Se cree que desde 1940 y a lo largo de más de cuatro décadas, alrededor de 30.000 niños fueron sustraídos de sus madres biológicas –en su mayoría consideradas en situación de exclusión social o de riesgo de ella– y entregados a familias afines al régimen franquista, en virtud de lo que podría considerarse una verdadera industria de compraventa coordinada desde el seno de la estructura eclesiástica con el apoyo de médicos y personal sanitario. Las futuras madres eran internadas en centros de reeducación regentados por religiosas, enviadas por sus propios padres –algunas de ellas se habían quedado embarazadas a causa de agresiones sexuales en el ámbito familiar– o conducidas allí por la Policía tras ser denunciadas.
Muchos decidían entregar a su bebé en adopción; a muchas otras se les comunicaba que la criatura había fallecido durante el parto y se las conminaba a seguir con su vida sin proporcionarles documentos o cualquier otra prueba de la defunción. Uno de aquellos centros fue el internado de Nuestra Señora de la Almudena, más conocido como Maternidad de Peñagrande en alusión al barrio de Madrid donde se ubicaba. Ese lugar es el principal escenario del segundo largometraje de Pau Teixidor, Alumbramiento, recién llegado a la cartelera.
Situada en 1982, en una España que siete años después de la muerte de Franco empezaba a adentrarse en la modernidad pero en la que la opresión de la mujer seguía normalizada. Su protagonista, Lucía (Sofía Milán), llega a Madrid la misma noche en la que las calles celebran la primera victoria electoral del PSOE. Su madre, que la acompaña, se muestra visiblemente avergonzada de ella; su padre y su novio le propinaron sendas palizas al enterarse de su embarazo. Alumbramiento la contempla llegar a Peñagrande y entrar en contacto con otras cinco adolescentes en situación similar a la suya, y el retrato grupal que lleva a cabo a partir de ese momento se inspira en pedazos de las historias reales que Teixidor recopiló hablando con mujeres que han decidido mantenerse en el anonimato.
“Dignificar la moral de la mujer”
“Estar embarazada no te da derecho a ser madre”, dice alguien en un momento de la película, y la frase podría funcionar a modo de resumen de la mentalidad que permitió e impulsó la sistematización de los crímenes en los que se basa. Peñagrande era uno de los muchos reformatorios gestionados por todo el país por el Patronato de Protección a la Mujer, organismo creado en 1941 y presidido por la esposa de Franco, Carmen Polo, cuyo principal objetivo era “dignificar la moral de la mujer”.
Abierto en 1955, estaba especializado en la acogida de jóvenes embarazadas y madres solteras, y se calcula que por sus instalaciones pasaban unas 120 chicas al año. Para las hermanas de la Cruzada Evangélica, la institución católica encargada de su gestión, aquellas jóvenes eran pecadoras por haberse quedado embarazadas fuera del matrimonio, y debían pagar por ello.
En la práctica, eran tratadas como algo parecido a reclusas. Se las obligaba a trabajar permanentemente y sin remuneración en el mantenimiento del centro, se les proporcionaba acceso insuficiente a la comida y la higiene, se las sometía regularmente a castigos físicos y psicológicos y demás humillaciones, y en ocasiones eran exhibidas frente a hombres dispuestos a pagar por llevarse a casa a alguna de ellas. Las presiones que recibían para que dieran a sus bebés en adopción eran constantes. En muchos casos, las que no cedían acababan sollozando frente a una caja sellada en cuyo interior no se encontraba el cuerpo sin vida de su bebé, como es posible que ellas creyeran, sino probablemente piedras envueltas en gasas y ropa.
Alumbramiento no es una película sobre los pormenores de ese monstruoso proceso ni sobre el funcionamiento general de esos centros. Teixidor presta toda su atención a las chicas, a la sororidad que se establece entre ellas y la complicidad que comparten para resistir a la estigmatización y el abuso que les imponen el patriarcado, la religión y la ley, y en el miedo, la culpa y la sensación de indefensión que determinan su tránsito a la maternidad a causa de las circunstancias; y lo hace a través de escenas que plantean situaciones inconfundiblemente terribles pero que aun así hacen gala de una sobriedad impecable tanto en su puesta en escena como en el manejo de su carga emocional.
El tipo de reconocimiento y de reivindicación que la película trata de ofrecer se suma al que aquellas mujeres y aquellos bebés han recibido a lo largo de los años de parte del mundo del activismo social, del arte y, excepcionalmente, del ámbito político, y es la única forma de reparación que se les ha proporcionado. Nadie ha pagado penalmente por lo que les hicieron. La única persona que llegó a sentarse en el banquillo de los acusados para responder por ellos, el doctor Eduardo Vela, fue absuelto a pesar de considerarse probada su responsabilidad porque los hechos delictivos habían prescrito. La Cruzada Evangélica sigue dirigiendo centros en varias ciudades de España.