Familias enlazadas: reescribiendo el felices para siempre

En España, se estima que existen más de 800.000 familias reconstituidas. “Es fundamental trabajar la comunicación y la gestión de las propias emociones”, explican las expertas

En una España donde las bodas ya no aseguran finales felices (según el INE, entre el 50% y el 60% de los matrimonios terminan en divorcio), el modelo tradicional de familia -papá, mamá e hijos- que durante décadas ha dominado películas, series y anuncios, está dando paso a nuevas formas de convivencia. Entre ellas destacan las familias enlazadas, formadas por parejas que aportan hijos de relaciones anteriores y que están reescribiendo el concepto de familia.

Construir una familia reconstituida es como intentar armar un puzzle con piezas de otros juegos. “Hay un período de adaptación para todos los integrantes, y es fundamental atender las dudas y emociones de cada miembro, no sólo de los más pequeños. Cuando decidimos convivir en una familia enlazada, a menudo entramos en un territorio desconocido. Hablar abiertamente de expectativas, miedos y preocupaciones facilita que el panorama se aclare y nos permite enfrentar los desafíos de manera conjunta”, explican Aina Buforn y Berta Capdevila, terapeutas especializadas en acompañamiento a madrastras y familias enlazadas.

Buforn y Capdevila son las creadoras de SerMadrastra.com y autoras del libro Manual para la madrastra moderna: cómo vivir en familia enlazada sin perder la cabeza, donde comparten herramientas prácticas para superar conflictos y fomentar vínculos sólidos en estas estructuras familiares complejas. Su enfoque pone énfasis en la comunicación, la empatía y la paciencia como pilares para construir una convivencia armoniosa y estable.

En España, se estima que existen más de 800.000 familias reconstituidas, lo que representa el 14% del total de las familias. La edad promedio de los progenitores es de 40 años, una etapa de mayor madurez emocional que resulta clave para afrontar los retos de este modelo familiar.

El romanticismo de empezar de nuevo puede desvanecerse rápidamente cuando los miembros de estas familias enfrentan desafíos como construir vínculos con los hijos de la nueva pareja, mientras navegan por las siempre turbulentas aguas de las exparejas o los estigmas sociales que rodean a estas estructuras familiares. “A las madrastras se les adjudican intenciones maliciosas: usurpar el lugar de la madre, manipular al padre o incluso competir por el afecto de los niños. Además, se espera que amen incondicionalmente a sus hijastros desde el principio y se entreguen por completo a la nueva familia. Por otro lado, los padrastros tienen menos expectativas sociales: cualquier gesto positivo se percibe como extraordinario, reforzando el prejuicio de que nadie aceptaría a una mujer con hijos”, explican Aina y Berta.

María Juan, madre de dos niños y ahora parte de una familia numerosa y reconstituida, recuerda las dificultades del principio: “Tenía esta idea idealizada de que todos nos llevaríamos bien, pero no fue así. Mi pareja intentaba acercarse a mis hijos, pero ellos seguían viéndolo como ‘el intruso’”.

Esta desconexión inicial es un desafío frecuente, explican las expertas, y superar esta etapa requiere paciencia, tiempo y mucha empatía. “En estas estructuras familiares, nadie ocupa el lugar que inicialmente deseaba: el padre o la madre separados no querían romper la familia, la madrastra o el padrastro no soñaban con asumir ese rol, y los niños nunca imaginaron la separación de sus padres. Reconocer esta realidad es el primer paso para construir relaciones sanas”, señalan las creadoras de SerMadrastra.com.

Las autoras insisten en la importancia de abandonar las expectativas poco realistas. “Es esencial centrarse en una convivencia basada en el respeto mutuo y la flexibilidad. Darse tiempo es clave: los vínculos deben construirse de forma natural y sin presiones, permitiendo que cada miembro encuentre su lugar en la nueva dinámica familiar”, recomiendan.

