Alejandro Simón Partal (Estepona, 1983) no ha escrito un libro sobre la película de Los Planetas. Tampoco sobre la leyenda del mítico grupo de Granada. El diario de rodaje de Segundo Premio, la película en la que todo parecía estar siempre a punto de quebrase pero que finalmente ha sido la escogida para representar a España en los Premios Oscar, es en realidad un trozo de la vida de su autor: un diario íntimo, cotidiano, sin aspiraciones ni complejos.
“Este diario recorta una vida, un rodaje, que aspira a crear mundo a partir de esos días”. Así se inicia La planta baja. Diario de rodaje, un libro que narra, a través de la intrahistoria de la película, todo lo que vivió y sintió Alejandro Simón Partal como testigo de excepción de una singular película que comenzó a rodar su amigo, el director Jonás Trueba (que fue quien le encomendó que retratara la vida de esos días) y terminó dirigiendo Isaki Lacuesta.
El malagueño, poeta y escritor (su novela La parcela atraviesa, también desde la experiencia, las brechas del placer, el dolor, el amor y la tragedia) tiene vocación de trascendencia, aunque su humildad radical le mantenga a ras de suelo. Y en esta entrevista con Artículo14 se ve que la alegría que proclama el poeta de Estepona no es ni vociferante ni estridente, ni postiza ni forzada: “Es una alegría natural, aunque trabajada; una alegría silenciosa, contemplativa, compasiva, interior, atenta, verdadera”, como dice Juan Marqués en el prólogo de su antología poética. Una alegría que es, como dice Simón Partal, un trabajo: “Necesita dedicación; no es un sentimiento efímero, sino que es una decisión. La alegría y la esperanza son decisiones para que el futuro sea necesariamente bueno”.
El escritor y poeta Alejandro Simón Partal, durante su entrevista con Artículo14Para los que disfrutamos con tu escritura, este libro es un regalo: la posibilidad de acompañarte en tu vida, en este diario, que es más personal que de rodaje. ¿Cómo ha sido para ti escribir un diario?
Siempre he escrito diarios, así que para mí uno de los retos era mantener el compromiso; es decir, comprometerme a escribir todos los días. Porque hay diarios que no son trascendentes, que obedecen simplemente a lo que el día dicta. Yo no tenía una pretensión literaria, sino que se trata de una escucha de lo que el día me va contando, sin tener que tener total relación con la película Segundo premio. Quería ser un mero transcriptor de las mañanas y de las tardes.
Dices que estás satisfecho pero no orgulloso. ¿Por qué el matiz?
Creo que el orgullo es un sentimiento peligroso, que paraliza mucho. Pero sí estoy satisfecho, porque además me permite continuar, no sentirme ya “tranquilo”, como en una posición de conquista. El trabajo que tenía que hacer lo he hecho lo mejor que he podido, y el resultado al leerlo me divierte y me hace sentirme cómodo. Pero el orgullo es paralizante; me siento más cómodo satisfecho que orgulloso, porque realmente no creo que sea un libro definitivo o memorable, sino un libro más que he escrito con una idea concreta. Es un pequeño libro, y lo digo por honestidad, no por humildad.
El libro comenzó por tu amistad con Jonás Trueba, que después abandonó el proyecto. ¿Por qué decidiste seguir a pesar de todo? ¿Había incomodidad con tu presencia en el rodaje?
Sí, lo relato en el libro. Existía esa sensación extraña, porque Jonás me había pedido a mí que escribiera un diario de rodaje, pero al sustituirle Isaki Lacuesta (con quien yo no tener ningún tipo de relación), mi figura no se entendía, y menos pululando por el set. No es que sintiera rechazo por parte del equipo, simplemente había muchas preguntas en torno a mi función. Yo en realidad era un testigo externo: no iba todos los días al rodaje, porque me parecía tan importante lo que pasaba en la ciudad como lo que sucedía delante de las cámaras. No quería ser un mero transcriptor de lo que sucede en un rodaje, que es algo muy aburrido; quería que el libro tuviera amplitud. De cómo iba a ser el proyecto al principio, integrado por una amistad, a cómo fue al final, con un equipo en el que no conocía a nadie… fue difícil. Como soy tímido, no tenía la confianza para estar merodeando por el set, por lo que decidí yo mismo separarme un poco y verlo con una perspectiva distinta, y hacer así mi proyecto personal.
