En 1929, Virginia Woof escribió lo que se convertiría en un alegato feminista: “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”. Pero no fue hasta 2019 cuando esa idea comenzó a cobrar vida en la literatura hispanohablante. Más que una habitación propia, era una esquinita en un trastero compartido de 5 metros cuadrados, pero un rinconcito, al fin y al cabo. Lo inauguraba Cristina Morales, con el Premio Nacional de Narrativa por su Lectura fácil; lo compartía con Mariana Enríquez, cuya novela Nuestra parte de la noche arrasó entre la crítica y el público, y con el fenómeno planetario que es El infinito en un junco, de Irene Vallejo.
Entonces, se comenzó a prestar atención a las escritoras. Y también a las guionistas, a las cineastas, y a las artistas, fruto del contexto feminista global, que había provocado una mayor conciencia. Había puesto a las mujeres en el punto de mira tras siglos condenadas a los márgenes. Pero antes de Cristina, Mariana e Irene, hubo una generación de mujeres a la que le tocó recuperar la memoria de sus antecesoras: de sus madres, abuelas, artistas, científicas, abogadas… Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, Clara Campoamor y Gloria Fuertes se remangaron las manos para escarbar en el pasado y rescatar las voces que el patriarcado había enterrado. No sólo para rendir homenaje, sino para abrir un pasillito hacia el futuro, donde pudieran escribir desde un lugar que ya les pertenecía.
Brecha en la industria editorial
Sin embargo, en España, la celebración del Día de las Escritoras también sirve para mirar con lupa la realidad del sector literario actual. No sólo leemos más, sino que escribimos más. A pesar de eso, los datos revelan una disparidad significativa: en 2023, el 42,3 % de las obras registradas fueron escritas por hombres, mientras que solo el 27,2 % corresponden a mujeres. Pero ¿dónde reside la brecha? ¿Puede ganarse una la vida escribiendo? ¿Debemos hablar de literatura de género?
Para indagar en estas cuestiones, hablamos con cuatro escritoras españolas: Laura Ferrero (Piscinas Vacías), Sabina Urraca (Las niñas prodigio), María Sotomayor (Misericordia) y Estefanía Ruiz (Los secretos de la cortesana). Sus trayectorias reflejan las luces y sombras del oficio, cada una con una experiencia particular en su recorrido por el mundo literario. La mirada intimista de Laura; el desafío irreverente de Sabina; la memoria o la voz lírica de María, que explora el lenguaje y el silencio, o el erotismo narrativo de Estefanía.
Las mujeres sostenemos la lectura en España. Lo dice Antonio Ávila, Director Ejecutivo de la Federación de Gremios de Editores de España.
El 68% de las personas que leen en su tiempo libre son mujeres. Para intentar descifrar esta tendencia, se han realizado diversos estudios. Estos señalan que desde pequeñas nos inculcan actividades más introspectivas, como la lectura, mientras que a ellos los empujan hacia lo práctico o lo físico. Es un estereotipo cultural más de lo femenino. Por eso, mientras ellos juegan al fútbol, en el recreo, nosotras hablamos sin parar. «Te quedabas a dormir en casa de una amiga para hablar, que realmente es contar historias. Es lo que más nos gusta. Contarlas y escucharlas», matiza Sabina.
Una de las grandes preguntas que surgen en esta conversación es si se puede vivir de la literatura. Las cifras apuntan a que solo el 16,4% de los escritores logra hacerlo. Para María Sotomayor, la respuesta es tajante: «No se puede. No quiero decir que no haya personas que lo hagan; pero muy pocas. Los derechos de autor siguen siendo el 10% del precio del libro; con mucha suerte puedes ganar 2€ por libro vendido. ¿Cuántos se necesitan vender para poder vivir de ellos?». Sabina pertenece a ese ínfimo porcentaje que lo ha conseguido: «A mí me dijeron que era imposible vivir de esto. De hecho, me lo siguen diciendo. Intento convencer a la gente de que de verdad esto ha sucedido, y a veces también me tengo que convencer a mí misma».
Más allá de las cifras: el espacio de las mujeres en la literatura
El debate no es sólo sobre la cantidad de libros publicados por mujeres, sino sobre el espacio que ocupan en las estanterías de librerías, en las reseñas literarias, en los grandes premios y, sobre todo, en el imaginario popular. ¿Estamos ante una transformación real?
Dice María Sotomayor que «todo acto de creación es indivisible a la experiencia vital». Y Estefanía Ruiz lo explica: «Desde que nacemos, estamos sometidas a roles de género. Se nos imponen una serie de expectativas que nos condicionan, y nunca, nunca, nunca se cuestionan». Por eso es más importante que nunca reivindicar la literatura de género. Hasta la década de 1970, no existía ni análisis literario ni crítico desde una perspectiva de género.
