Antes de ser Alice Kellen fue Silvia, una niña tranquila y tímida que se pasaba las horas con un librito entre las manos, o escribiendo en su diario. Silvia Hervás (Valencia, 1989) creció rodeada de libros, en una casa en la que la cultura era una parte esencial de la rutina diaria. Quizá porque sus abuelos eran analfabetos, la lectura adquirió una dimensión reveladora, casi un ritual, que se repetía cada noche sin excepción. Lo que nadie imaginaba es que de esa tradición nacería una de las escritoras más prolíficas y exitosas del panorama literario actual. Bajo el seudónimo de Alice Kellen —inspirado en Alice in Wonderland y Marian Keyes— ha cautivado a más de dos millones y medio de lectores, y sus libros se han traducido a una decena de idiomas; entre ellos, inglés, francés, italiano y ruso.
En poco más de diez años, ha pasado de autoeditar novelas juveniles románticas a convertirse en autora de best sellers en los que el amor convive con la amistad, la maternidad, el dolor, el conflicto y la familia. No rehúye de la etiqueta de «novela romántica», sino que la reivindica como una ventana desde donde abordar el abismo que es la vida. Novelas llenas de olores, que mantienen ese estilo íntimo con el que sigue atrayendo a cada vez más lectores. Quizá sea parte de su éxito. Quizá, en el futuro, la veamos firmar simplemente como Silvia.
De momento, se encuentra inmersa en dos proyectos literarios —una reescritura y su próxima novela—. Hablamos con ella en el contexto de Leer Juntos, el festival literario organizado por Be Cooltural, que busca fomentar la lectura y celebrar el poder de los libros como vehículo de conexión entre generaciones.

Algunos de los libros de Alice Kellen
La afición a la lectura y a la escritura a veces se hereda. En tu casa, ¿eran lectores?
Muy, muy lectores, especialmente mi padre. Desde que recuerdo, me leían un cuento antes de acostarme: un día mi padre, al otro mi madre. Luego, él empezó a leerme libros más exigentes. Conforme fui creciendo, me ponía pilas de libros junto a la cama. Tendría 10, 11 o 12 años, y en mi mesilla había obras de Julio Verne o Dickens. Llegó un punto que no podía más (risas). Cuando entré en la adolescencia, quería elegir qué leer, y él no lo terminaba de entender. Hubo unos años de «conflicto», pero luego volví atrás (risas). El camino de la lectura es irregular; no siempre es una constante.
¿Cómo era la Silvia de 9 años que escribía en su diario?
Bastante introvertida, muy tranquila. Me encantaba dibujar, escribir; siempre estaba con un librito. Al final, la lectura tiene mucho que ver con la soledad: tienes que disfrutar de esa burbuja en la que te metes. Y leer, de alguna manera, me daba justamente eso.
Ahora que eres madre, ¿cómo vives la lectura con tus hijos?
Me preocupa mucho la idea de que, cuando sean adultos, quizá no lean. Creo que me costaría asimilarlo. Pero ahora que son pequeños, leemos todos los días, sobre todo cuentos. Poco a poco les voy introduciendo otro tipo de lecturas, siempre buscando un equilibrio para que se mantengan motivados, porque eso hace que luego estén más receptivos a libros que, quizá, no sean tan entretenidos, pero que aportan otras cosas.
Es fundamental que lo disfruten. Creo que empiezan a hacerlo cuando ves que se ríen, que se lo pasan bien. Ahora, por ejemplo, estamos leyendo los libros de Anna Kadabra, de Pedro Mañas, y se parten de risa. Les encanta y todas las noches me piden un capítulo más. Me encanta que haya esa discusión por seguir leyendo, y no por ver un rato más de tele.

La escritora superventas Alice Kellen
Empezaste a escribir desde muy joven. ¿Recuerdas el momento en el que sentiste que querías dedicarte a esto «de verdad»?
Siempre había querido escribir, porque, de hecho, lo había hecho desde pequeña: a veces colgaba mis textos en internet, otras los compartía con mis amigas, o se quedaban solo para mí. Pero es cierto que, a los 13 años, ya decía que quería ser escritora, aunque lo decía un poco por lo bajito, porque me daba hasta vergüenza.
¿Qué te dijeron cuando lo contaste en casa?
