A favor de la abolición: Mabel Lozano, escritora, directora de cine, actriz y ganadora de dos premios Goya
El ding-dong de la puerta las activa, aunque estén haciendo otra actividad, ya sea durmiendo, comiendo o en el baño. Es la voz del amo y deben acudir con la misma diligencia que bajan por el poste los bomberos ante la llamada del fuego. Las prostitutas debían presentarse en menos de 5 minutos, si no querían ser multadas, en el salón del chalet burdel, situado en la tercera planta de un total de cuatro que disponía la vivienda.
Con sus rostros maquillados, subidas sobre sus tacones (complemento obligatorio, bajo amenaza de multa), apenas cubiertas con un conjunto de lencería sexy, se presentaban delante del “cliente” para que este eligiera a la que más le gustara. Lo mismo que se hace en las ferias de ganado, pasear chotos o vacas delante del cliente para que este elija al animal. En ambos casos se permite “catar” antes de comprarlo, para asegurarse de que no es una vaca vieja.
La mujer elegida se queda en una de las habitaciones de la planta noble de la casa, compuesta por cama y sillón “de posturas”, mientras que el resto, 24 mujeres más, número de inquilinas del chalet burdel (una de ellas con discapacidad intelectual), regresaban dócilmente y en fila india al sótano. Un lugar sin ventanas, lleno de camas, hasta 20 en total, y con una piscina en el centro, en su día llena de agua, donde se ahogó una chica latinoamericana muy joven, y que ahora es utilizada para poner los tendederos de ropa donde se agolpan tangas y sujetadores multicolores.
En este prostíbulo chalet está prohibido no estar “lista” para presentarse delante de los “clientes” las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Así que este es el uniforme, con escasos centímetros de tela de satén o encaje, que deben llevar todo el tiempo, salvo los únicos 15 minutos que les permiten salir a la calle.
Es en este zulo, sin luz exterior, donde las mujeres pasan hacinadas la mayor parte del tiempo mientras que no están “ocupadas”, donde las luces artificiales debían estar encendidas las 24 horas del día, ya que estaba prohibido apagarlas. Precisamente, una gran parte de las regulaciones del funcionamiento de nuestro cuerpo se llevan a cabo a partir de la intensidad de luz que recibimos durante el día y la noche. Tan perjudicial para nuestro organismo es estar siempre a oscuras, como lo contrario, donde al más puro estilo de las torturas de guerra, las mujeres sobrevivían a la luz eterna de las bombillas.
El sistema de multas era una de las fórmulas de coacción que utilizaban las proxenetas (en este caso las delincuentes eran mujeres) para someter a las víctimas, casi todas de origen latinoamericano. Multa si te quedas dormida, si no estás maquillada las 24 horas del día, si no haces lo que el cliente quiere, si no consumes drogas… Las drogas, no solo estaban obligadas a consumirlas, sino también a llevarlas encima para venderlas a los “clientes” que las pidieran. La mezcla de sexo y drogas es pura dopamina.
Además, las mujeres debían pagar todos los días unos 20 euros por la comida que, lógicamente, no decidían. Allí se comía lo que se cocinaba y lo hacían cuando tenían un hueco. Pero, como siempre, el sonido del timbre de la puerta era la señal para dejar el plato de lentejas y, en menos de cinco minutos, estar plantadas delante del “cliente”, dispuestas a hacer todo lo que pidiera.
Este chalet burdel se encuentra en el centro de Madrid, en la zona de Las Ventas. Muchas personas ignoran que esta vulneración de todos los derechos fundamentales pueda estar ocurriendo aquí y ahora, en un lugar pleno de vida. Otros muchos lo saben y les da igual –tocan el timbre con frecuencia–, y otros pocos se lucran de ello. En nuestro país el proxenetismo cuesta muy barato. No todas las caras de este delito están condenadas, como es el caso del proxenetismo consentido.
El equipo de la asociación Amar Dragoste entró con el dispositivo de la Policía Nacional, permitiendo rescatar a una docena de mujeres víctimas de trata y explotación sexual, además, de la mujer con discapacidad intelectual, todavía más vulnerable que el resto a la manipulación y al abuso.
¿Por qué las mujeres no salen, no corren, no denuncian? Ellas contaban que tienen miedo: están solas en nuestro país y no tienen a nadie. Se resignan a no tener vida, a aguantar todo lo que las pasa para poder mandar algo de dinero a casa. Todo vale, lo que sea, para dar de comer a sus hijos.
Las víctimas sufren el síndrome de indefensión aprendida, un conjunto de emociones y comportamientos como el desánimo, la depresión y la inacción ante escenarios terribles como este. Creen que, hagan lo que hagan, no va a servir para cambiar nada. Al contrario, puede empeorar con las multas.
Este 2024 deberíamos dejar de ser cómplices de la esclavitud y apoyar la libertad, la dignidad y los derechos iguales para todas las mujeres y las niñas.
En contra de la abolición: María Luisa Maqueda, Catedrática de la Universidad de Granada y profesora de Derecho Penal
Durante décadas, las reflexiones feministas acerca de la libertad sexual de las mujeres han marcado un largo proceso de concienciación y de movilización por su reconocimiento jurídico. Parecía haber llegado nuestro mejor momento cuando la reciente ley penal del “sólo sí es sí” declaró la guerra a los viejos estereotipos, los mitos patriarcales y los modelos no contrastados con la experiencia original de las mujeres.