«Obras de grandísimas mujeres quedaban relegadas a la producción masculina, que siempre ha sido universal. Subordinadas al universo masculino», explica María Sotomayor. Y continúa: «La falta de oportunidades, la desigualdad y los estereotipos hacen perdurar los roles de género. ¿Cómo no vamos a mirar el mundo de diferente forma?», reflexiona esta autora. Esa mirada, cargada de realidad, se traduce en una escritura libre que rompe con las narrativas. A través de sus obras, cuestionan lo establecido, desafiando las normas de una industria consolidada.
Ahora que se ha entregado el Nobel de Literatura a Han Kang, es importante reflexionar sobre el escaso reconocimiento que han recibido las mujeres en el ámbito literario. Desde 1901, solo 18 mujeres se han hecho con este galardón, frente a 112 hombres. Un dato que nos invita a cuestionar el sistema que ha perpetuado esta desigualdad. Sotomayor lo tiene claro: «Necesitamos crear genealogía».
Las mesas de novedades de las librerías se han llenado de novelas escritas por mujeres de todos los géneros. Pero ¿es necesariamente un síntoma de que las cosas están cambiando? «Cuando estudiaba la carrera, las únicas filósofas a las que tuve la suerte de estudiar fueron María Zambrano y Hannah Arendt, y les dedicaron un total de 5 minutos a cada una. Entonces, yo me planteo: ¿estas mujeres pasarán el canon? ¿Las estudiaremos en los colegios y en las universidades? Yo nunca pensé que pudiera escribir justamente porque la imaginación no me daba para eso. No tenía referentes», reconoce Laura Ferrero.
Más allá de la etiqueta: promoviendo la diversidad en la narrativa
Las mujeres somos más generosas a la hora de leer. Es un hecho. La mayoría incluye en su selección tanto a autores como a autoras, y también explora obras que van más allá de la periferia literaria. Sin embargo, muchos hombres suelen limitar su elección y raramente prestan atención a las voces femeninas. Quizá por ego, o porque prefieran leer a escritores con los que se sientan identificados, o que refuercen su visión sobre el mundo, perpetuando una burbuja infinita – ¿explotará?-. Esta falta de apertura no sólo limita su experiencia lectora, sino también su capacidad de empatizar con otras realidades, contribuyendo a la invisibilización de las voces femeninas.
Otro fenómeno preocupante en la industria editorial es la tendencia a la infantilización de las autoras. Ocurre si ojeas las portadas de los libros en la sección de novedades de cualquier librería. Las flores, los tonos pastel, las ilustraciones de chicas soñadoras y aire infantil, los retratos con aire sensual o juvenil… Es el sesgo que aún existe en el mundo editorial, donde se tiende a encasillar a las autoras con géneros más ligeros, considerándose «cosas de chicas». Una manera de despojarlas de la seriedad que tienen como escritoras, asignándoles un espacio más limitado dentro del mercado editorial. Mientras tanto, los autores masculinos disfrutan de portadas sobrias, que desde el primer vistazo les dan legitimidad que a ellas se les niega.
Quizá por eso se sigue lanzando con desprecio la etiqueta de “literatura de mujeres”, una clasificación que arrastra connotaciones negativas: cursi, sentimental, menor… Es casi un estigma que trata de minimizar el valor de sus obras, relegándolas a un segundo plano. Porque cuando algo lo escribe un hombre, automáticamente se convierte en universal, como si eso que les pasa a ellos, nos pasara a todas. Pero cuando lo escribe una mujer, pasa a ser “literatura de mujeres”, encasillada como algo dirigido a un público limitado.
Sobre esto, Estefanía Ruiz, la nueva voz de la literatura erótica en español, tiene mucho que decir: «Existe un prejuicio hacia determinados géneros. Se mira con malos ojos cuando alguien escribe acerca del amor o acerca del placer. Creo que es el momento de darle la vuelta y posicionar el erotismo y la romántica de otra manera». Esa distinción no solo es problemática, sino que continúa impidiendo que las autoras sean reconocidas como voces significativas y trascendentes en el panorama literario.
Aunque aún queda mucho camino por recorrer, ese ‘rinconcito’ de 5 metros cuadrados se ha convertido en un cuartito en el que las voces femeninas resuenan tejiendo narrativas libres que desafían y enriquecen la industria literaria. Tal vez, algún día, se estudien en los libros de literatura, y entonces tengamos ese chalé adosado con jardín y piscina que tanto merecemos.