Añoranza y siesta muestra una España dividida en dos, sin murallas, en la que caben innumerables preguntas sobre las razones que llevaron a cabo esta ruptura, el sentido de mantenerla y la importancia real que tienen los conflictos. Este es el resultado de una separación consumada como atajo o solución frente a la polarización social y la discordia y así es cómo se la imagina Eva Mir: el acuerdo que salva el choque partiendo el país en dos.
El Teatro Quique San Francisco acoge esta pieza dirigida por Eva Carrera y Javier Hernández con el texto de Mir, que se alzó con el III Certamen Internacional de Comedia del Teatro Español por abordar “los distintos tipos de comedia en torno a la tierra dividida, que reivindica la unión de la tierra, ironizando sobre su división”.
No se equivoca el fallo del jurado; la obra destaca por su riqueza en registros, juegos, chistes -en ocasiones facilones-, humor, humor absurdo y enfrentamientos como bromas basadas en acentos, en el reparto de territorios y, el más importante, ¿la tortilla de patata con o sin cebolla? Todo es susceptible de pasar por el filtro humorístico: las discordias que han llevado a la separación, la situación de la España dividida y el cómo se ha dividido.
La propuesta muestra una sucesión de situaciones desde diferentes ángulos, arquetipos y situaciones para dibujar el estado de esta España rota. Esta estructura a base de episodios breves, prácticamente sketches en algún momento, aporta dinamismo a la función, aunque a veces genera cierto desorden o muestra un desequilibrio notable entre un episodio y otro. Sí es uniforme el lenguaje actual que se va desarrollando con puntos cómicos variados desde el cliché más manido al meme más actual de las redes sociales.
Hacia el drama por el humor
La comedia apuesta por profundizar mediante el humor en el drama que supone la constante sensación de que nos encontramos en el alambre, en el filo por el que cualquier excusa sería suficiente para justificar la ruptura. Así, los episodios cómicos van abriendo sus costuras y dejando entrever otras reflexiones más hondas sobre el sentido de la división y si verdaderamente sólo queremos estar con quienes piensan sobre nosotros.
Pese a su reconocimiento por la ironía, es en estas ventanas a la verdad donde la obra logra una hondura mayor y una trascendencia en las que apetece detenerse. Una serie de intuiciones que atinan con varias claves que traspasan la obra y la convierten en un lugar no sólo reconfortante, sino también transformador elevándose en los oasis que abordan la importancia de la memoria del país o la importancia de cuidar la narración histórica.
Si bien todos los personajes nos hablan de una separación, también guardan un punto en común, un gesto, un detalle que no podemos obviar: todos van descalzos. Van descalzos, tal y como va uno en su casa, aunque se invente una frontera para llamar a la habitación patria y al salón extranjero.