Al igual que es más difícil ser mujer que hombre en la política, también lo es pertenecer a la minoría LGBTQ+. Para las figuras públicas femeninas, salir del armario acarrea consecuencias y dificultades a las que no se enfrentan sus homólogos masculinos.
Las tendencias también sugieren que puede haber ligeramente más hombres abiertamente gays o queer en posiciones políticas prominentes, en comparación con mujeres abiertamente lesbianas o queer. Esta comparación podría estar influenciada por factores diversos, como la visibilidad histórica, la aceptación cultural y las normas sociales en diferentes regiones.
La primera política española que salió del armario fue Ángeles Álvarez, y lo hizo en 2013 — 14 años después de que Miquel Iceta, actual secretario del PSC, lo hiciera en 1999. Desde entonces, pocas mujeres se han visibilizado como lesbianas o incluso queer: están Beatriz Gimeno, diputada de Podemos, y Ada Colau, que se ha visibilizado como bisexual. Fuera de España, tenemos los ejemplos de la senadora Kyrsten Sinema en Estados Unidos, que es bisexual, o a la ex primera ministra serbia Ana Brnabić. En el Parlamento Europeo, destacan la alemana Terry Reintke, que lidera la agrupación de los Verdes, y la eurodiputada Ulrike Lunacek, que salió del armario en 1980.
Gran contraste frente a los hombres en política, porque se han visibilizado mucho más en cargos políticos de importancia. Elio Di Rupo, primer ministro de Bélgica entre 2011 y 2014, fue uno de los primeros líderes gubernamentales que se visibilizó como gay en todo el mundo. Y Xavier Bettel, actual primer ministro de Luxemburgo, se casó con su pareja Gauthier Destenay en 2015. Pero hay muchos más nombres públicos, como los estadounidenses Harvey Milk y Pete Buttigieg, el irlandés Leo Varadkar… y en Francia, el ministro de Exteriores, Stéphane Séjourné, estuvo casado en unión civil con su actual primer ministro, Gabriel Attal.
Es evidente que a los hombres les resulta más fácil visibilizarse como gays en política, a pesar de que esto también acarrea fuertes e injustas consecuencias. En política, esto se manifiesta como ocurre en muchos otros aspectos de la sociedad. Ellas enfrentan muchas más trabas y, por lo tanto, es lógico que se manifiesten en menor cantidad”, explica a Artículo14 Paloma Román Marugán, Doctora en Ciencias Políticas y Directora del Departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
Se trata, como muchas otras circunstancias, de una consecuencia del machismo y del patriarcado. “En el modelo patriarcal general, las minorías que se han ido separando de ese modelo ideal han ido emancipándose muy poco a poco. Los hombres gays también han tenido dificultades, y siguen teniéndolas en su identificación y manifestación, y en la posibilidad de llevar una vida más normalizada. Pero, precisamente por su condición masculina, han tenido ventajas que no tienen las mujeres y que tienen que ver también, no solo con esa concepción patriarcal general, sino también con muchas de sus derivadas, como es el poder económico, por ejemplo”, explica Román Marugán.
“Los hombres gays generalmente disponen de recursos económicos que no tienen las mujeres lesbianas. Es como una pequeña fotografía de la sociedad y de las dificultades que enfrentan las minorías, y en el caso de las mujeres lesbianas estas son superiores a las de los hombres gays, no solo desde el punto de vista económico, sino también del control social, etcétera”, agrega.
Frente a este contexto, una mujer lesbiana en política se enfrenta a mayores prejuicios que un hombre gay en política o en un cargo público. Se trata de ataques relacionados con el sexismo, “que en el caso de las mujeres homosexuales, se duplica, ya que pertenecen a una minoría aún más sometida. Esto ocurre también con las mujeres migrantes en política, que tienen más dificultades”, explica Román Marugán.
Una cuestión de identidad
En la época actual, a la hora de hacer campaña, los políticos se centran cada vez más en cuestiones identitarias. Dependiendo del partido político y del público, para un político hombre puede resultar beneficioso compartir su homosexualidad para empoderar su campaña y presentarse ante los votantes —un factor que puede resultar atractivo a nivel identitario para sus votantes femeninas heterosexuales.
No es así a la inversa: la identidad lésbica o queer de una mujer política no resulta tan atractiva para votantes masculinos de sexualidad heterosexual.
“Podría achacarse a los prejuicios. Considero que solo una minoría de hombres confesarían que se sienten bien representados por una mujer lesbiana. Pero tiene que ver con ese entorno de control social que hay: existe un sentimiento de ‘qué pensarán’, de ‘estoy perdiendo mi masculinidad’”, afirma Román Marugán.
De esta manera, está claro que a las mujeres les perjudica, a nivel electoral, identificarse como lesbianas o queer. “Una vez que salen del armario están señalizadas, se enfrentan a una serie de prejuicios sexistas dobles. Es una posibilidad que deben tener en cuenta”.
“De todas formas, el ingrediente clave es el partido, la formación política en la que estas personas están encuadradas, porque también ahí tienen que escuchar consejos. A veces no existe una autonomía total, porque al partido no le interesa, porque no se va a entender bien. Lamentablemente, muchas veces hay un empuje a salir del armario por parte incluso de la propia formación política para rentabilizar votos: quieren tener como ejemplos de minorías dentro de sus filas y en realidad lo que van a hacer es manifestarlas como ejemplos”, explica Román Marugán, describiendo un problema que afecta a todas las personas del espectro LGBTQ+. “Esto favorece poco a lo que llamamos la representación sustantiva de las minorías”.
Pornografía y sexualización
A cualquier mujer le perjudica la cosificación, que se refiere al proceso de reducir a una persona a meros objetos sexuales para el placer o satisfacción de otros, ignorando su humanidad y dignidad. Según explica Román Marugán, “el cuerpo de la mujer es una señal de identidad”, algo que no es el caso entre los hombres. Al igual que otros sexismos, empeora para las lesbianas.
Así se percibe, por ejemplo, en el ámbito de la pornografía: “En el ideario del porno lésbico, que de verdad es uno de los aspectos más machistas que nos podemos encontrar en el mundo entero, se trata la sexualidad de una manera completamente egoísta, planteada únicamente para conseguir el placer masculino. Todo lo demás son objetos.”
“Y la homosexualidad femenina que aparece en el porno no tiene nada que ver con las mujeres lesbianas corrientes y molientes. Todo ese escenario está preparado con el objetivo único y exclusivo de la satisfacción del placer masculino. Es un lesbianismo normalizado dentro del modelo patriarcal, orientado a lo que le interesa o seduce a un hombre, sin entrar en el fondo de la situación y los problemas de las mujeres lesbianas”, termina Román Marugán, ilustrando la cultura dentro de la cual se mueven las mujeres, ya no solo en política, sino en todos los sectores.
“Ser lesbiana en política nunca ha sido lo mismo que ser gay. Se ve con otros ojos. Cuando se logró el matrimonio igualitario, por ejemplo, casi todos los partidos llamaron a la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) para formar listas electorales. Solo llamaron a los hombres”, explicó Beatriz Gimeno, diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid, al medio ElDiario.es.