Los hijos ocupan un lugar especial en este melodrama familiar. Para ellos, adaptarse a un padrastro o madrastra, convivir con nuevos hermanastros y aceptar la relación de sus padres puede ser un torbellino emocional. Miguel, adolescente de 17 años, recuerda su experiencia: “Cuando mi madre empezó a salir con alguien, sentí que estaba traicionando a mi padre. Tardé años en entender que no era así. Ahora me llevo bien con su pareja, aunque al principio ni siquiera quería hablarle”.

Estas familias, aunque a menudo puedan parecer un campo de batalla, también representan una oportunidad única para que los niños desarrollen habilidades clave como la empatía y la resiliencia. “Las dificultades de los menores para adaptarse a los cambios familiares suelen deberse, en gran medida, a la falta de gestión por parte de los padres. Aún persiste la idea de que a los niños no se les pueden explicar ciertas cosas, como si fueran incapaces de entenderlas. Pero no es así. Ellos necesitan información y anticipación sobre lo que va a suceder para afrontarlo con normalidad. Sobre todo, requieren la certeza de que sus figuras de apego estarán ahí para acompañarlos”, explican Aina y Berta.

Aunque el comienzo puede ser turbulento, muchas familias descubren que, con el tiempo, la situación mejora. Rocío y Carlos, casados desde hace cinco años y con hijos de relaciones anteriores, son un ejemplo de cómo el esfuerzo y la paciencia juegan un papel crucial: “Al principio todo era un caos. Pero con el tiempo, los niños empezaron a llevarse bien, e incluso a apoyarse mutuamente. Ahora, somos un equipo”.

Las familias como la de Rocío y Carlos demuestran que los vínculos se construyen, no nacen, y que el amor puede adoptar formas inesperadas. “Es fundamental trabajar la comunicación y la gestión de las propias emociones. Formar este tipo de núcleos familiares y, además, mantener la negociación con las exparejas es un proceso extremadamente complejo a nivel emocional, que requiere una gran consciencia personal por parte de cada miembro de la pareja. Además, es crucial buscar ayuda profesional siempre que sea necesario”, apuntan Aina y Berta.

El éxito de la reconstrucción familiar depende de tres factores clave: comunicación, paciencia y sentido del humor. “¿Quién tiene a los niños este fin de semana? ¿Cómo organizamos la Navidad? Nuestra agenda familiar parece un Tetris”, bromea Rocío. “Es una mezcla de horarios escolares, trabajo, la casa, vida social y turnos con los otros padres. Deberían darnos un máster en logística”.

Dividir los gastos, decidir quién paga qué y planificar las vacaciones se convierten en conversaciones de alta diplomacia. Según un informe del Centro de Estudios Demográficos, el 40 % de las familias enlazadas en España menciona el dinero como una fuente de conflicto frecuente. La idea romántica de que “el amor todo lo puede” se enfrenta a su prueba de fuego en estas familias. La clave, afirman los expertos, está en abrazar su diversidad en lugar de luchar contra ella. “Por ejemplo, algo muy bonito que estamos viendo es que las madrastras cada vez nombran su rol con más orgullo, y muchos hijastros e hijastras hablan de sus hermanastros, padrastros o madrastras con total naturalidad”, explican las terapeutas. Sin embargo, aún queda mucho por hacer. “Es necesario establecer protocolos claros en los centros educativos para gestionar la convivencia con familias que no siguen el modelo tradicional, y para que dentro de las aulas se normalice la diversidad familiar”, concluyen.

Al final, las familias reconstituidas son un reflejo de la sociedad actual: imperfectas, diversas, pero llenas de oportunidades para crecer y aprender. Si bien no son los cuentos de hadas que nos narraban de pequeños, tienen algo mucho más valioso: la capacidad de reinventarse. Porque en este nuevo capítulo no se trata de encontrar el final perfecto, sino de escribir juntos la historia. Y quizás, sólo quizás, ahí radique la verdadera magia.