Otras mujeres

Mi madre nació un ocho de marzo y, cuando era pequeña, una mujer vaticinó que iba a ser muy desgraciada en la vida “porque no tenía amor al trabajo”. La mujer en cuestión era Fraülein María Hesse, una institutriz alemana...

Mi madre nació un ocho de marzo y, cuando era pequeña, una mujer vaticinó que iba a ser muy desgraciada en la vida “porque no tenía amor al trabajo”. La mujer en cuestión era Fraülein María Hesse, una institutriz alemana que trabajó en casa de mis abuelos. Había llegado a San Sebastián procedente de su Baviera natal, de donde se marchó, según contaba ella, cuando Hitler llegó al poder, “porque era católica y odiaba al cancilller”. Su inquina fue tal que, al llegar a la capital guipuzcoana y ser contratada como institutriz de mi madre y de sus hermanos, se negó a enseñarles alemán. Mi abuelo preguntaba entonces a mi abuela con gran tino: “Pepita, ¿por qué tenemos que tener una institutriz alemana para los niños que se niega a enseñarles alemán?”, pero tal detalle no inmutó a mi abuela y “la Fräulein”, como era conocida, siguió trabajando allí. La

mujer sólo rompió su promesa para enseñarles dos cosas en su idioma natal a sus pupilos: el avemaría y el himno de su país. Decadas después le podías pedir a mi madre, que rozaba ya los ochenta y muchos, que te cantara el himno y, al momento, se arrancaba ella con el “Deutschland, Deutschland über alles”. La verdad es que no había nadie que pudiera comprobar lo depurado de su alemán, aunque me atrevería a decir, que no se enseñaría en el Instituto Goethe (el Cervantes germano). No recuerdo el momento en el que mi madre contaba la marcha de “la Fräulein”, pero sí que siempre se reía de su poco acertada predicción porque, con once hijos que tuvo, no le quedó otra que tener forzadamente amor al trabajo.

Al parecer con mi madre nunca se cumplieron los vaticinios. Cuando llegó a Peralta, a mi pueblo, el carnicero y dos de sus amigos que estaban de tertulia en la puerta de su comercio, la vieron pasar y dijeron: “Esta no dura aquí ni cuatro días”. Y estuvo allí hasta su muerte, 67 años después. Lo dicho, lo de las predicciones no iba con ella.

La vida en un pueblo es de lo más tranquila así que, como yo era la pequeña, muchas tardes mi madre me llevaba a visitar a unas amigas que tenían bastantes más años que ella. Como siempre he sido un poco viejuna, a mí me entretenían las historias que contaban en torno a una mesa redonda con la tele de fondo, eso sí, aunque fuera sin sonido. Recuerdo un día en el que empezó la famosa serie de Corrupción en Miami, estrenada en 1984. En mitad de la cabecera del comienzo aparecían unas mujeres en bikini y en traje de baño, y las honorables señoras por poco se caen de la silla. “¡Anda, menudas frescas!”, empezaron a decir. A lo que mi madre contestó: “Pues, apagad la tele”. Pero no lo hicieron, claro, que Don Jonhson y Philip Michael Thomas, compensaban, por lo visto, lo de ver a esas mujeres ligeras de ropa.

Después de esa divina visión, muchas de ellas iban a misa y ahí comenzaba otro espectáculo. Una de las feligresas cantaba a voz en grito “tú eres pan Bimbo bajado del cielo” que lo del “pan vivo” de la canción original no le sonaba a nada convincente.  Pero mejor era cuando la canción que tocaba era “ven, ven Señor no tardes”. Aquí la letra variaba hasta el “ven, ven señor notario”, que lo de dar fe llegaba también, por lo visto, hasta dentro de la iglesia. Y hubo incluso una ocasión en la que el salmo de “tu misericordia y tu ternura son infinitas”, acabó convirtiéndose en “tu misericordia y tu ternera son infinitas”. Mucho mejor la ternera que la ternura, sí señor.

Cesare Pavese decía que no recordamos días, recordamos momentos, y, quizá por el paso del tiempo, los recuerdos de esas mujeres me hacen sonreír.