Hace un siglo la aviación estaba en pleno apogeo. En 1927, Charles Lindberg cruzó el Atlántico en solitario y sin escalas. Aterrizó ante decenas de miles de enfervorizados espectadores que se habían dado cita antes del amanecer en el aeródromo de Le Bourget. Los récords de distancia, altura y velocidad saltaban constantemente.
Desde Ícaro hasta el aterrizaje en la Luna, pasando por los diseños de Da Vinci, volar ha fascinado siempre al ser humano. El cielo es sinónimo de libertad, de aventurarse a lo desconocido, de otear el mundo desde otra perspectiva.
Los aviones de entonces eran máquinas rudimentarias, sin apenas instrumentos y con motores no tan fiables. Las mujeres lo tenían más difícil aún.
Supuesto desprendimiento del útero
Primero porque la ciencia médica decimonónica consideraba que el cuerpo de la mujer no podría aguantar velocidades superiores a los 80 km/h. Según publicaba la Revista Alemana de Educación Física en 1898, el exceso de velocidad provocaría “un cambio en la posición y desprendimiento del útero, así como su prolapso y sangrado, resultando en esterilidad, malogrando así la misión de la mujer en este mundo: dar a luz niños fuertes”.
Este debate médico comenzó con los trenes en la era victoriana. Continuó con el auge de los coches “vagones del diablo” que a velocidades excesivas harían “que las mujeres, ya de por sí propensas a desmayarse, con su debilidad física y frecuentes brotes de histeria, serían incapaces de controlarse y no se les debería dejar conducir”.
Además, la vestimenta era un obstáculo en las angostas cabinas. Las primeras aviadoras se dejaban el corsé en tierra y ataban sus faldas con cuerdas para poder manejar sin impedimentos los pedales del avión.
A pesar de perjuicios y trabas, unas pocas mujeres decidieron hacerse pilotos. Las primeras españolas en obtener la licencia fueron María Bernaldo de Quirós (1928), Margot Soriano (1929) y Pilar San Miguel (1930), familiares de militares en Madrid, aunque solo realizaron vuelos privados.
María Josefa Colomer y Luque
María Josefa Colomer y Luque fue más lejos. En 1931, con 18 años, obtuvo su licencia de vuelo. Mientras su madre tradicionalista le hacía aprendiendo a poner la mesa y buenos modales en la “academia para señoritas”, ella, con el apoyo de su padre, pedaleaba hasta el aeródromo del Prat para acumular sus reglamentarias 60 horas de prácticas de vuelo. Admiradora de Amelia Earhart y sus monos, en 1932, el mismo año que la estadounidense cruzó el Atlántico en solitario, Colomer aterrizó con un dirigible en el aeródromo Naval de Barcelona.
En el verano de 1935 se convirtió en la primera instructora de vuelo del país. Al año siguiente, sería la primera piloto de la Fuerza Aérea de la República Española (FARE).
Dolors Vives Rodón
Dolors Vives Rodón fue la segunda piloto de la República. Por entonces, volar era cosa de ricos o militares. Cuando se fundó el Club Aero Popular de Barcelona, con el objeto de democratizar la aviación, su padre, Juan Vives, magistrado progresista apuntó a sus cuatro hijas. Gracias a una beca sorteada entre los socios, Dolors Vives pudo hacer el curso de formación y obtuvo el título número 217 de piloto civil en 1934 (la sexta mujer en España).
Al estallar al guerra, se crea la Aeronáutica Naval de Barcelona bajo los auspicios de la Generalitat. Movilizan a medio centenar de pilotos, mecánicos, montadores y demás personal de apoyo. Tanto María Josefa Colomer como Dolors Vives, ésta ya con el rango de alférez, se integran en la nueva Fuerza Aérea de la República Española (FARE) gestionada por la Generalitat.
Hidroaviones Macchi
No consta que realizasen misiones de combate. Pero ambas llevaron a cabo cientos de vuelos de reconocimiento con hidroaviones Macchi, siguiendo movimientos de barcos y tropas. Con las vías de tren como guía de navegación, a menudo volaban a ras del terreno, sorteando cableados y riscos para evitar los cazas enemigos que doblaban la velocidad punta de su Havilland Dragon.
Durante la Guerra Civil, además de instruir a decenas de futuros pilotos de los “Chatos” y “Moscas” Polikarpov soviéticos o bombarderos Breguet-19, Colomer trajo diversos aviones desde el extranjero, probó nuevo armamento, realizó transportes de víveres al frente del Ebro y evacuó heridos a los hospitales de Barcelona.
Al final de la contienda, cuando la República estaba perdida, Colomer puso a salvo a militares y muchos otros amenazados de muerte, soltándoles en Francia. Hubo días que cruzó los Pirineos tres veces, pues el avión más grande del que disponían solo tenía ocho plazas.
En el exilio, María Josefa Colomer se casó en Toulouse con su instructor, Josep Carreras y se mudaron a Inglaterra. Él se enfrentó nuevamente a los cazas alemanes como piloto privado en la RAF británica, recibiendo el titulo de “Sir” al final de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, ella no volvió a volar. Preguntada al respecto, dijo que entonces no había trabajo para mujeres piloto en Inglaterra.
Tras la Guerra Civil, Dolors Vives no fue represaliada (su padre sí). Se casó con el viudo Gerardo Manresa y sacó adelante los 10 hijos de éste dando clases de piano.
En la triste España de la posguerra ya no había sitio para mujeres intrépidas. Se reinstauró el Código Civil de 1898. Las mujeres perdieron el derecho al voto y al divorcio; y bastante más. Según Pilar Primo de Rivera, fundadora de la Sección Femenina: “La única misión que tienen asignadas las mujeres en la tarea de la patria es el hogar”. Volvieron las faldas largas y a todas las mujeres les cortaron las alas.
Según Dolors Vives: “Después de la Guerra Civil, se acabó volar, pero me queda el recuerdo de aquella época en los libros y las fotos. Unos años que no cambiaría por nada”.