenas y malas. Hay canciones bien hechas y otras no tanto, como en cualquier estilo. Es cierto que no es un género especialmente rico musicalmente, y hasta los propios artistas que lo hacen lo reconocen. Pero si sirve para animar, para dar alegría y hacer pasar un buen rato, bienvenido sea. Ahora, si hablamos en términos musicales, hay poco que debatir. Incluso los propios productores de reguetón saben que su música no es especialmente compleja. Eso sí, como en todos los géneros, hay cosas muy aprovechables y otras que no aportan nada.