Algemesí: el cementerio de barro

La ciudad más afectada por la DANA en la comarca La Ribera recupera el contacto con el exterior y recibe a cientos de voluntarios después de más de 48 horas incomunicada

Alcantarillado en Valencia tras la DANA - Sociedad
Vecinos y personas de diversas comunidades autónomas trabajan como voluntarios para restablecer la normalidad EFE/ Kai Försterling

En la comarca de La Ribera Alta de Valencia todas las calles tienen un eje común: el ser de pueblo por más grande que sea la ciudad y mantener la pasión por vivir a pie de calle. Cada dos pasos hay un negocio local, un bar o un bajo que siempre abre durante las festividades locales para celebrar. Estos espacios son donde la vida pasa, se reúnen las familias, juegan los niños y se guardan los recuerdos. Es precisamente en esos rincones en los que ahora habita el silencio y el barro se ha apoderado de la vida de sus habitantes. Así ha quedado Algemesí, donde la DANA ha dejado mayor rastro tras su paso por La Ribera. Sus vecinos ahora caminan despacio, perdidos, evitando las arenas movedizas de barro, cartón y restos de lo que hace cuatro días eran sus hogares y negocios.

En Algemesí la vida cambió en 15 minutos. Lo que tardó en subir el agua hasta la altura de las rodillas. Y la lluvia fuerte se convirtió en riada. Según cuentan sus vecinos, la ciudad amaneció el 29 de octubre inundada, sin electricidad, ni agua, ni cobertura. Completamente incomunicada con todas las salidas y entradas cortadas, durante más de 24 horas. “Todavía no sabemos la magnitud de esto”, cuenta Paco mientras sortea el barro con su bastón de madera y los pies envueltos en bolsas de basura, “hasta esta mañana no hemos podido abrir los locales y todavía quedan por abrir los garajes”, advierte. Fuentes policiales temen por el número de fallecidos que resulte de abrir los subterráneos, en los que “seguramente mucha gente se quedó atrapada, como ya han descubierto los servicios de emergencia al abrir uno”.

El lunes 28 empezaron los rumores en toda la comarca, las voces más previsoras que cada año sobre estas fechas advierten sobre posibles riadas desde la Pantanà del 82 ya decían lo que se venía. Sin embargo, la carencia de alerta mantuvo a la comarca bajo un ambiente tenso que se respiraba junto con el olor a rio y el calor estancado propio de la calma previa a la tormenta. La algemisense Lorena Bretó relata: “Fue el martes 28 a las 18 horas cuando empezó a salirse el agua del Magro”. A partir de este momento todos los sucesos están borrosos, repletos de pánico y agua hasta que amaneció.

La mañana del miércoles 29 empezaron a llegar desde Algemesí mensajes de auxilio, necesidad de comida y agua. Pero no fue hasta la mañana del viernes 1, en la que cientos de voluntarios se movilizaron desde las diferentes municipios colindantes, que se ha sabido la magnitud de la tragedia acaecida. Tras abrir una de las carreteras el jueves 30, multitud de personas intentaron volver a sus casas o acercar suministros a pie desde un punto habilitado a las afueras en el que cientos de coches ahora resguardan la ciudad y otros pasan cada segundo para dejar a los voluntarios lo más cerca posible. Son las fotografías y las historias que cuentan estas personas voluntarias las que trasladan la situación de un pueblo al que se le ha arrebatado la voz a fuerza de barro. Muchos de sus habitantes siguen sin palabras y sin forma de expresarlas, sin poder cargar el móvil o sin cobertura y sin parar de limpiar y sacar barro de sus negocios y viviendas.

Es precisamente esta falta de palabras lo más escalofriante de visitar el municipio. La incertidumbre que trasladan todos sus habitantes. Sin farmacias, ni guarderías, ni supermercados, ni colegios, ni bares, ni posibilidad de saber cuándo volverá a ser la ciudad que un hace una semana era. Al caminar desde la entrada habilitada, la ciudad se va transformando en un cementerio de barro en el que parece que nunca ha sonado la música. A ambos lados de las calles se amontonan los recuerdos de una sociedad inundada. Trajes de fallera, aparatos electrónicos, álbumes familiares, libros, muebles, juguetes y ropa completamente inservible y otros objetos transformados en masas de barro que se va secando al sol y que preocupa a sus vecinos. “Lo que no logren limpiar antes de que se seque se convertirá en piedra, incluido los cúmulos de barro del alcantarillado”, explica un vecino que intenta desatascar la alcantarilla con lo un palo y el barro hasta el cuello.

El sentimiento común de las personas que se esforzaban por sacar su ciudad o la de al lado a delante es que “solo el pueblo salva al pueblo”. La realidad es que el mundo continúa. La cadena de montaje no para y el sol vuelve a salir. Y entre la puesta y salida de sol menos esperada cualquier cosa puede ocurrir. La mayoría de las conversaciones de los voluntarios con los afectados resultan en la siguiente conclusión: una decisión de dos segundos o unos litros de agua pueden cambiar el rumbo de tu vida, ya sea la decisión de ir a salvar tu coche o la de conducir con suministros y una escoba al pueblo de al lado para ayudar a rescatar lo que se pueda.

El Bar Llopis es un negocio familiar “de toda la vida” que ha sufrido en primera persona la desgracia. El Día de Todos los Santos transcurrió para ellos como para el resto de los vecinos, sacando agua y barro a escobazos. Lorena Bretó, una de las hijas del dueño, estuvo junto al resto de la familia y varios voluntarios intentando recuperar el bajo que su utilizan como almacén del bar y garaje para guardar objetos personales, bicis, paelleros, recuerdos y demás piezas que conforman la vida familiar. “Nos ha costado toda la mañana y menos mal que hemos recibido ayuda, porque los servicios de emergencia no dan abasto y solos no lo hubiéramos podido conseguir”, relata Bretó. La hija del dueño del bar manifiesta el miedo que tienen a haber perdido “todo lo del bar” ya que todavía no han podido “encender las máquinas y comprobar cuál es la pérdida real, además de toda la comida”.

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