La tragedia de Alcàsser, en 1992, nos marcó de por vida. Más de tres décadas después, la imagen de aquellas niñas – Míriam, Toñi y Desirée- sigue ligada a una turbia realidad que aparece en cualquiera de las conclusiones de los trabajos sobre violencia de género que han aparecido en los últimos años: “Nos han usurpado el ocio nocturno”.
Se impuso el miedo y en todas partes sigue apareciendo ese puente del barranco de Picassent que nos recuerda que una nunca está segura cuando camina sola volviendo de fiesta. Ni siquiera en el interior de un pub. Y lo que un día fue un barranco 30 años después, el 31 de diciembre de 2022, fue la discoteca Sutton de Barcelona, donde el futbolista Dani Alves fue acusado de violar a una joven de 23 años en uno de los baños. Seis años antes, fue la fiesta de San Fermín, con la violación en grupo a una mujer en lo que ya se conoce como el caso de La Manada.
Una violación grupal es la gota que colma un vaso medio lleno sobre el que va cayendo a modo de clepsidra un gesto, una actitud o una palabra grosera. Y así medido, con el miedo de fondo, la sensación es que el tiempo sigue siendo el mismo, aunque por fin la sociedad vaya siendo capaz de llamar a las cosas por su nombre.
La realidad que transmiten las últimas investigaciones es que a muchas jóvenes les mencionan la expresión ocio nocturno y piensan en un espacio donde se producen violencias sexuales con gran permisividad: miradas incómodas, uso de la fuerza, comentarios groseros, invasión del espacio personal sin su consentimiento, tocamientos no deseados o acorralamiento. Es, grosso modo, el resultado de una investigación de la Federación Mujeres Jóvenes que se presentó bajo el título ‘Noches seguras para todas’.
La Ley Integral de Garantía de la Libertad Sexual, conocida como ley del solo sí es sí, no ha conseguido frenar la violencia sexual. Según el informe mencionado, el 57,3% de las mujeres residentes en España mayores de 16 años ha sufrido algún tipo de violencia por el hecho de ser mujer y el 13,7% ha sido víctima de violencia sexual. Más del 90% de estas agresiones se quedan sin denuncia, si bien es verdad que las mujeres más jóvenes lo cuentan.
Al reflexionar sobre lo que sucede en el ocio nocturno, la realidad es aún más sombría. Las jóvenes perciben que el propio contexto, unido al consumo de alcohol y otras drogas, sirven a una parte de la sociedad para justificar y legitimar estos comportamientos que, por otra parte, todavía están normalizados. Es verdad que las violencias se producen en cualquier espacio, pero la noche es especialmente permisiva e impune. El miedo y la sensación de vulnerabilidad se acentúa en escenarios tan corrientes como acudir a los baños de un local o al regresar a casa.
Nerea Borja, politóloga y autora de ¿La fiesta era esto?, elaborado en la UPV/EHU, ha recopilado testimonios que hacen difícil pensar en el ocio nocturno como un lugar de fiesta. Sus conclusiones vuelven a ser las mismas. Las mujeres soportan acoso, intimidación, insistencia, tocamientos sin permiso… En definitiva, se las condena a “no estar solas bajo ningún concepto”.
Según estos estudios, en el imaginario machista, el consumo voluntario de drogas y alcohol penaliza a las mujeres haciéndolas responsables de las violencias recibidas por haber transgredido un mandato social. Incluso a nivel penal, a menudo se debate si se puede considerar atenuante para el agresor el hecho de que ella estuviese bajo el efecto de estas sustancias.
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) corrobora que el ocio nocturno es la opción más elegida cuando se les pregunta por el lugar donde se producen con más frecuencia agresiones contra las mujeres. El dato positivo es que las mujeres identifican muchas de las conductas que antes se daban por buenas como violencia sexual y son la antesala de la agresión sexual. “Cada vez que no se respeta su espacio y se llevan a cabo formas que ellas no han consentido”, dice la autora. Son formas sutiles de violencia que permiten que el hombre se siga apropiando de ese espacio nocturno. Y buen ejemplo es el cebo que se pone con estrategias como gratuidad para la mujer en las entradas o en el alcohol. Un reclamo que perpetúa los estereotipos de género.
Ni siquiera los expertos se ponen de acuerdo a la hora de decir qué está pasando, aunque la opinión mayoritaria es que el consumo de la pornografía desde edades tempranas y el descuido de los valores en la crianza y educación de los jóvenes está teniendo efectos muy perniciosos. Los Ayuntamientos están imponiendo medidas para garantizar la seguridad y abundan iniciativas como la del Proyecto Noctámbul@s que se desarrolla en la Comunidad de Madrid, Comunidad Valenciana y Cataluña con una serie de intervenciones, estudios y acciones formativas ante las violencias sexuales que se puedan producir en espacios de ocio.
La crónica se cierra con la reciente puesta en libertad de Dani Alves después de 430 días en prisión, tras pagar una fianza de un millón de euros, a la espera de una sentencia definitiva. Mientras, el temor de una nueva víctima de encontrarse con su agresor y la sensación generalizada de que falta mucho para que las mujeres sientan que la noche es suya.