“No quería ser un mero transcriptor de lo que sucede en un rodaje, que es algo muy aburrido”
No es entonces ni un libro sobre la película ni un libro sobre el grupo Los Planetas…
No, y entiendo la decepción. Comprendo la exigencia de Los Planetas con Segundo premio y de sus fans con el “diario de rodaje”, mi libro, Planta baja. Pero es un libro mío, personal, que funciona también como novela: es muy dispar, muy fronterizo, pero también es unitario, que se puede leer como una historia más. En general creo que ha gustado, el eco es gratificante. Pero bueno, los fans del grupo y de la película… creo que esperaban algo más explícito sobre el rodaje. Pero no me preocupa: he hecho el libro que quería hacer, y aunque tiene mimbres de novela, nadie puede sentirse identificado con él del todo.
Cuando escribes realizas muchas reflexiones últimas, que te llevan al centro de cosas muy clave, que te permiten pensarte enteramente. Es decir, es un “diario de rodaje”, pero en realidad es una guía para vivir. Tu experiencia es muy universalizable; ¿atraviesa siempre tu escritura?
Me daba miedo repetirme en temas que ya había tratado en poemas o en mi novela, La parcela. Pero me parecía que no debía controlar eso: si necesitaba seguir hablando sobre el duelo, es que tenía que hacerlo. No quería manipular mi intimidad para hacer literatura auténtica; prefería abandonarme a lo que el día, mis sensaciones y mi sentimiento de vulnerabilidad, soledad y alegría me pedían. Hay citas y hay referencias porque me fui a vivir a Granada para escribir y la literatura ha estado presente: entiendo la creación, la escritura, como una forma de transportar la literatura hacia otro espacio inesperado. Pero también hay recetas y guías de viaje, porque es todo verdad, es con lo que me he ido tropezando a lo largo de esos meses.
“No quería manipular mi intimidad para hacer literatura auténtica”
¿La libertad en la escritura es una conquista? ¿O siempre ha sido para ti un camino de libertad?
Sí; un camino temerario sin pretenderlo. No tenía ningún compromiso con nadie, y entiendo la literatura como un proceso de escucha interior, de reconocimiento, de diálogo, de comunicación… A mí me sale así. Este libro obedece a esa sensación, porque es un proceso de intimidad, de exploración de mi propio ser. Eso tiene parte de temeridad, pero quería que se notara que lo había escrito como si nunca fuera a salir de mi cajón. Creo que la conquista es que no hay autocensura, no transformo lo que va sucediendo, sino que es un diario real. Podría haberlo hecho distinto, pero entonces no sería riguroso con la verdad de esos días. Y estoy obsesionado con la verdad; no tanto con la realidad, que me interesa menos, sino con la verdad.
Cuando se publicaron los diarios de Patricia Highsmith hubo, una vez más, discusión sobre ello, porque ella nunca quiso que se publicaran. ¿Uno escribe diferente cuando piensa que le van a leer, aunque sea un diario?
Hay una cita de Annie Ernaux que está en el libro: “Cuando escribo existo menos”. Yo tengo esa sensación. Si intentara controlar lo que escribo, lo que van a pensar los lectores, cómo lo van a recibir… Entraría en una parálisis en la que no escribiría. Escribo porque dejo de existir, aunque suene pretencioso o místico. Todo lo que escribo obedece al proceso de escritura, y me gustaría seguir siendo así: es una forma de enraizar con tu ser más originario, con tu inocencia, que implica ser honestamente radical con lo que te va dictando la vida, el tiempo. Ese diálogo tiene que ser directo, honesto y crudo. Me parecería una estafa escribir un diario y que esté manipulado. Es verdad que he sido muy lector de diario y que siempre hay una parte literaria, pero los que me gustan son los que no intentan hacer “alta literatura”, sino la escritura sin pretensiones.
“Escribo porque dejo de existir, aunque suene pretencioso o místico”
Precisamente Annie Ernaux tiene esa escritura brutalmente honesta, sin filtro. ¿No es difícil olvidarse de la exposición, de la imagen que los demás se hacen de uno, lo que proyectamos?
La literatura ocupa un espacio pequeño en mi vida; no estoy entregado en cuerpo y espíritu al proceso de creación literaria. Estoy entregado a la creación en general, a recibir lo que tengan que entregarme otros autores y otras personas. Por eso no tengo la obsesión de intentar llegar a algún sitio con lo que estoy haciendo; quiero que los libros que escriba tengan que ver conmigo y reflejen esa necesidad interior, esa escucha, que no implica que sea autobiográfico. La imaginación tiene mucho que ver con la verdad. Me gusta lo que decía Fellini: “Lo verosímil cada vez me interesa menos”. Pero lo inverosímil no tiene por qué estar alejado de lo que te trasciende y atraviesa. Contar lo que te sucede no significa tener un compromiso con los acontecimientos, sino con lo percibido. Pero hay que morir en cada libro, y los que escribimos, los que hacemos algo creativo, tenemos que tener una forma de estar en el mundo que muestre nuestras relaciones, nuestras vidas, lo que nos rodea. No pensar tanto en el lograr como en el existir.
