Blancanieves: más allá de Disney

El estreno de la polémica nueva 'Blancanieves' de Disney nos invita a rescatar otras versiones tan interesantes como olvidadas

Cortometraja soviético The Tale of the Dead Princess and the Seven Knights (1951)

El gran éxito de las Blancanieves de Disney, tanto del clásico de 1937 como de su nueva versión en lo que ahora dicen que es “imagen real”, más allá de polémicas, insultos y otros valles inquietantes, es haber conseguido hacernos olvidar que el cuento recogido por los Hermanos Grimm a comienzos del siglo XIX es patrimonio universal y no una creación de los propios estudios Disney. Más allá incluso de la primera versión de los Grimm, publicada en 1812 y revisada luego en 1854 para su edición definitiva en 1857, podemos y debemos recordar que distintas variantes de la historia, perfectamente reconocibles, se encuentran por todo el folclore europeo, desde Rusia hasta España, desde Alemania hasta Grecia o desde Albania hasta Irlanda.

Los Hermanos Girmm, ellos y no Disney son los culpables de todo

El relato de Blancanieves destaca como especialmente arquetípico, representativo del valor eterno del cuento de hadas. Todos sus ingredientes —la joven hermosa e inocente, la madre o madrastra devoradora y hechicera, el rey ingenuo, el espejo mágico, el bosque aterrador, el cazador arrepentido, los siete enanitos (o guerreros o mineros o bandidos… o todo a la vez), la manzana envenenada, el príncipe encantador, el beso mágico, el ataúd de cristal, los zapatos de hierro al rojo para castigo de la bruja…— bullen en el caldero de la magia eterna del imaginario colectivo, ofreciendo infinitas posibilidades de interpretación y apropiación psicoanalítica, jungiana, sociopolítica, esotérica, marxista, feminista y así hasta el infinito y más allá.

No se puede negar que la versión clásica de Disney, sin ser la primera, fue la que reinició su poder performador e influencia en el siglo XX, pese o, precisamente, gracias a sus cambios y puestas al día (lo que vuelve a intentar hacer ahora con su revisión inclusiva y políticamente correcta). Pero ello no significa que sea ni la única, ni la más interesante. Dentro mismo de la animación, no debemos olvidar el hermoso cortometraje soviético The Tale of the Dead Princess and the Seven Knights (1951), creado por Ivan Ivanov-Vano, etiquetado como el Walt Disney ruso —nueva muestra del poderío invasivo de Hollywood—, inspirándose en las ilustraciones de Ivan Bilibin y basado en el poema de Pushkin que recoge una variante netamente rusa del cuento, donde son siete caballeros andantes (bogatyr, en ruso) quienes protegen a la princesa perseguida.

Sigourney Weaver como la terrorífica madrastra y bruja de Blancanieves, la verdadera historia (1997)

La cinematografía centroeuropea, muy consciente del origen del cuento de los Grimm, es la que más abunda en versiones para la pantalla. Alemanes y checos en coproducción nos dieron joyitas como Schneewittchen und die sieben Zwerge (1955), llena de mágicos efectos especiales y decorados exquisitos, o su remake televisivo de 1992, Blancanieves, cuyo tono irónico y humorístico llega por igual a niños y adultos. Volverían de nuevo a contar la historia en 2019, pero sin superar las anteriores versiones.

Especial interés asume la coproducción entre la República Checa (cuyo cine feérico está repleto de sorpresas) y Estados Unidos de Blancanieves: la verdadera historia (1997), que siguiendo en cierto modo el ejemplo literario de Angela Carter subraya los elementos más adultos, inquietantes, liminales e incluso siniestros y terroríficos del cuento, con su madrastra interpretada por una espectacular Sigourney Weaver que da mucho, pero que mucho miedo.

