El verano, los meses de junio y julio, marcaron la vida y la muerte de una de las escritoras más importantes, polémicas y, en cierto modo, olvidadas de la historia de la literatura… y más allá. Un 14 de junio de 1811 nacía, en Litchfield, Connecticut, Harriet Elizabeth Beecher, más conocida por su nombre de casada: Harriet Beecher Stowe. Y el día 1 de julio de 1896 fallecía en el mismo estado de Connecticut, en su casa de Hartford, a la nada despreciable edad de 85 años. Tras ella quedaba una extensa obra narrativa, periodística y autobiográfica, recogida en treinta volúmenes, de entre la que un sólo título bastaría para inmortalizarla: La cabaña del Tío Tom.
Publicada en 1852, primero por entregas en el periódico abolicionista The National Era y poco después como libro, La cabaña del Tío Tom está considerado el primer best seller de la historia, vendiendo durante el primer año de su aparición 300.000 ejemplares en los Estados Unidos y 200.000 en Inglaterra. En poco tiempo las ventas sumaron millones de copias, ya que no de dólares: debido a la falta de protección de los derechos de autor, muchas ediciones fueron lo que hoy llamaríamos piratas, especialmente en el Reino Unido, y Harriet no recibió un solo penique por ellas. No obstante, no le fue nada mal. La cabaña del Tío Tom sería el segundo libro más vendido en Estados Unidos durante el siglo XIX, solo superado por la lectura favorita de su autora: La Biblia. Además de ser la primera novela estadounidense traducida al chino, en 1901.
Una novela abolicionista
Por supuesto, la importancia de su obra maestra va mucho más allá de las ventas e incluso de su valor literario, tan discutido como discutible. La cabaña del Tío Tom es una obra sentimental, que presenta un retrato melodramático y cargado de tintas de la vida de los esclavos negros antes de su liberación, especialmente, claro, en los estados del Sur. Profundamente emotiva, inundada de sentimientos cristianos, en los que su autora se apoya con fervor para exigir la abolición de la institución esclavista, es obvio que algunos aspectos de su narrativa han quedado trasnochados e incluso fueron ya criticados en su tiempo. Pero sería un gran error despreciar el libro de la señora Stowe. Sin él, aunque pueda parecer exagerado, es muy posible que la degradante existencia de la esclavitud en Estados Unidos, con su corolario de brutalidad, abusos y crueldad, hubiera durado más tiempo.
Cuenta una famosa anécdota, a todas luces apócrifa (si no falsa), que cuando Harriet fue invitada a conocer al presidente Lincoln, este le dijo algo así como: “Así que es usted la pequeña mujercita que inició esta gran guerra”. En efecto, la aparición y éxito de La cabaña del Tío Tom provocó una intensificación de los sentimientos abolicionistas, por parte de los estados del Norte, y de los esclavistas, por parte del Sur, que contribuyó rápidamente a radicalizar la situación, precipitando los acontecimientos. La trágica historia del sacrificado, noble y honesto negro Tom, frente al impío salvajismo, crueldad y cinismo del vicioso plantador blanco Simon Legree, fue gasolina vertida directamente sobre la hoguera que preludiaba el incendio de la Guerra civil americana.
El paso del tiempo y el cambio de sensibilidades traicionaron tanto a Harriet como al pobre Tom. Tras haber sido vilipendiados y ridiculizados ambos por los sectores racistas, esclavistas y conservadores de su país, el Tío Tom y el adjetivo “tíotomismo” se transformaron durante el siglo XX en epítetos insultantes para los propios negros. Identificados autora, obra y personaje con el concepto de apropiación cultural y con el retrato del afroamericano como víctima en busca de la asimilación, “Tío Tom” se convirtió en un adjetivo peyorativo para calificar a figuras como Martin Luther King, Sidney Poitier, Bill Cosby, Tiger Woods o el propio Obama. Desde los años 30, Hollywood no ha vuelto a rodar ninguna versión cinematográfica del libro —y solo una serie de televisión en los ochenta—, considerándolo demasiado polémico.
Sin embargo, con todos sus defectos, tanto ideológicos como literarios, La cabaña del Tío Tom, admirada por Dickens o Edmund Wilson entre otros, que serviría de inspiración para clásicos de la literatura de protesta social como Ramona (1884) de Helen Hunt Jackson, La jungla (1905) de Upton Sinclair o Silent Spring (1962) de Rachel Carlson, escrito por una puritana dama yanqui, de educación calvinista, enemiga del alcohol y quizás víctima en sus últimos años del Alzheimer, sembró el camino tanto para la abolición de la esclavitud como para la liberación de la mujer. No saber o querer apreciar esto, es ser tan ciego y estúpido como el malvado y brutal Simon Legree.