¿No te parece el cine un lugar en el que hay mucha necesidad de “logros”, de ser legitimado, comprendido y escuchado?
A mí me gusta mucho el bastardeo entre las artes. Me gusta relacionarme con músicos, me gusta el cine, creo que todo es interdependiente y se retroalimenta. La vida es aprender. Quizá hago yo una película dentro de unos años; no entiendo los géneros ni los oficios como sometimiento, sino como un camino. Me interesa que todo sea fronterizo, que todas las artes puedan dialogar, y en este caso quería que la combinación cine-música-literatura ha hecho que cada cosa sea mejor: la película, el libro y en este caso el legado de Los Planetas, que incluso ha dado a sus fans perspectivas nuevas. Todos hacemos cosas para que la gente tenga una visión más amplia y más humana de lo que ve, aunque también hacemos cosas para que nos quieran. De hecho Segundo premio nace de la admiración al grupo de Los Planetas. Es un homenaje que nace del entusiasmo. De hecho cuando uno escribe un diario está pidiéndole a los días que le atiendan, está pidiendo atención.
“Cuando uno escribe un diario está pidiéndole a los días que le atiendan”
¿Te parece un libro celebratorio, luminoso, de afirmación de la vida?
Para transportar las cosas a otro sitio, para cerrarlas, es muy importante la celebración, que nos permite hacer un balance orientado a lo bueno. Es algo que me obsesiona; incluso la celebración de la pérdida, no como festejo, sino como reconocimiento, como confirmación del presente.
¿Te planteas escribir más diarios? ¿Tiene la poesía también algo de diario?
La poesía es la manipulación del diario, la corrección. El diario es la parte salvaje de la vida. Estoy leyendo los de Chirbes y tiene sentido que sean póstumos, porque al ser tan integrales tienen la capacidad de afectar a mucha gente. Me ha encantado hacer un diario de algo tan concreto como un rodaje porque me emociona ser testigo de la construcción de algo, y más de algo que va a emocionar a tanta gente. Personalmente llevo escribiendo diarios muchos años, porque es una forma pero no creo que los publique… quizá cuando muera mi hermana lo entregue a una editorial. Escribir diarios es una forma de detener el tiempo, de hacer el tiempo eternidad. Y la eternidad no es una cosa celestial, sino romper el día: debería ser nuestro trabajo diario, no algo inalcanzable.
Hay un momento en el que citas un himno de la liturgia de las horas: un himno de laudes. ¿Entra dentro de tu cotidianeidad también?
Me parecen siempre reveladores. Hay algunos preciosos. Ayer leí uno que decía: “Piedad, dame auxilio”. También me encanta empezar así por la mañana: “Dame la potestad de interpretar el día”. Me parece una pena vivir de espaldas a todo ese legado, a esa tradición: es una torpeza moderna, ridícula y patética. La oración me descubre hallazgos que la literatura moderna no alcanza. Como decía Emilio Lledó: “El arte, la literatura, la creación, sirven para entender qué significan las cosas, para interpretar la vida”. Por eso pedir la potestad para interpretar y entender la vida es el trabajo de la eternidad.
“La oración me descubre hallazgos que la literatura moderna no alcanza”
¿A quién le pides que te dé la potestad?
A la esperanza. A la piedad. Soy muy miedoso, y aunque me gusta la vida me da miedo. Entiendo que la muerte es una parte de la vida, es el último acto de generosidad, pero me da pavor. Pienso: qué pena tener que irme. Así que ese diálogo, ese reconocimiento de las afueras, tiene que ver con mi amor al mundo y a la vida y a las personas.
Citas también a Almodóvar, hablas de soledad y de orfandad, pero a la vez nunca te concibes solo: te entiendes en relación. Y tus libros están atravesados de personas a las que ya les ponemos cara.
Es verdad. Me han emocionado algunos de los relatos que ha publicado Almodóvar; él confiesa que está solo porque ha sido muy egoísta. Fue un ejercicio de reconocimiento y de honestidad de un creador como él. Lo menciono porque su libro me acompañó en el rodaje y me dio pautas para recorrer yo mismo ese camino. En general, si hago esto es porque me gustan las personas: lo que conforma el alma humana es el conjunto de relaciones que teje. No habría libros, ni música, ni cine, ni teatro si no hubiera una otredad: escribimos para ver con los ojos de otros. Para sentirnos reconocidos nosotros y para reconocer al otro. Sin ese reconocimiento no existiría la creación.