Creíamos que nuestro consentimiento sexual estaba a salvo olvidando que las jerarquías subsisten, que en su nombre se está construyendo un espacio legal de exclusión para otras mujeres, las estigmatizadas por su trabajo sexual. Se trata de una ley que oficialmente se propone prohibir el proxenetismo en todas sus formas a sabiendas de que criminalizando todo su entorno (empresarios, arrendadores locativos, clientes…) levanta muros a estas comunidades sexuales marginales.
En su origen, el pretexto fue proteger a las prostitutas del abuso de sus explotadores: mujeres/víctimas incapaces de tomar decisiones libres por su debilidad psíquica, su inmadurez o fragilidad ante engaños y presiones, daños sufridos en la infancia, abusos constantes, una socialización defectuosa… (Informe de la Ponencia de 2007 en el Congreso acerca de “la situación de la prostitución en nuestro país”). Pero los argumentos eran demasiado ingenuos para ser creídos y necesitaban ser reformulados.
Ahora es fruto de la evolución del pensamiento abolicionista más punitivo que, bajo la bandera de la igualdad de género, combaten “el derecho masculino a acceder a los cuerpos de las mujeres”, siempre bajo discursos descalificadores acerca de las mujeres prostituidas: ellas quedan descritas como “mercancías expuestas para que el comprador, el cliente, elija, pague y se corra”, “cuerpos desnudos, en fila, sin nombre, a disposición de quien tenga dinero para pagarlos”, “mujeres como cuerpos y trozos de cuerpos de lo que es normal disponer” (Ana de Miguel). Es obra de una ceremonia de desposesión del estatus de sujetos completos, una idea objetualizadora que se repite poniendo en jaque su dignidad.
Si bien se piensa, persiste con virulencia la misma lección del patriarcado: “por un lado están las mujeres madres, esposas e hijas, compañeras de trabajo, mujeres a las que se reconoce el derecho a limitar el acceso al cuerpo, a su autonomía sexual, y, por otro, las prostituidas, las mujeres que por definición no pueden impedir el acceso y son las célebres “mujeres públicas”” (Ana de Miguel).
Una estratificación sexual interna que ofrece una imagen deshumanizada de las prostitutas y el desconocimiento de su capacidad de autodeterminación, de sus experiencias y sus sentimientos.
Desde nuestro discurso pro-derechos, las lecturas acerca de la prostitución son abiertamente distintas. Frente al “sexo bueno” de las clases sexuales privilegiadas, la trasgresión de las trabajadoras sexuales consiste en ser mujer y optar por el “sexo malo” que proporciona saber y placer por dinero, a sabiendas de que la igualdad se construye prioritariamente entre las mujeres, sin discriminaciones (Paula Sánchez) y no a merced de modelos jerárquicos, rígidos y excluyentes que conducen a marginar e ignorar la experiencia femenina de las mujeres más vulnerables.
Una lógica de negación que es vista como pura expresión de violencia política porque invalida su condición de agentes de su propia historia y les impide encontrar el lugar que les pertenece como sujetos de derechos.
La historia parlamentaria reciente de oposición a las políticas abolicionistas y prohibicionistas de la prostitución ha sido muy reveladora. Durante los debates de 2022, fuerzas políticas disidentes coincidieron en cuestionar la proposición de ley socialista precedente denunciando el carácter aporófoba de la regulación anti-proxeneta de la prostitución por ser generadora de miseria, de abandono, de falta de recursos de supervivencia y de condiciones y garantías sociales dignas a partir de las cuales defenderse frente a la precariedad, el aislamiento y las agresiones que les esperan. Algunos ejemplos significativos se verbalizaron: “un modelo que sólo contribuye a perseguir a las mujeres” (CUP), “sin oírlas” siquiera (PNV), “las van a machacar” (ERC)…
Y la garantía contra la pobreza, la marginación, los abusos de poder y la explotación no conoce otro camino que la reivindicación de una ciudadanía laboral igual y plena para las prostitutas. Siendo así que, en nuestras sociedades capitalistas, el estatuto de ciudadanía está supeditado al mercado laboral formal, el reconocimiento de la prostitución como forma legítima de trabajo sexual permite acceder a los derechos a los que disfrutan los ciudadanos.
En sentido muy distinto al equívoco regulacionista, lo que proponemos es que todos los trabajadores y trabajadoras sexuales tengan derecho al trabajo libre e igualitario en condiciones laborales dignas, garantías jurídicas de protección frente a la patronal, su presencia en el Estatuto de los trabajadores en las condiciones especiales que se necesiten, descansos semanales, horarios limitados, protección frente al despido, reconocimiento de incapacidades laborales, jubilación…, en definitiva, su inclusión en un marco de “justicia de los derechos”.
La experiencia neozelandesa ha marcado el camino: un modelo laboral que desde 2003 se orienta a salvaguardar los derechos humanos y el bienestar, la salud y la seguridad de las trabajadoras del sexo frente al acoso, el abuso y la explotación. El correcto funcionamiento y la efectividad de sus reglas quedan garantizados gracias a la representación de sus voces en un comité de seguimiento de la ley sobre trabajo sexual, dejando en sus manos la oportunidad de proponer nuevos cambios normativos.
Tristemente, nosotros nos hemos quedado en el otro extremo.