Barbara Stanwyck, una Blancanieves muy peculiar en la espléndida screwball comedy Bola de fuego (1941) de Hawks

Inevitablemente, la revisión disneyana de Blancanieves, que endulzó en cierta medida la crueldad y oscuridad propia del cuento de hadas original en su elemento natural, se presta mucho a la burla y la comedia Una muchacha sola en el bosque, rodeada de hombres, tanto si son enanos como si no, invita al erotismo sicalíptico más festivo. Dejando de lado el porno duro, así ocurre en la simpática producción alemana Los eróticos cuentos de Grimm (1969), que parodia tanto Blancanieves como otras historias de los folcloristas alemanes. Más recientemente, el humorista gráfico y director de animación belga Picha, combina también a Blancanieves con Cenicienta y la Bella Durmiente en su comedia animada para adultos Blanche Neige, la suite (2007), que parodia directamente el musical animado estilo Disney.

Antes aún, pero en tono más familiar y para todos los públicos, los italianos ya se inventaron una simpática secuela a la historia original: I sette nanni, alla riscossa (1951), de la que cabe destacar su fantasioso diseño de producción. Una década más tarde, Los Tres Chiflados, es decir: The Three Stooges, cómicos a la altura de Laurel & Hardy o los Hermanos Marx pero desgraciadamente menos conocidos en nuestro país, interpretaron la parodia musical Blancanieves y los tres vagabundos (1961), mientras la cantante italiana Caterina Valente protagonizaba una modernización del cuento a cuenta de la coproducción germano-suiza Schneewittchen und die sieben Gaukler (1962), donde los enanos son sustituidos por malabaristas.

Por supuesto, casi nada puede superar Bola de fuego (1941) ni su remake no menos brillante Nace una canción (1948), dirigidas ambas por Howard Hawks. Una reinvención brillante y divertida del cuento en clave de screwball comedy jazzística, musical y gansteril con Barbara Stanwyck en la primera y Virginia Mayo en la segunda como las Blancanieves más pícaras de la historia del cine.

Blancanieves (2012) de Pablo Berger, un canto al arte perdido de los enanitos toreros

Punto y aparte merece la infravalorada Blancanieves [Mirror, Mirror] (2012), del director de origen indio Tarsem Singh. Una vistosa farsa fantástica sofisticada, barroca e ingeniosa, llena de glamour, que evoca desde el delirio de Bollywood a las operetas vienesas, pasando por el Glam Rock, El mago de Oz (1939) y la comedia de salón inglesa, siendo por desgracia incomprendida por gran parte de público y crítica, pese a la presencia de Julia Roberts como estupenda reina malvada.

Quizá el problema fuera que coincidió ese mismo año de blancas nieves con Blancanieves y la leyenda del cazador (2012) de Rupert Sanders, que ofrecía también una inteligente y resultona relectura del cuento al estilo de la fantasía heroica y la espada y brujería de Tolkien, con una Blancanieves guerrera (Kristen Stewart) y un Cazador cachas y valeroso (Chris Hemsworth). El invento, que algo debía a El secreto de los Hermanos Grimm (2005) del siempre feérico Terry Gilliam, funcionó bien y tuvo secuela: Las crónicas de Blancanieves: El cazador y la reina de hielo (2016), donde Blancanieves ya se difuminaba en el escenario nevado.

Imagen publicitaria de Blanca Nieves y la leyenda del Cazador (2012), un cuento de espadas y brujería

Existen muchas más versiones: animadas, televisivas, eróticas, infantiles… Pero no puedo ni quiero terminar este repaso a las Blancanieves que se escapan a las garras de Disney, como si de su malvada madrastra se tratara (me imagino a los ejecutivos Disney consultando su espejo mágico en Wall Street: “Espejito, espejito, ¿qué Blancanieves da más dinerito?”) sin recordar la más cañí de todas, también de 2012: la Blancanieves ibérica, torera, silente, flamenca y salerosa de Pablo Berger, con una Maribel Verdú superior como madrastra malvada, sentido homenaje al arte perdido de los enanitos toreros. Pura delicia cinéfaga, al tiempo que políticamente incorrecta sin intención alguna. De igual manera pero a la inversa, muchas veces las buenas intenciones inclusivas y progresistas de Hollywood lo único que consiguen es excluir, dejando a los actores enanos en paro, y haciendo retroceder en lugar de progresar el arte y la industria cinematográficos.

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