Fueron varias conversaciones. Con mi madre lo había hablado muchas veces, y siempre me apoyaba. Ella es muy mona, muy soñadora e inocente. Mi padre, en cambio, refunfuñaba más. Le costaba aceptar la idea, incluso cuando mis libros ya estaban en librerías… Hasta que no vio que realmente podía vivir de ello, no lo terminó de ver como un trabajo.
Han pasado más de 10 años desde que autopublicas tu primera novela, Llévame a cualquier lugar, en Amazon, y de pronto, tu nombre empieza a sonar en todas partes. Miles de fans, llegan los contratos editoriales, colas de kilómetros en firmas de libros, traducciones a varios idiomas… ¿En qué momento te das cuenta que te ha cambiado la vida?
La verdad es que ha sido muy paulatino, y es algo que agradezco mucho. De ser muy complicado cuando un autor saca un libro y, de pronto, triunfa muchísimo y vende un montón. Escribir una segunda novela después de algo así debe de ser dificilísimo. En mi caso, cada año me iba un poco mejor que el anterior, pero ha sido una carrera de fondo.
¿Cómo se maneja la presión y la fama del mundo editorial?
No es tanto la presión, sino el mundo editorial. A veces, sales con unas expectativas que quieres cumplir tanto con la editorial como con las lectoras, y también contigo misma. Que todo se alinee no es tan sencillo. Luego están los plazos, las giras… Forman parte del juego.
Sin embargo, también hay un proceso complejo cuando algo que es tu pasión o tu hobby se convierte en tu trabajo. Empiezas a ver otras aristas y ya no es todo tan idílico, porque dejas de tener esa libertad tan completa y tienes que encajar otras piezas.
No conocíamos tu nombre, pero todos te poníamos cara. ¿Cómo se vive eso?
Llevo más de diez años con este pseudónimo, y todo el mundo me conoce como Alice Kellen. Al principio, no quería que me reconocieran: no subía fotos y en mis primeros libros salía de perfil, para que no se me viera. Las firmas de libros y las charlas me costaban mucho. Allí, siempre me preguntaban por mi nombre real, y alguna vez lo había dicho, pero en el libro anterior decidimos ponerlo en la portada para que dejaran de preguntármelo.
¿Qué crees que tienen tus novelas que las hacen tan universales?
El amor, porque al final se entiende en todas partes. Junto a la muerte, son los temas más universales que existen. Además, trato de jugar con mi forma de ver las cosas y mi manera de escribir. Intento hacerlo con sensibilidad, creando novelas más sensoriales. Me fijo mucho en los olores, los colores, y busco hacerlas más cercanas, incluso cuando las sitúo en lugares geográficamente lejanos. Lo más importante es sentir la historia que estás contando y ser fiel a ti misma.
Todavía hay cierto rechazo al término «novela romántica», como si fuera un género menor.
A mí me da la impresión de que tú dices novela romántica, y la gente piensa que no hay nada más en la novela. O sea, que es amor, escenas de sexo… Pero es que se habla de muchísimos temas: la familia, amistad, problemas laborales, maternidad… Normalmente, la gente que tiene prejuicios a este género es porque no lo ha leído, y lo reduce al amor. Muchos libros se catalogan como ficción, pero giran en torno a una historia de amor. Lo que pasa es que tienen otra cubierta, otra forma de presentarlo.
Tengo la sensación de que es porque están escritas generalmente por mujeres.
Claro, pero esto también pasa con otros tipos de novelas que se consideran femeninas; incluso con la novela histórica femenina. Tú notas que ahí hay como un submundo. Creo que las mujeres leemos más y no tenemos restricciones en cuanto a géneros: novela negra, más clásica, más literaria… Pero, en cambio, al público masculino le cuesta más acercarse a según qué títulos y según qué cubiertas. Tienen más prejuicios a la hora de elegir un libro.
En los últimos años, la edad de tus personajes también ha cambiado, y han empezado a hablar más de «novela para adultos».
Ya había hecho novelas que considero adultas, como La teoría de los archipiélagos, Tú y yo invencibles y El chico que dibujaba constelaciones. En ellas, los personajes tienen más de 35 años, y los conflictos se enfocan de una manera distinta, con otra perspectiva. Pero es cierto que empecé escribiendo juvenil, y la transición no es fácil. En Quedará el amor, la editorial quiso remarcarlo, y hemos aumentado bastante el público, ahora es bastante transversal; en las firmas, por ejemplo, vienen tanto chicas de 15 años como mujeres de 50.
Si te digo futuro…
(Se queda en silencio, pensativa). Ahora mismo, te digo: luz.