Bridget Bate Tichenor: la surrealista olvidada

Cuando se cumplen 35 años de su fallecimiento, recordamos la figura de la modelo y genial pintora surrealista Bridget Bate Tichenor

Bridget Bate Tichenor fotografiada en 1939 para Vogue por Horst P. Horst

Fue contemporánea y compañera de viaje al mundo de los mitos y los sueños de Leonora Carrington, Remedios Varo, Alice Rahon o Kati Horna. Amiga de Salvador Dalí, Tamara de Lempicka y Edward James, el santo patrón del Surrealismo. Modelo de Man Ray, Irving Penn, Cecil Beaton y John Rawlings. Editora de moda de Vogue de 1945 a 1952. En definitiva, una de las artistas más originales, interesantes y literalmente fantásticas del siglo XX. Y, sin embargo, en comparación con los nombres de las citadas o de la sempiterna Frida Kahlo, una gran olvidada.

Quizá se deba a que la británica Bridget Bate Tichenor (1917-1990) procedía de una familia de clase alta, era una espectacular belleza natural y se relacionó al mismo tiempo que con el mundo artístico, con el de la moda y la alta costura. Algo que a muchos puede parecer paradójico e incluso molesto. Los prejuicios no van siempre en la misma dirección: también ser rica, famosa y guapa puede ser un inconveniente para la posteridad. El caso es que Bridget era hija, ni más ni menos, que de Vera Bate Lombardi (1883-1947). Todo un personaje, colaboradora íntima de Coco Chanel, casada con el oficial de caballería fascista Alberto Lombardi, favorito del Duce, y sospechosa tanto de haber sido colaboracionista de nazis y fascistas como de haber trabajado como informadora para los Aliados y la Inteligencia del Reino Unido.

En cualquier caso, mientras Vera se quedaba en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, estancada en Madrid debido a su peculiar situación personal y política, Bridget, tras un primer matrimonio de conveniencia organizado por su madre a fin de permitirle escapar al teatro de operaciones europeo, estudiaba artes plásticas en Nueva York como alumna de Reginald Marsh, junto a compañeros como los pintores Paul Cadmus, que la familiarizó con las técnicas del mural renacentista, y George Tooker, que la influyó con su estilo realista. Durante estos años llenos de glamour, la mismísima Anais Nin confesaría en sus diarios estar completamente fascinada, prácticamente enamorada, por la pintora y modelo.

Protegida de Peggy Guggenheim, inmortalizada por los grandes fotógrafos de moda, mientras trabajaba para Alexander Libertman, director artístico de las publicaciones Condé Nast, a finales de los años cuarenta su amigo Edward James, coleccionista británico de arte surrealista y promotor de la revista Minotaure, invitó a Bridget a visitarle en su casa mexicana de Las Pozas, en San Luis Potosí. Allí, rodeada por el jardín de la mansión de James, decorado con una mezcla de esculturas surrealistas y arte precolombino, tuvo una iluminación: el mundo ancestral del México anterior a la Conquista se apoderó de ella.

En 1953, Bridget se trasladó definitivamente a México, dejando prácticamente atrás su vida como modelo, directora de publicaciones de moda y figura social de fiestas y eventos. Su pensamiento y su obra se sumergieron en la magia, el misticismo, el hermetismo y la mitología. En 1958 participó junto a Leonora Carrington, Remedios Varo y Alice Rahon en el Primer Salón de Mujeres Artistas de las Galerías Excelsior de México, donde la nota predominante era la inclinación de estas singulares pintoras por el mundo de la alquimia, los mitos, los sueños, la brujería, la religión ancestral y lo fantástico. Inclinación que las llevaría, con estilos distintos y distintivos, a compartir un mismo universo característico, literario y figurativo, un realismo mágico que contrasta con las inclinaciones abstractas y expresionistas de muchos de sus contemporáneos masculinos.

El enigmático Autorretrato (1967) de Bridget Bate Tichenor, una personalidad múltiple

Desde el punto de vista técnico, aplicando su pasión por el arte medieval y renacentista, así como el uso de la tempera, a visiones derivadas de la artesanía y la iconografía de mayas, aztecas y olmecas, Bridget Tichenor resulta a veces superior a la mismísima Carrington y a la par de Varo, con quienes comparte obsesiones alquímicas y cabalísticas, además de muy por encima de la sobrevalorada Kahlo. Entre 1958 y 1978 vivió casi como una reclusa en su villa de estilo toscano de Michoacán, Rancho Contembo, donde tras su segundo divorcio se estableció junto a su amante Roberto, un indio purépecha. Allí pintó y dibujó ininterrumpidamente, encontrando también inspiración para una nueva etapa pictórica en los paisajes volcánicos y montañosos que rodeaban su hogar.

Sus últimos años los pasaría en Mexico City, rodeada de amigos íntimos como el economista Carlos de Laborde-Noguez, sobrino del Conde Léon de Laborde, amigo de su madre y de Coco Chanel, recibiendo visitas de admiradores como Dalí, Zachary Selig o las inevitables y siempre bienvenidas Carrington y Kati Horna, mientras sus obras, no demasiado conocidas por el gran público, alcanzaban buenas cotizaciones y ventas en el mercado del arte dentro y fuera de México, llegando hasta las colecciones de las familias Churchill o Rockefeller. Apenas nueve meses antes de su fallecimiento, con 72 años, el Instituto de Bellas Artes de San Miguel de Allende le dedicaría una exposición antológica, en febrero de 1990.

Una madura Tichenor posando junto a una de sus obras

Como suele ocurrir, tras su fallecimiento, la obra y figura de Bridget Bate Tichenor conocieron una revalorización tanto artística e histórica como económica. Christie´s y Sothebys subastaron algunas de sus pinturas más impresionantes, alcanzando cifras muy por encima de su venta original, procedentes de colecciones privadas como la de la gran actriz mexicana María Félix, que fuera retratada por la artista en su óleo Domadora de quimeras, con detalles añadidos por el pintor Antoine Zapoff. Desde entonces, sus obras han sido incluidas de forma prominente en grandes exposiciones tanto en México como Estados Unidos, dedicadas al singular movimiento de pintoras surrrealistas que encontró su tierra prometida en la patria mítica azteca. Incluso fue objeto de un excelente corto documental: Rara Avis de Tufic Makhlouf, rodado todavía en vida de la artista, en 1988 y recuperado en 2008.

Los misioneros (1965) de Tichenor

Pese a ello, el nombre y la obra de Bridget Bate Tichenor siguen siendo poco conocidos, casi tan esotéricos como el sentido de sus pinturas herméticas, para muchos amantes del arte que conocen bien los de contemporáneas suyas como Kahlo, Lempicka, Carrington o Varo. Es hora ya de dejar a un lado los prejuicios de clase (aunque sean con las clases altas) y las fobias al dinero y la belleza ajenos.

Bridget Bate Tichenor fue mucho más que una hermosa figura y un bello rostro, mucho más que una excéntrica dama de la alta sociedad: fue una artista enorme, capaz de sumergirnos con su pintura en un mundo propio que conecta al tiempo con el inconsciente mítico colectivo y arcaico, plasmado con una técnica y saber hacer que están muy por encima del de muchas y muchos artistas más injustamente reconocidos.

TAGS DE ESTA NOTICIA