Rescatista israelí

Irene Nurit Cohn: “Hay parte del alma en cada gota de sangre”

La israelí Irene Nurit Cohn forma parte del equipo de paramédicos ultraortodoxos Zaka, que se dedica a acudir a lugares donde ocurrieron tragedias para intentar rescatar cadáveres lo antes posible

Irene Nurit Cohn es una heroína sin capa de Israel. Como a todos sus compatriotas, la vida de esta judía israelí de origen danés vivió una sacudida el 7 de octubre de 2023. En su labor de trabajadora social, Irene ya había estado expuesta a situaciones duras. Y en sus años como voluntaria en la organización Zaka, un grupo de paramédicos ultraortodoxos que acuden a lugares donde ocurrieron tragedias para rescatar cuerpos sin vida, trató a víctimas de accidentes de tráfico, homicidios, suicidios o desastres naturales.

Pero la crueldad que presenció en el sur de su país durante la matanza de Hamás, en que en un solo día 1.200 israelíes fueron asesinados y otros 250 secuestrados, superó los límites. “Cuando hay muertes no naturales, Zaka entra en escena y recupera los cuerpos para intentar llevarlos a funeral respetuoso”, aclara la rescatista durante una videconferencia con Artículo 14. Son un intermediario entre las ambulancias, que tratan de salvar vidas, y la jebrá kadishá, la organización religiosa judía que certifica que los cuerpos están debidamente preparados para ser enterrados.

Funerales judíos

Según la halajá (ley judía), los funerales de los fallecidos deben llevarse a cabo lo más rápido posible, y a ser posible con el cuerpo completo. “Hay parte del alma en cada gota de sangre”, remarca Irene. Su labor también pretende dignificar a los vivos, los familiares que cierran un círculo tras la defunción de sus seres queridos. “Trabajamos para que puedan empezar el duelo debidamente”, prosigue.

Irene Nurit Cohn no es una integrante más de Zaka: forma parte de una unidad especial de submarinistas, creada para rescatar cuerpos perdidos en el fondo de mares, lagos o ríos. Sin embargo, durante los días posteriores al 7 de octubre de 2023, la misión que cambió su vida fue sobre el terreno. “Llegué al sur en la segunda semana de la guerra. Entré en una zona militar cerrada, bajo fuego y con el casco puesto. De inmediato, sentí como la santidad fue asesinada en la tierra de Israel”, rememora.

Los voluntarios de Zaka empezaron a recoger partes de cuerpos. “Todos habíamos visto cosas muy duras, cuerpos atropellados, desmembrados… Pero aquel día vimos otra cosa: la maldad”. Irene no comprende como un ser humano pudo despertarse una mañana con claridad mental, y hacer “cosas tan sádicas que no uno puede imaginar”. A diferencia de acciones de guerra, con disparos o bombardeos que se cobran vidas, se topó con “cuerpos desmembrados mientras estaban en vida, quemados, ojos quitados, dedos cortados… La maldad absoluta”.

Trauma permanente

Para Irene, rememorar aquellas escenas es también refrescar el trauma que persiste en las filas de Zaka. “El alma sabe lidiar con los traumas, pero parte de nuestro equipo está sufriendo postrauma. Yo llegué una semana más tarde al terreno, y gracias a que crecí en una familia fuerte y resiliente, no me siento postraumática”, matiza. Pero su vida dio un vuelco, y cambiaron sus perspectivas y prioridades.

Desde la matanza, sigue estancada en aquel Sabat negro, y ahora se dedica a llevar a grupos de locales y extranjeros al lugar de los hechos, y a contar su experiencia por todo el mundo. “Lo siento como una misión vital, ya que todavía no salí de esto. Es parte de la vida de todos en Israel”, considera.

Potenciar el odio

Para la rescatista hebrea, la voluntad de Hamás era presumir ante el mundo árabe. “Se filmaron felices ante las cámaras, pensando en conquistar, humillar, destruir y torturar para su disfrute sádico. Pretendían potenciar el odio, y fue una victoria para ellos”, dice. Entre sus compañeros de Zaka, donde solamente 10 mujeres son voluntarias, la crueldad islamista causó estragos. Pero la resiliencia de Irene la ayuda a arrimar el hombro por el equipo, y se dedica a escuchar y apoyar a los voluntarios más afectados.

“Su postrauma se traduce en flashbacks, no poder dormir ni concentrarse, sufrir ataques de pánico o rabia, desconectar permanentemente, imposibilidad de trabajar, o incluso desvincularse de sus familias. Son fenómenos durísimos”, apunta. Por ello, se dedica a ofrecer tratamientos para intentar cicatrizar las heridas. Promueve retiros en el desierto, tratamientos musicales, yoga u otros ejercicios corporales. “Me esfuerzo para dar a los participantes la confianza que necesitan. En el mundo jaredí (ultraortodoxo), se cree mucho en la unidad. Cantamos y bailamos juntos para salir adelante”, afirma.

Unidad e igualdad

La unidad del equipo es clave para mantener la cordura, en un país que sigue sumido en situación de guerra, aunque las armas callaron temporalmente en los frentes de Gaza y Líbano. Pese a su dedicación y esfuerzo voluntario, Irene se siente culpable. Como tantos israelíes, lamenta no haber podido socorrer a los suyos a tiempo. “No estuve allí durante la primera semana, y tuve la necesidad de pedir perdón. Un día, me sumergí en el agua con fotos de los caídos”, recuerda.

Pese a la tragedia, destaca el rol de las mujeres en estos tiempos críticos. “Israel es un país de guerra, gobernado casi siempre por hombres y ex generales del ejército. Pero durante esta guerra, las mujeres asumimos un rol importante”, considera. En ciudades como Ofakim o Hadera, recuerda los posters de mujeres soldado caídas en combate, recordadas por sus compatriotas como “heroínas de guerra”. Para Irene Nuri Cohon, “es importante que vean que las mujeres tienen la misma iniciativa y capacidad que los hombres. Que nos traten igualitariamente, sin eslóganes ni banderas”.