El arte impresionista tuvo una repercusión profunda y duradera en el arte, tanto en su tiempo como a lo largo del siglo XX. Influyó en el desarrollo de muchas corrientes artísticas posteriores llegando a ser uno de los estilos más revolucionarios.
Este movimiento artístico surgió en Francia a finales del siglo XIX, aproximadamente entre las décadas de 1860 y 1880. Se caracteriza por un enfoque nuevo y revolucionario hacia la pintura, que rompió con las convenciones académicas establecidas en la pintura clásica. Entre sus principales características se encontraba la del uso de la luz y el color, la representación de escenas cotidianas y paisajes, o la técnica de pincelada suelta.
Artistas revolucionarios e inicialmente criticados
Los artistas que apostaron por este estilo fueron en un principio muy criticados debido al estilo artístico preestablecido, que favorecía las representaciones realistas y detalladas. Los impresionistas se rebelaron contra estas normas, lo que provocó que sus exposiciones fueran rechazadas por las instituciones oficiales.
Una de las grandes artistas de este estilo fue Berthe Morisot, una de las pocas mujeres asociadas al movimiento, que destacó por sus retratos y escenas íntimas.
Berthe Morisot, una de las pioneras en el impresionismo
Berthe Morisot nació en París en el año 1841 y fue una destacada pintora francesa y una de las figuras más importantes del impresionismo. Es conocida por ser una de las pocas mujeres que formó parte de este revolucionario movimiento artístico y por su contribución al desarrollo de la pintura moderna.
Nació en París en 1841 en una familia acomodada. A diferencia de otras artistas de la época, Morisot tuvo acceso a una educación artística formal desde joven. Su familia apoyó su interés por el arte. Fue discípula de los grandes maestros de la época, pero Jean-Baptiste-Camille Corot, uno de los pintores más importantes del realismo, tuvo una gran influencia sobre ella.
Estilo y características de su obra impresionista
Morisot fue una de las artistas más cercanas al grupo de los impresionistas, que rompieron con las tradiciones académicas y se centraron en la representación de la luz, el color y la captura de momentos fugaces.
Fue parte fundamental del grupo, participando en las exposiciones impresionistas que tuvieron lugar entre 1874 y 1886. De hecho, fue la única mujer que estuvo presente en la mayoría de estas exposiciones. Sus obras destacaron por tres características concretas.
- Técnica de pincelada suelta: Al igual que otros impresionistas, Morisot utilizaba pinceladas rápidas y sueltas. Lo que le permitía captar la atmósfera y la luz cambiante de sus escenas.
- Temas familiares y cotidianos: A menudo, sus cuadros representaban a mujeres y niños en situaciones cotidianas, como en jardines, en interiores, o realizando tareas domésticas. Estas escenas, a veces íntimas, reflejan un enfoque personal y delicado del mundo femenino.
- Uso de la luz: Su habilidad para trabajar con la luz, especialmente en escenas al aire libre, fue una característica clave de su estilo. Experimentó con las variaciones de luz natural, similar a otros impresionistas, como Claude Monet o Pierre-Auguste Renoir.
Un legado ampliamente reconocido
Aunque en su tiempo fue una artista apreciada por sus contemporáneos y fue reconocida dentro del círculo impresionista, la figura de Morisot estuvo algo eclipsada por otros pintores como Monet o Renoir.
Sin embargo, su legado ha crecido en los últimos años, y hoy se la reconoce como una de las principales figuras del impresionismo. Su trabajo ha sido objeto de numerosas exposiciones, y su influencia sobre las generaciones posteriores de artistas es ampliamente reconocida.
Su perspectiva femenina y su enfoque íntimo y personal sobre la vida cotidiana de las mujeres la convierten en una de las artistas más interesantes y valiosas del siglo XIX.
Las obras que más destacaron de Morisot
Berthe Morisot destacó por numerosas obras, aunque ciertamente, algunas sobresalieron mucho más e incluso pasaron a la historia. Entre ellas, “El niño en el jardín” (1873), “La cuna” (1872), que muestra a su hermana Edma cuidando a su hija, “El balcón” (1872) o la “Mujer en un jardín” (1874).
Morisot murió en 1895 a la edad de 54 años, a causa de una enfermedad. Aunque fue una figura clave en el impresionismo, la historiografía del arte durante mucho tiempo relegó su importancia frente a sus compañeros hombres. No obstante, en el siglo XX y XXI, su reconocimiento ha crecido, y su obra es ahora considerada fundamental para comprender la evolución del impresionismo y el papel de las mujeres en el arte moderno.